Para que no quede mi anterior comentario como una soflama, voy a intentar aportar algo constructivo; evidentemente, discutible y abierto a intercambio de opiniones.
En primer lugar, ya no nos encontramos en el esquema realista donde hay un sujeto que desvela a un objeto. Con anterioridad, esta forma de entender la realidad y el conocimiento dependía de un concepto de razón pura y omnipotente, la Razón en mayúscula, cuyos criterios de validez gnoseológica giraban en torno a la unidad, universalidad y necesidad. No es de extrañar que estas tesis nacieran en la Grecia clásica, una geografía donde las matemáticas representaban el conocimiento paradigmático. Y, efectivamente, ¿cómo dudar del teorema de Pitágoras? Y, sobre todo, ¿cómo no desear extrapolar una realidad matemática al resto del saber?
De esta forma cristaliza un conocimiento de corte matemático donde la verdad, alcanzable mediante esa Razón unitaria, reviste los rasgos gnoseológicos que hemos mencionado; y todo aquello que no posea esos caracteres, es desechado o valorado como un saber de tercera fila. El positivismo es la expresión histórica de este hecho.
Sin embargo, poco se puede resolver extrapolando verdades analíticas como la matemática, donde A = A, al resto del campo epistemológico. El mundo de la ciencia es uno, pero el de la realidad humana es otro bien distinto, con una peculiaridad fundamental: la contingencia. No hay posibilidad de hallar una verdad única, universal y necesaria para lo ético, lo político, lo moral... Y ello es porque tanto no hay una esencia universal para cada fenómeno de estas realidades, ni tampoco hay una razón límpida, pulcra y cauterizada capaz de desvelar ese presunto entramado de inteligibilidad que sostendría lo real.
El proyecto ilustrado, el cual confiaba en ese modelo de razón, de racionalidad, se observa como fracasado. No solo esa razón no nos ha conducido a un progreso histórico lineal y unitario donde el hombre progresaba paulatinamente hacia la felicidad o libertad mediante la aplicación de la ciencia. Al contrario: el siglo XX se encuentra nutrido de significativas catástrofes mundiales.
Así, el reto pendiente de la filosofía actual pasa por asumir el rasgo de la racionalidad humana: la multiplicidad, la diferencia y, también, por qué no decirlo así, la suciedad de la razón. Ni hay una razón capaz de explicar por completo lo real (dicho de otro modo, no hay una ciencia capaz de sistematizar el resto de ciencias en un único corpus teórico; y tanto aplica al resto de los campos del saber), ni tampoco la realidad es reductible a una unidad sistematizable; ni mucho menos la razón se encuentra libre de intereses e intenciones ocultas.
¿Qué hacer con este nuevo modelo de racionalidad? ¿Es posible rendir cuentas de una teoría de la razón con estas características? Pues tampoco hay posibilidad de negar la razón o las razones. El escepticismo, más allá de retóricas grandilocuentes, pero hueras en última instancia, no es una herramienta de ser aplicada en nuestro día a día. Seguimos tomando decisiones con un criterio de certeza que no es el matemático, pero siempre con motivos que, aunque contingentes, nos siguen moviendo: elegimos pareja por determinados motivos, elegimos modelos de educación concretos para nuestros hijos, consumimos ciertos productos en vez de otros... Y es aquí donde la filosofía, como en toda etapa histórica, debe proceder a realizar un estudio sistemático del modelo de esta racionalidad, que no es actual, sino que siempre ha sido el mismo -tamizado siempre por las condiciones históricas de cada momento-.
Por estas razones, me permito el lujo de decir que Escohotado le ha dado demasiado a la mandanga y nunca ha querido estudiar (y escribir) nada con un mínimo de rigor académico. Ya le han pintado la cara de todos los colores con su obra "Los enemigos del comercio"; una serie de libros que, desde luego, ningún historiador tomaría en serio jamás. Cuando este tipo resuelve el problema de la verdad con tonterías como "¿dudas del ser?" ¿La verdad es la realidad de las cosas" o "La verdad es el infinito pormenor de las cosas", a mí me genera un fuerte estupor.