Yo lo que ya he propuesto en alguna ocasión como alternativa a los exámenes clásicos, aunque parezca inverosímil, es retomar el diálogo filosófico. Lo hice a propósito de la polémica asignatura de Historia de la Ciencia, con un temario tan sumamente abultado que siempre tiene uno la sensación de no haber sido evaluado con justicia a todo lo que ha estudiado. Pero el planteamiento es general para Filosofía.
Tomando como referencia el modelo de evaluación posible de Historia de Filosofía III, a través de un trabajo personal más entrevista con el profesor, podría plantearse una corrección que consistiera en un diálogo sobre el temario de la asignatura (o una parte de él a elegir, o sobre una bibliografía previamente acordada, o sobre un trabajo personal…) con el equipo docente a raíz de lo estudiado y trabajado.
Con una batería de preguntas preparadas por parte del equipo docente – que si controlan bien de su materia poco les costaría preparar -, un poco al estilo de la mayéutica socrática, podría desplegarse mucho de lo estudiado. Con las pausas que hicieran falta en el diálogo, para que uno tuviera tiempo sobre la marcha de pensar un poco la respuesta, podría sintetizarse en un mismo momento el examen con la corrección. Con todo el tiempo que se emplea en examinar y luego en corregir, acaso no es algo tan inverosímil.
Evidentemente, hay algunas pegas, como la dificultad que algunos alumnos puedan tener a la hora de expresarse de viva voz, o la capacidad del profesor para controlar que el alumno no esté teniendo acceso a fuentes sobre las que apoyar su respuesta. Pero ambas serían hasta cierto punto subsanables: al fin y al cabo el pánico escénico no es tan diferente al pánico a ser examinado, que todos debemos superar; y en cuanto al control, podrían establecerse entrevistas por videoconferencia desde los centros asociados.
Creo que el resultado de la evaluación sería más justo a la realidad de cada alumno (más personalizado), haría más justicia a todo el trabajo desarrollado en el cuatrimestre, e incluso facilitaría la vida a los profesores a la hora de corregir, haciéndola mucho más filosófica y menos mecánica (aunque no tanto de controlar el temario y la bibliografía de la asignatura que supuestamente imparten, lo que lamentablemente podría incomodar a alguno). Su inverosimilitud acaso viene por otras pegas: en primer lugar, no me imagino a la UNED haciendo una inversión económica para facilitar estas evaluaciones en vivo. En segundo lugar, los profesores tendrían que relacionarse personalmente con el alumno mucho más de lo que lo hacen, y no andar parapetados tras de enunciados de examen, tantas veces repetidos mecánicamente de unos años para otros, de escasas tutorías, y de evaluaciones oscuras y asépticas a distancia, salvo por los pocos engorrosos que solicitan revisión. Claro que la hipotética inversión en infraestructuras sería un inconveniente, pero sobre todo, supondría un cambio de mentalidad que algunos profesores no tendrían a bien, pero que otros sí acogerían de buen grado, con un talante más activo, implicado en tutorías, cursos virtuales y en atender a las consultas por email de los alumnos. Quizá esta falta de implicación no sea culpa suya, por andar desbordados por otros asuntos, o porque a falta de recursos económicos no podamos tener una universidad con personal docente realmente implicado en su docencia – e incluso con vocación para ella. Pero no me parece una propuesta descabellada, al menos como opción. A ver quién es el profesor valiente que se atreve. Rivera Rosales ya lo ha hecho.