T.E. Lawrence escribió:
Conrado escribió:
Los ambientes religiosos son siempre (o casi siempre) sinónimos de erudición.
Lo malo es cuando esa supuesta erudición va unida al proselitismo y a la obsesión por salvar el alma de las pobres ovejas descarriadas.
De acuerdo. Pero eso no dejar de ser la típica falacia de la inducción: habrá casos así, pero de ahí no se puede sacar la conclusión general de que "hay curas que adoctrinan. Por tanto, todos adoctrinan". No sé si has cursado Lógica II, pero cuando lo hagas verás que de un cuantificador existencial no puedes pasar a uno universal. Es decir, de "algunos son" no puedes pasar sin más al "todos son".
Por otro lado, recuerda que para adoctrinar no hace falta ser sacerdote. ¿Has cursado Historia de la Filosofía I? No digo más.
T.E. Lawrence escribió:
Conrado escribió:
¿Qué puede haber más conservador que el socialismo, que viene de una tradición cristiana secularizada con más de dos mil años de antiguedad?
Mi ignorancia es mayor de lo que yo pensaba. Afortunadamente, en este mi primer año de estudios de Filosofía estoy matriculado en la asignatura Historia Moderna y Contemporánea, donde podré estudiar el origen del socialismo, que, por lo visto, está enraizado en nada menos que dos mil años de cristianismo secularizado.
Creo que has entendido perfectamente a lo que me refería. El socialismo, como ideología política, naturalmente que no tiene dos mil y pico de años de antigüedad. Ahora bien, algunos de sus dogmas sí son cristianos. En mi opinión, los más importantes. De hecho, como verás cuando curses Historia de la Filosofía Moderna II, el principal reproche que le hace Nietzsche (y otros) al socialismo es precisamente que éste sigue en la estela del cristianismo, fomentando la mansedumbre, el sufrimiento y, en definitiva, la moral del rebaño.
Cito de mis resúmenes de Nietzsche (libro de Sánchez Meca de estudio obligatorio) que se encuentran en Descargas:
"La crítica de Nietzsche al socialismo:
La segunda forma del Estado «monstruo» que Nietzsche rechaza es la del Estado social. Al parecer, cuando Nietzsche habla de socialismo la imagen primera que tiene sobre todo presente, como modelo de esta ideología, es la de la Comuna de París, que fue un breve movimiento insurreccional que gobernó la ciudad de París del 18 de marzo al 28 de mayo de 1871, instaurando un proyecto político popular autogestionario semejante al anarquismo o al comunismo. En ella Nietzsche ve una rebelión de los mediocres según el paradigma de la rebelión de los esclavos cristianos contra Roma. El espíritu de venganza y el resentimiento como sustrato motivacional último se habrían puesto ya antes de manifiesto en la violencia del terror en la que concluye la Revolución francesa (1789-1799). Por otra parte, lo que Nietzsche más destaca de esta ideología es su preconización de una eliminación del Estado a través de la dictadura del proletariado en nombre de un humanismo antiindividualista e igualitario.
Básicamente son tres las cosas que Nietzsche critica del socialismo:
1) su énfasis en la igualdad de derechos para todos,
2) su rechazo de cualquier sociedad que no sea la del rebaño [resentidos, envidiosos], y
3) su defensa del máximo de Estado posible. Naturalmente, desde la hipótesis de la voluntad de poder es reactivo el tipo de voluntad que se expresa en una ideología que defiende el fortalecimiento del Estado mediante la igualación total y abstracta de los individuos producida por ese régimen de nivelación general al que se reduce la idea socialista de democracia. Este Estado construye su poder y su estabilidad oprimiendo la jerarquía, el cambio, la diferencia, la distancia y la autosuperación que exige la vida como voluntad de poder. No sólo no reconoce su verdadero origen como imposición artística de una forma al caos, sino que lo niega y lo borra totalmente enmascarándolo con mentiras mucho más moralizantes e hipócritas que las de la ideología liberal burguesa. Por eso Nietzsche ve en el socialismo, no una liberación de fuerzas, sino un desencadenamiento de perezas, de laxitudes, de debilitamientos. Con esos valores igualitaristas y humanitaristas se oculta al individuo la violencia del Estado y el ejercicio de su poder como dominación tan ciega como la de la naturaleza. El Estado en el que piensa el socialismo se configura y funciona tan sólo para perpetuar el rebaño. No hay margen alguno en él para la política. Es sólo una maquinaria de la racionalidad técnica y moral que dice ya de entrada no a cualquier diferencia significativa y a cualquier afirmación nueva o invención sorprendente de la vida. Esta maquinaria estatal que, en la ideología socialista se quiere «absoluta», está al servicio de la reactividad anticreadora —del hombre gregario y del rebaño—. Es el momento final de la racionalidad moral traspuesta al plano de la colectividad y convertida en nuevo ídolo al que se nos obliga a adorar. La esclerosis última de la política se constata entonces, sobre todo, en el ideal de felicidad que esta ideología propone a los ciudadanos como igualdad de todos, simple suma cuantitativa de egos perfectamente asegurados, protegidos, subvencionados, equiparados, moralizados, castrados y gregarizados bajo la providencia de un Estado nodriza.
Contra este nuevo ídolo Nietzsche no propone ninguna rebelión revolucionaria, sino la desimplicación, una concienciación que conduzca a resistirse a sus seducciones, a no prestar oído a sus mentiras y esperar que él, prisionero del hielo, muera de soledad. O sea, propone una resistencia pasiva que se nutre del hecho de que, en el siglo de la irrupción del nihilismo, el problema para ideologías como ésta es que ya no se cree en los altos valores morales y humanitarios pregonados por ellas como fundamento de las instituciones políticas, haciéndose visible así inevitablemente la voluntad de poder que las mueve (como efectivamente está sucediendo en nuestros días).
La cultura europea moderna, en suma, se basa en una valoración que afirma la enfermedad, que trata de mantener el dominio de la enfermedad, la debilidad, la decadencia. Su tendencia más fuerte es proteger a los enfermos, a los débiles y a los degenerados, tendencia cuyo reverso es la sospecha de los fuertes y la difusión del resentimiento y el odio frente a toda grandeza y nobleza. Es una cultura de los afligidos, que da la razón a todos los que sufren de la existencia como de una enfermedad, y le parece que cualquier otro modo de experimentar la existencia es cruel e inmoral. Este es el espíritu de lo que Nietzsche llama «socialismo»,
ideología política que expresa la consumación de los valores de la moral cristiana, en especial el de la compasión. Es la forma moral de la política, enteramente determinada por el instinto de la compasión. Lo que subyace a este análisis de la compasión es su alineamiento junto con las demás virtudes de la
moral cristiana que tienen su origen en la obsesión por el sufrimiento —la caridad, la castidad, la humildad—, y su enjuiciamiento a partir de la hipótesis básica de la voluntad de poder ―como una especie de voluntad de poder reactiva―. Desde esta óptica, el ejercicio de la compasión nihilista proporciona un cierto placer en la medida en que el dolor tiene siempre algo de humillante y la compasión algo que eleva haciéndonos sentir superiores. Para una voluntad de poder sana, en cambio, «compadecer equivale a despreciar». O sea, en este otro caso, compasión sería lo que se siente cuando se ve sufrir a un semejante a quien su valentía y su orgullo, considerados igual al nuestro, le impiden doblegarse ante la adversidad. Verdadera compasión sería, por tanto, sentir admiración por un individuo que se resiste a pedir compasión.
"
A esto es a lo que me refería yo. Por más que el socialismo sea una ideología nacida en el siglo XIX, sus dogmas son cristianos y tienen más de dos mil años de antigüedad.
A veces conviene no quedarse sólo en lo aparente (platonismo). Indagando un poco más en las raíces del socialismo ya se ve que se trata de un cristianismo secularizado. Eso sí: suplantando al Dios cristiano por el Estado.
Por lo demás, algunos autores católicos siempre le han espetado a Marx que su discurso está lleno de mesianismo cristiano. Es el caso, por ejemplo, de Mario Fazio y Christopher Dawson. Cito de mis resúmenes de Marx que hay colgados en Descargas:
"Me gustaría añadir la crítica al marxismo que efectúa Mariano Fazio (Universidad Pontificia de la Santa Cruz, Roma), en su libro-manual
Historia de las ideas contemporáneas. Una lectura del proceso de scularización (Rialp, Roma, 2012, p. 246). Según M. Fazio el carácter ideológico del pensamiento marxista se presenta en la visión de la historia con toda fuerza de la sustitución. Las ideologías cumplen una función de sustitución de la religión: la misma terminología marxista, que
emplea términos como pecado, miseria, redención, paraíso, manifiesta de modo claro este carácter sustitutivo de las ideologías entendidas como
religiones seculares. M. Fazio señala que, según Christopher Dawson (1889-1970), el marxismo es la ideología que más ha insistido en el carácter puramente científico y no religioso de su doctrina. Al mismo tiempo,
es la ideología más deudora de los elementos mesiánicos de la tradición cristiana. De hecho, la suya es una doctrina apocalítica, un juicio condenatorio del orden social existente y un mensaje de salvación para el pobre y el oprimido, a los cuales se promete una retribución en la sociedad sin clases,
equivalente marxista del reino milenario de la equidad. A este respecto, Dawson afirmaba en 1957 que «ningún cambio industrial tendrá en sí suficiente importancia para cambiar el espíritu de la cultura. Mientras el proletariado esté guiado por motivos puramente económicos,
seguirá siendo en el fondo un burgués. Sólo en la religión podemos encontrar la fuerza espiritual que nos permita llevar a cabo la revolución espiritual. El tipo opuesto al burgués no se encuentra entre los comunistas, puesto que es el hombre religioso, el hombre de deseos. El burgués no puede ser reemplazado por otro tipo social, sino por un tipo humano muy distinto.
Ciertamente la desaparición del burgués implicaría la presencia del trabajador, ya que no es cuestión de volver al viejo régimen de castas privilegiadas. El error de Marx no reside en su dialéctica de evolución social, sino en el materialismo mezquino de su interpretación, que despreciaba el factor religioso». (C. Dawson, Dinámica de la Historia Universal, pp. 162-163).
"