Lo primero que me pregunto en esta cuestión es entender si el azar, lo aleatorio, lo estocástico o la casualidad, como denominaciones, representan lo mismo, o si se pueden emplear para distintos significados del límite a las constantes de la coherencia que se barrunta en lo caótico.
Una cosa son las formas y cadencias de estructuración en sistemas cerrados o sujetos a cierta discriminación metodológica, y otra la recombinación abierta que desde elementos simples adquieren el potencial necesario para modificar los grandes patrones del orden epistemológico establecido.
Me planteo también si nuestra facultad de conocimiento, o mejor, nuestra forma de adquirir conocimiento que ha logrado (afortunadamente) hacerse experimental, desarrollará la capacidad congénita o al menos cultural para interiorizar los sucesos, en continuidad, de lo complejo; es decir, de aquello que deviene de la "posibilidad diferencial". Este concepto, desde mi consideración, puede estar en la base de las relaciones "interpoiésicas"; o sea, en todos los sucesos de la biología, de la física y del pensamiento, que partiendo desde esa simple "posibilidad diferencial" se recombinan para seguir desarrollando las propias pautas "interpoiésicas"; pienso en átomos, bases nitrogenadas, células nerviosas, proteínas, bits de información, funciones recursivas; así como en ecosistemas, sociedades, etc...
También quiero añadir a los ejemplos anteriores la abstracción matemática del número 1 o unidad, con todas sus irradiaciones, y más concretamente con los convencionalismos para analizar la cuestión del todo y las partes.
El siguiente inicio de reflexión que me sobreviene es diferenciar al ser humano como ente ontológico, del individuo como suceso de complejidad, para interesarme más por lo último.