Y para nosotros terminar aquí esta parte de nuestra digresión filosófica dedicada a la sabiduría y doctrina de Spinoza vamos a usar, así mismo, el último comentario de su comentarista que, si bien como gran profesional nos fue siguiendo e ilustrando con sus notas a pie de página para la comprensión de la palabra spinoziana, parece algo, el comentario y por ser el último, fuera de lugar.

Dice el comentarista: "y, en esa rareza, la Ética alza su propio monumento, pieza casi impensable de un pensamiento libre, libro extraño y solitario".

De cierto es que no puede saberse cómo se puede decir y pensar eso de la Ética y de un hombre como Spinoza. Alguien, además el comentarista, que asegura que la Ética ha llenado gran parte de su vida.

La verdad es que a mí, Spinoza, a mi personalmente, no me va mucho, se le ven un poco sus ínfulas de filósofo y de judío ilustrado, pero de eso a realizar el comentario del comentarista pasan 300 kilómetros y unos cuantos minutos luz.

Es necesario entender -entendimiento-, y conocer -conocimiento-, y saber -sabiduría, la clase de libertad que nos propone el filósofo y llegar con ella a nuestra liberación, no a nuestra negación, ni mucho menos a nuestro "deseo insatisfecho". Una libertad esencial y salvaje, de plantas y animales, de seres de razón, y una libertad cómo mérito, cualidad y virtud.

No se puede decir ¡jamás! que Spinoza no es un espíritu libre, no es un pensamiento libre, si desde su misma adolescencia y juventud está trabajando y luchando por algo muy parecido. Y, más tarde, cuando ya fuera famoso y respetado derivó y no aceptó diversos puestos y prebendas que le ofrecieron y tan sólo con ese mismo fin: su libertad de pensamiento, ideas y escritos. No se puede decir tampoco que Spinoza fuese un solitario y que no tuviese amigos, debido a su misma correspondencia, a las visitas que recibía, a su relación con una diversidad de gentes importantes de los lugares y sociedades que le tocara vivir y porque, mismamente, fueron sus amigos y allegados quienes amorosamente recogieron sus obras y escritos y los publicaron a su muerte.

Casi habría sido mejor terminar: "Y en esa excelsitud, la Ética alcanza su propio monumento, pieza impensable en un pensamiento judío, libro increíble y lleno de admiradores".