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TEMA: Leibniz. Los contingentes del futuro.

Leibniz. Los contingentes del futuro. 18 Mar 2022 02:40 #69552

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A partir de la proposición 13 del Discurso de Metafísica se inicia un tema fascinante que no es otro que el tratamiento de los “contingentes futuros”, la posibilidad o no del trato y manejo de esos contingentes.
Habíamos visto en el pensamiento de la antigüedad cómo en la filosofía y pensamiento de las primeras mujeres filósofas el tema de la adivinación y presunción del futuro era algo común a ellas, es decir, que coincidían en su interés por ello. También en la filosofía de la Edad Media y la Escolástica este tema se había tenido en cuenta.
Giordano Bruno dice que la mejor de las filosofías es aquella que “más se corresponde con la verdad de la naturaleza” y mejor nos hace cooperar con ella “bien sea mediante la adivinación…según el orden mismo natural y la razón de la alternancia vicisitudinal…”, “bien sea mediante el establecimiento de leyes y la reforma de las costumbres”. Y en otro lugar de la misma obra había dicho: “todas las filosofías bien fundadas concluyen que es propio de un espíritu profano y turbulento el querer precipitarse a reclamar explicación y querer definir aquellas cosas que están por encima de la esfera de nuestra inteligencia”.
Francisco Suarez dice que una de las condiciones de la sabiduría es que ha de ser “referida al conocimiento de las cosas más difíciles, en la medida que le es posible al hombre, porque no pertenece a la sabiduría humana investigar cosas más elevadas que ella misma y que no pueden ser conocidas con la luz natural, como la realidad de los contingentes futuros y otras, y el pretender conocerlas según la ciencia humana no será ya sabiduría, sino temeridad. La sabiduría humana por consiguiente, versa sobre las cosas más altas y difíciles, según la capacidad del ingenio humano”.
Pero Leibniz dice que no, que sí es posible esa clase de entendimiento de todas las cosas y que los contingentes del futuro están incluidos también en ese entendimiento. Así, el sabio alemán concede a cada individuo una “ens” total, un entendimiento de pasado, presente y futuro y que sí que es posible manejar los contingentes del futuro. Es por eso, y por otras muchas causas por supuesto, que formulará la doctrina de las Mónadas.
Dice Leibniz: “como la noción individual de cada persona encierra de una vez para todas lo que le ocurrirá siempre, se ven en ella las pruebas <a priori> o razones de la verdad de cada acontecimiento, o por qué ha ocurrido uno con preferencia a otro”. Sigue: Hemos dicho que la noción de una sustancia individual encierra de una vez para todas todo lo que puede ocurrirle jamás”.
Pero dice que todo eso anula la diferencia entre contingente y necesario, que la libertad se hace imposible y que la “fatalidad absoluta imperará” en nuestras acciones y en los sucesos del mundo. Así dice que: “Hay que distinguir entre lo que es cierto y lo que es necesario: todo el mundo está de acuerdo en que los futuros contingentes son seguros…pero no se reconoce por eso que sean necesarios”.
“Y nosotros sostenemos que todo lo que ha de ocurrir a una persona está ya comprendido virtualmente en su naturaleza o noción, como las propiedades lo están en la noción de círculo”, “la conexión o consecución –entre todo lo que ha de ocurrir y una persona (esto es mío)- es de dos maneras: una es absolutamente necesaria; su contrario implica contradicción, y esta deducción se realiza en las verdades eternas, como son las de geometría; la otra sólo es necesaria <ex hypothesi>, y por decirlo así accidentalmente, y es contingente en sí misma, cuando el contrario no implica contradicción. Y esta conexión no se funda en las ideas puras…”. Así tal cual lo pone el sabio Leibniz.
Es como si el pensador alemán nos propusiese algo más simple y su intención fuese la de solucionar con lo contingente la problemática de no-contradicción en el sentido de que la posibilidad de no existencia –lo contingente- puede ser la posibilidad de no-contradicción –lo necesario-. Pero dice G. Fraile en su Historia de la Filosofía que el pensador alemán: “intenta racionalizar toda la realidad, suprimiendo la contingencia y reduciendo lo contingente a necesario”.
Prodigue Leibniz: “Ahora es, pues, cuando hay que aplicar la distinción de las conexiones y digo que lo que sucede en conformidad con esas anticipaciones es seguro, pero no es necesario”. “Todas las proposiciones contingentes tienen razones para ser así más bien que de otro modo, o bien (lo que es lo mismo) que tienen pruebas a priori de su verdad”, “mientras que las verdades necesarias están fundadas en el principio de contradicción y en la posibilidad o imposibilidad de las esencias mismas”.
Así tal cual fueron sus palabras y de cierto no puede saberse, ya que nosotros no somos filósofos, cuales son las razones de todo ello, acaso sean, sin más, típicas burradas o palabrotas de un chico del norte.
Termina Leibniz: “todo lo que alguna vez puede ocurrirnos, no son más que consecuencias de nuestro ser; y como estos fenómenos guardan cierto orden conforme a nuestra naturaleza o, por decirlo así, al mundo que hay en nosotros, el cual hace que podamos hacer observaciones útiles para regular nuestra conducta, justificadas por el resultado de los fenómenos futuros, y que así podamos con frecuencia juzgar del porvenir por el pasado sin equivocarnos, esto bastaría para decir que esos fenómenos son verdaderos sin hacernos cuestión de si están fuera de nosotros o si otros los perciben también”.
Al final de esta secuencia y apartados del Discurso dedicados a la elucubración de los contingentes del futuro el pensador y autor de ello regresa a la racionalidad, al pensamiento puro y dice: “nada puede acontecernos más que pensamientos y percepciones, y todos nuestros pensamientos y percepciones futuros no son sino consecuencias, aunque contingentes, de nuestros precedentes pensamientos y percepciones”.

En nuestras mientes, nuestra propia digresión particular, la cuestión queda y permanece, entonces, en el cómo terminarán en sí las cosas, la naturaleza y el universo, en cómo acabará el avatar de lo humano, si según unas maneras ideales, algo que responda a ciertas metas de perfección, belleza y arquetipo y con fines cercanos a la bondad y felicidad que eso posee en sí y hacia donde siempre se dirige, o si por el contrario ese final y término fuese según condiciones de desastre, explosión o cosa desquiciada, algo catastrófico y vil.
Dice Leibniz que eso, ese suceso y sus condiciones –en sus afinidades mistéricas y rosa-cruz- se encuentra ya presente en nosotros y que de hecho condiciona toda nuestra esencia y existencia. Entonces habría que preguntarse lo que será mejor si efectuar averiguaciones en ese sentido o pensar las cosas como lo dijeran Bruno y Suarez.
También, y siguiendo el tema, habría que hablar aquí de la idea de Destino. En la Academia de la Lengua aparece Destino, además de como meta, punto de llegada, como una “fuerza desconocida que se cree obra sobre los hombres y los sucesos”.
Destino es un término y palabra que se presta a servir de fiel de alguna clase de balanza, es decir, como fortuna o azar, algo que podría tener a un lado el platillo de lo bueno, positivo y aparente y en el otro lo malo, negativo e inconveniente. En los estamentos de la religión y trato con lo divino siempre se aprecia un espacio grandioso para lo bueno, dios o la idea conveniente y un mínimo espacio y territorio para la maldad, el diablo y la idea inconveniente. El Destino, así mismo, desde esos estamentos es visto desgraciadamente, desde las mínimas partes.
Pero Destino, además de fiel de una balanza, debe ser también libertad y decisión de libertad y libertad de individualidad. Una libertad como virtud, como “virtus”, una virtud de aspecto profano, pagano, del siglo de las gentes.
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