Hace bastantes años que llegué a la conclusión de que el sacramento de la confesión es, en sus fundamentos, profundamente inmoral. De hecho pienso que los dos grandes factores que extienden y propician la inmoralidad en nuestra sociedad son el “perdón de los pecados” y el “determinismo psicológico y/o social” que convierte al verdugo o en un enfermo o en una víctima. Por eso me impresionó tanto la lectura de “El existencialismo es un humanismo”, de Sartre, que pone al hombre, solo y desamparado, sin paliativos, frente a frente con su responsabilidad frente a toda la Humanidad.
Una ética sólida no puede fundarse en la posibilidad de arrepentimiento, en el borrón y cuenta nueva. La ética requiere que el agente humano reflexione antes de actuar y sea consciente de que lo que uno haga no se puede deshacer, que ya no tendrá vuelta de hoja. La autonomía de la voluntad no consiste en hacer lo que a uno le apetece, sino en legislar; y nadie es tan insensato como para ponerse a legislar sin reflexionar.
Pero discrepo en parte de lo que dices, Thunderbird, con relación a esa dicotomía que estableces entre el Código de Hammurabi y el código de los hititas. Cierto que hay una diferencia de técnica jurídica; pero, en el fondo, el mito subyacente es el mismo: la consecuencia jurídica del delito es una “reparación” del mal causado. Y eso no cambia porque en el caso de los babilonios se incida en el castigo personal del delincuente y en el caso de los hititas en la reparación pecuniaria. En ambos casos se trata de pretensión de una especie de vuelta a la situación anterior al delito; cosa, por otra parte, que es casi un universal cultural, si atendemos a los mitos primitivos.
Leí una vez la siguiente interpretación del ciclo de los Nibelungos, que llevó a la ópera Wagner en su tetralogía “El oro del Rin”. La cosa comienza cuando los dioses germánicos quieren dotarse de una mansión digna de ellos, el Walhalla, y contratan a los Gigantes para que se la construyan; el pago sería darles como esposa a la diosa Freia, que cultiva las manzanas de que se alimentan los dioses y gracias a ellas conservan la eterna juventud. Cuando los dioses descubren que no han hecho un buen negocio, pues están envejeciendo, deciden rescatar a Freia. Pero el precio es tener que entregar a los Gigantes el Oro del Rin, tesoro sumergido. Así lo hacen, pero con ello han desbaratado el orden natural; la ambición se apodera del mundo, uno de los gigantes mata a su hermano y se convierte en un dragón que sólo vive para cuidar de sus riquezas, metido en una cueva revolcándose en su tesoro. El drama no concluye sino cuando finalmente Sigfrido mata al dragón (antiguo gigante) y el oro es devuelto a las profundidades del Rin, restaurándose así el orden natural de las cosas. Pero en el camino se ha producido el “ocaso de los dioses”, esos dioses inservibles pues han sacrificado en su propio interés el orden general natural del mundo.
Viene esto a cuento para ilustrar que, en el Código de Hammurabi, y en general en toda pena de muerte, subyace el mito de que el castigo o la muerte del malhechor restaura el orden del mundo que el propio malhechor había alterado, pues todo mal es una alteración del orden del mundo. En las ejecuciones en USA se invita a los parientes de la víctima para que asistan a la muerte del criminal: así se supone que aquéllos serán espiritualmente resarcidos, que la muerte del homicida compensa la muerte de la víctima y se restablece el orden del mundo. Eso no difiere, en su trasfondo filosófico, de la justicia de la compensación o del resarcimiento que tú ilustras con el código penal hitita.
La transposición simbólica de ese mito a la doctrina cristiana da origen a la confesión. Al arrepentirse el pecador, repone el orden moral del mundo; la confesión y la correspondiente autohumillación del pecador es un símbolo de la “muerte” del hombre antiguo (pecador) que resucita en un hombre renovado, y la penitencia es un simulacro del castigo que equilibra, o repone, lo que aquél había sustraído al orden natural del mundo. Seguramente las personas a las que se refiere el artículo periodístico citado por Bud eran todas pertenecientes a la cultura occidental; no sería raro que su “arrepentimiento” fuera un acto reflejo condicionado por su culturización. Por otro lado, y a este respecto Bergson tiene muy interesantes ideas a las que haré próximamente referencia en otro hilo del foro, lo posible no sería sino la retrotracción del presente hacia el pasado y, por tanto, el arrepentimiento de los actuales desahuciados no sería sino la retrotraslación de su mísera condición actual al pasado en la forma de lo posible, de lo que podían (hoy) haber hecho (ayer) y no hicieron. La penosa situación del presente es trasladada al pasado convertida en “pecado”.