A mí me pasa como a Rdomenech:
filosofiauned.es/index.php?option=com_ku...t=30&Itemid=72#82696 que tampoco he tenido nunca el impulso religioso, desde mi más tierna infancia así lo recuerdo.
En el comienzo de "El malestar en la cultura" Freud reconoce que le ocurría lo mismo:
Uno de estos hombres excepcionales se declara en sus cartas amigo mío. Habiéndole enviado yo mi pequeño trabajo que trata de la religión como una ilusión, me respondió que compartía sin reserva mi juicio sobre la religión, pero lamentaba que yo no hubiera concedido su justo valor a la fuente última de la religiosidad. Esta residiría, según su criterio, en un sentimiento particular que jamás habría dejado de percibir, que muchas personas le habrían confirmado y cuya existencia podría suponer en millones de seres humanos un sentimiento que le agradaría designar «sensación de eternidad»; un sentimiento como de algo sin límites ni barreras, en cierto modo «oceánico». Se trataría de una experiencia esencialmente subjetiva, no de un artículo del credo; tampoco implicaría seguridad alguna de inmortalidad personal; pero, no obstante, ésta sería la fuente de la energía religiosa, que, captada por las diversas Iglesias y sistemas religiosos, es encauzada hacia determinados canales y seguramente también consumida en ellos. Sólo gracias a éste sentimiento oceánico podría uno considerarse religioso, aunque se rechazara toda fe y toda ilusión.
Esta declaración de un amigo que venero -quien, por otra parte, también prestó cierta vez expresión poética al encanto de la ilusión- me colocó en no pequeño aprieto, pues yo mismo no logro descubrir en mí este sentimiento «oceánico».
Creo que esto viene a cuento porque parece que el debate deriva hacia la manifestación personal de algunos intervinientes que basan su creencia en Dios en algo así como ese sentimiento "oceánico" (algo parecido le pasaba a Unamuno).
Ante ese sentimiento, supongo que todo lo que podamos argumentar los otros va a ser romperse la cabeza contra un muro sin producir nada útil. Por eso, para salir de ese callejón sin salida creo que haría falta reconocer lo siguiente: que si Dios existe necesariamente tiene que haber alguna manifestación fenoménica de esa existencia. Ya no hablaré de pruebas, sino al menos de indicios, como quiere Annabella. Si Dios fuera ese Primer Motor inmóvil que, como pensaba Aristóteles, se despreocupa totalmente del hombre, nos va a dar igual si Dios existe o no y el debate sobre su existencia es perfectamente inútil. ¿No os parece? Pero para no predicar esa inutilidad, habrá que suponer que Dios va dejando huella en el mundo.
Bien, de ahí que haya reclamado que aporte las pruebas (indicios si se quiere) quien afirme la existencia de Dios. Las sometemos a juicio crítico y vamos avanzando. Ese sería mi plan.
A título de ejemplo, y si alguien quiere seguir por ese camino, adelante, pongamos como indicio la moralidad impresa en el corazón humano, que le lleva a distinguir el bien del mal. Es uno de los dos indicios que veía Kant que, aunque nunca afirmó la existencia de Dios, sí la postulaba:
Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes cuanto más reiterada y persistentemente se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado que está sobre mí y la ley moral que hay en mí.