Sobre esta “batalla”, son muchas las manifestaciones de políticos que se leen/escuchan en los últimos tiempos en los medios de comunicación. Sin ir más lejos, Esperanza Aguirre hace una semana llamaba a la “batalla cultural contra los enemigos de España” o en EEUU, donde los representantes del partido republicano y sus votantes se lanzan a la “batalla cultural” y, entre otras acciones más relevantes, niegan la entrada en sus hogares de productos tales como las películas de Disney, por tener personajes pertenecientes al colectivo LGTB, o de alguna marca de cerveza (Bud Light), ésta por tener colaboración con una estrella de las redes trans. Estas empresas no solo sienten la presión de los accionistas, también de sus empleados, además de sus clientes. Desde ese espectro político se habla de “ideología de género”, de “ideología de los derechos humanos”… ¿¿¡¡!!?? salvo que las noticias e imágenes que nos llegan de Gaza no sean tramadas y moldeadas por la IA (me pongo en cuestión), esta última etiqueta me hiela la sangre.
Pero no es el contenido ideológico de estas manifestaciones sino el reconocimiento que el título de “batalla cultural” lleva implícito, como lo llevaba el de “hacerse con el relato”. No me refiero a aquello que de construcción sugiere tal “relato” o esta “batalla cultural”, sino a que ya no se nos oculte que es algo diseñado y de lo que hay que hacerse con las riendas ante la cara de impasibilidad o el entumecimiento del tan traído y llevado individuo.
La civilización podría ser la historia de la dominación de unos pocos sobre el resto. Dominación que quiere el control de los impulsos de las personas, la contención de sus necesidades, la restricción y dirección de sus deseos. Para Freud parece que había un ciclo que se repetía hasta la saciedad en la historia de nuestra especie: “dominación/rebelión/dominación”, pero esta nuevas y sucesivas dominaciones no serían una repetición de la primera o de la inmediatamente anterior, serían cada vez más sofisticadas y es que el sistema de actuaciones debe garantizar eficacia, utilidad y duración. También será más impersonal, objetiva y universal. La pelea es por tener el mando en la construcción de la sociedad.
Para Herber Marcuse (judío, discípulo junto a Hanna Arendt y levinas, entre otros, del ¿nazi? Heidegger, profesor rescatado del ostracismo por, entre otros, el ¿estalinista? francés Sartre… qué loco esto de la filosofía. La culpa la tiene mi lobo, se comió El origen de los totalitarismos sin que hubiera superado el ecuador de la obra. Otro gallo me habría cantado), Decía que para H. Marcuse la lucha de los oprimidos había terminado siempre con un nuevo y “mejor” sistema de dominación, pero también que cada revolución había liberado fuerzas que habían sobrepasado metas, luchando contra la explotación y la dominación.
¿Tiene toda revolución su Judas traidor?, no es solo que el revolucionario se reinserta en el sistema a base de disfrutar de privilegios, sino que ahora las gratificaciones y libertades del dominado son descritas por el propio sistema de dominación, se cuelan en el ocio de las personas, en la flexibilización de lo que antes eran sus tabús… vale…. que sí, pero el caso es que ya no se nos baraja como individuos sino como átomos sociales, tan adormecidos que ya no hace falta que se nos desvele esa “dominación” como algo que enfocas mucho rato en un cuadro lleno de puntos y desvías la mirada y la extravías y de pronto, sin saber cómo… aparece esa imagen en 3D… “dominación”.
Con el obsceno uso de términos tales como “batalla cultural” o “hacerse con el relato” se nos ha privado de la posibilidad de torcer la mirada hasta bizquear, de volver a enfocar. Y es que soy un dominado, vale ¿y qué?
Texto redactado por el chatgpt al escribir “batalla cultural”