Hola, por poner un ejemplo al hilo de lo que estáis comentando y en los inicios, llevo unas 40 páginas ¡sólo!
El chaval tiene miedo a morir. Quiere un beso de su madre, quiere que ella vaya a despedirse a su cama porque va a morir y ella de alguna manera tiene que saberlo, quiere que asienta. Su madre se altera, le molesta, no comprende que el niño sea tan dependiente, pero a él le da igual porque él va a morir y quiere que ella le de ese beso, el último, le da igual que su padre se enfurezca, le da lo mismo molestarles, hacer el ridículo delante de la sirvienta, de los invitados, él va morir esa noche. Ella quiere ser algo más que madre, ella quiere el “por fin juntos”, el “también con otros” el “no solo soy madre” las conversaciones continuadas, no interrumpidas. Él niño va a morir esa noche, como cada una de las pasadas noches y como cada una de las siguientes. Son un montón de páginas en las que describe, compara, envuelve y un chispazo, ese estrés del que sabe que va a morir cuando cierre los ojos. Un estallido que acontece en mi después, muchas horas después, en un autobús, leyendo a Quine y sus reflexiones lingüísticas sobre las relaciones entre lenguaje y realidad (Filosofía del lenguaje II) en un autobús, amaneciendo, entonces lo recuerdo, hace tiempo ya, durante algunos meses, cada noche, “mamá, dame un beso” y trago con dificultad mientras le pienso, dios de pronto lo entiendo. Este tipo me está haciendo sentir otra vez leyendo literatura.