De la guerra
Cuando Carl Von Clausewitz escribió su célebre tratado Vom Kriege (De la guerra), inacabado, pero publicado y convertido en un clásico de la literatura militar, estaba dando a la guerra, atávica en la historia de Europa y del mundo, una nueva dimensión.
En la paz perpetua Kant, (leed el escrito anterior) hay que ser honesto y hablar de la guerra perpetua como una antinomia (contradicción) kantiana de la civilización y el progreso, Clausewitz sentencia: la guerra es, por tanto, un acto de violencia por obligar al adversario a hacer nuestra voluntad.
De esta manera, daba a la guerra un objetivo político y una dimensión psicológica, inaugurando en cierto modo el concepto de Guerra Total que tanta destrucción ha causado en los últimos cien años.
El militar prusiano estaba engendrando conceptos nuevos y al mismo tiempo dejando por escrito ideas que ya debían ser de uso habitual en su tiempo y que nadie había dejado por escrito, plasmando en el papel el zeitgeist, el espíritu de su tiempo.
Una de las ideas más provocadoras de Clausewitz es que la guerra comienza con la defensa. Sin ésta, no habría conflicto como tal, de modo que él otorgaba a la defensa la preeminencia en el estudio y por tanto da predominancia al concepto de disuasión. El mejor ataque es una buena defensa, la mejor guerra es aquella que no comienza.
Si Sun Tzu escribió que la guerra es el arte del engaño, Clausewitz lo lleva más allá cuando de alguna forma ve la guerra como el intento de romper la voluntad de resistencia del enemigo.
Que alguien pacifista como yo haya leído a Clausewitz aunque sea superficialmente y Sun Tzu, más breve y asumible, da lugar a muchas de las contradicciones (antinomias) a las que está sometida la razón humana cuando quiere entender el mundo en el que vive. De hecho, probablemente el mayor problema es que el mundo no se deja comprender y todo intento de comprensión es sólo un gran error nuestro. Buscamos explicaciones a cosas que no tienen y si la tienen está fuera del alcance de nuestra razón y menos de la ciencia, que por depender de la validación de los sentidos es aún más limitada. ¿Excusas para no pensar?
Y entonces el corazón se nos rompe y los ojos lloran cuando vemos, impotentes y voyeurs involuntarios de la desgracia, el drama humano inmenso que tenemos delante cada día. Viejos que entierran a jóvenes, madres que añoran a un hijo, mujeres que cogen un fusil en un gesto romántico y patriótico, ejércitos de papel y guerreros de verdad, periodistas y políticos que se juegan la vida, entre el servicio público y la vanidad de estar en primera línea, sacrificios anónimos que nunca tendrán un reconocimiento... Y, al fondo de todo, las miradas de unos niños que no ríen, y que quizás no vean nunca más el sol. He aquí el hombre...