Son varios los temas que han surgido y a los que me gustaría responder.
1. Thunderbird, me ha resultado sugestiva tu aproximación polarizada entorno a las imágenes del código de Hammurabi y del código hitita. Añadiría que la transición histórica de uno a otro puede deberse precisamente a ese movimiento hacia la inmanencia, al comienzo de ese ocaso de los dioses que empieza a situar la trascendencia verdaderamente allende aquí, y supone cierto reconocimiento a que matando a quien mata los que aún vivimos no vamos a ningún lado (quién sabe si no existe incluso cierta base biológica que puja por rechazar culturalmente la pena de muerte, opuesta evidentemente a otras fuerzas que hacen que se mantenga y sea casi un universal cultural).
2. Thunderbird, comparto contigo que el tópico del materialismo es, como su nombre indica, un lugar común a lo largo de toda la historia. Mucho antes que el auto que nos citas, el idealismo platónico y neoplatónico ya había inspirado al desprendimiento de lo material como impuro e imperfecto frente a la trascendencia, que tanto alimentaría a la teología cristiana primitiva. Pero ninguno de esos ejemplos es suficiente para refutar algo que me parece un hecho: que nuestro hoy está impregnado "aún más" por ese espíritu materialista. ¿En qué sentido "aún más"? Por diversos motivos, de los que ahora sólo daré cuatro que me parecen suficientemente contundentes como para hacer de la nuestra una época especialmente materialista:
2a. Para empezar en el número: si nuestra época, como tantas veces hemos comentado, se asemeja a la helenística, en la que el politeísmo axiológico y la pérdida de referentes y valores universales habilitaba la proliferación de escuelas como la hedonista para las clases más selectas que se pudieran permitir ese estilo de vida, en nuestro caso la rebelión de las masas ha favorecido el acceso masificado a ese bienestar acomodado en el primer mundo, con un aumento del poder adquisitivo general que eleva el número de quienes superan un modelo de vida de subsistencia y pueden comenzar a sobrealimentarse, a consumir desaforadamente, a inundarse de objetos que no necesitan,...
2b. El triunfo del capitalismo como pensamiento casi único ha impuesto su jerarquía axiomática en la que se prioriza ante todo la maximización del beneficio poblando todas las esferas: más apropiación sistemática, más crecimiento sin término,... esa voracidad de la que habla Bud creo que se encuentra singularmente presente en nuestros días.
2c. La esperanza de vida ha aumentado vertiginosamente en las últimas décadas, lo que hace que la muerte, ese hito que nos abre a la trascendencia, se aleje de nuestras vidas. Antes la mortalidad infantil cotidiana, la enfermedad fulminante hoy ya superada, la guerra en casa, el luto sempiterno,... hacían que la muerte estuviera mucho más presente. Y las palabras del poeta "Recuerde el alma dormida..." se vuelven mucho más pertinentes que nunca.
2d. El ocaso de los dioses en la postmodernidad, que con la pregonada muerte de Dios ha hecho proliferar las perspectivas, planteamientos y éticas puramente inmanentes. Esto aumenta la presencia de propuestas apegadas a la materia, plenamente conscientes de aquella frase de Dostoievsky que precisamente Sartre citaba en "El existencialismo es un humanismo":
“Si Dios no existiera, todo estaría permitido”. Y todo lo permitido, parece que será sólo aquí, en medio de la materia.
3. El significado del sacramento de la reconciliación como hoy en día la teología denomina a la popularmente conocida como "confesión" ha evolucionado mucho a lo largo de la historia, especialmente a partir del Concilio Vaticano II. Sería quizá alejarnos del origen de este hilo, y de la temática del foro, pero creo importante recalcar que en la Iglesia católica existen prácticas y sentidos otorgados a este sacramento que se desmarcan radicalmente de aquellos que aquí le imputáis. Ciertamente la confesión parte en su origen de la idea veterotestamentaria del sacrificio para la restitución moral del mundo (esa imagen se ha plasmado en el mismo Cristo, considerado "cordero de Dios que quita el pecado del mundo", expiación como otrora presentaran los patriarcas hebreos). Sin embargo, el sacramento de la reconciliación tiene un sentido retenido desde su origen y es que el perdón del pecado no se enfoca tanto por reparar el daño a otros como el desorden o desajuste que se produce en uno mismo. El hijo pródigo que regresa a casa se encuentra perjudicado por sus propias obras y el padre amoroso y siempre esperando sale a su encuentro sin pedirle más explicaciones. Aunque la situación penosa es material - tener que alimentarse de las algarrobas de los cerdos - se trata de una metáfora de la conciencia del daño causado al carácter propio - êthos -, que echa a perder sus posibilidades buenas. Como es obvio, la libertad juega aquí un papel imprescindible - como pura tautología, sin libertad no puede haber responsabilidad - y negar, como hace Bergson, la dimensión de lo posible imponiendo la pura facticidad impide calificar a nada de inmoral, ni si quiera a la confesión como tal. La reconciliación requiere del arrepentimiento, no en modo de "pago", sino como condición de posibilidad de la propia "curación" o "liberación", reconciliación con uno mismo, con lo que uno estaba llamado y en el fondo quería de verdad haber sido y haber hecho, y reconciliación con Dios que planteó ese plan. En el orden secular de la ética, la culpa recae en el infractor que se ve liberado de ella por el perdón de su víctima. Ello no quiere decir evidentemente que el daño sea necesariamente compensado. Y de hecho, este sentido curativo hacia el propio pecador - con todas las perversiones e hipocresías de que pueda ser objeto - se refleja en el sacramento en el perdón íntimo recibido, y guardado en "secreto de confesión". Entiendo que el ámbito hacia los otros sea el que más te preocupe, Thunderbird, pero tampoco hay que perder de vista que quien se arrepiente en su lecho de muerte, quizá ya no tenga oportunidad de intentar resarcir a los demás, y sólo pueda atender a uno mismo. Pero también al testimonio que puede dejar al desconocido que le escucha: "no hagas como yo". Eso puede ayudar a otros a no volver a cometer lo que el moribundo considera como un error.
4.
Nolano escribió:
¿A quién haremos más caso como consejero? ¿Al hombre que se va a quedar allí o al que nos va a acompañar en nuestro camino?
A pesar de haber dicho que no creo mucho en los arrepentimientos de última hora, eso no quiere decir que la experiencia no sea un grado, y habitualmente quien está al borde de la muerte forma parte estadísticamente hablando del grupo de los humanos más experimentados. A tu dilema habría que añadir, para ser justos, que el consejero que no nos va a acompañar tiene pruebas de que recorrió un camino en su día bastante similar al que ahora se nos presenta - por mucho que no sea exactamente el mismo - y que nos aconseja desde esa experiencia (buena o mala). A mí desde luego, me daría que pensar y no lo rechazaría de plano.
5. Aprecio el mensaje de HermesT. Yo también creo que los tiros del arrepentimiento puedan ir más bien por el tiempo perdido. Y ahí quienes están al borde de la muerte sí tienen una perspectiva preferencial, porque ya no les queda. Quienes parece que nos queda toda la vida por delante vivimos muchas veces inconscientes de la caducidad de lo que hay y de lo que somos, como ya he dicho (y conviene al sistema: vivir a tope, consumiendo sin prudencia, sin preocuparnos por ejemplo por las deudas que, en el ignorado caso de nuestra marcha, podríamos dejar a quienes nos hereden). La jerarquía de valores que predican quienes están próximos a la muerte no ha de ser mejor que la de éstos; pero sí es bastante probable que éstos estén contando con un tiempo para reordenarla que luego es posible que no tengan.