Hola a todos
Aquí les dejo parte de una entrevista a Don Diego Gracia Guillén (uno de los grandes bioeticistas del mundo hispano) titulada “El Maestro Deliberador”
P.- Si le diagnosticaran una enfermedad degenerativa irreversible que comportara una pérdida de sus facultades físicas y mentales, ¿vería aceptable que alguien le ayudara a morir?
R.-Yo no sé si lo pediría, pero desde luego entendería a los que lo hicieran. Las personas que lo piden me merecen el máximo respeto, siempre y cuando hayan tenido antes todos los medios para evitar el sufrimiento. Porque en cuidados paliativos se suele decir, y tienen bastante razón, que cuando una persona que sufre dice que quiere morir, lo que está diciendo es que quiere vivir de otra manera. Pero es cierto que hay personas que, cuando ya han agotado todos los procedimientos, siguen diciendo que quieren morir, muchas veces por motivos morales, por no ser una carga para los demás. Eso me parece muy respetable. ¿Qué haría yo en un caso así? Pues, sinceramente, no lo sé.
P.-¿Debería reconocerse legalmente a esas personas la posibilidad de recibir ayuda para poner fin a sus vidas?
R.-El problema es cómo manejar las situaciones terminales más angustiosas. Un principio básico es el de la gradualidad: hay que ir de lo menos lesivo a lo más lesivo, y no al revés. A mi modo de ver, con unos buenos cuidados paliativos y una sedación terminal bien manejada, se pueden resolver prácticamente todos los problemas. Todos. Lo ideal es la planificación anticipada de la atención terminal. Que desde la medicina familiar y comunitaria, poco a poco se vaya planificando la atención del enfermo, y si sufre un proceso degenerativo irreversible, se vaya clarificando qué es lo que quiere el paciente para el momento en que ya no pueda decidir.
P.-Pero seguirá habiendo enfermos que, teniendo todos los cuidados, no quieran vivir la fase más degradante del proceso terminal. Una respuesta utilitarista sería: como son casos excepcionales previsiblemente muy poco frecuentes, no es necesario legislar sobre ello
R.-Y una respuesta periodística sería: como son pocos casos, pero más interesantes, hablamos sobre todo de ellos.
P.-Admito la ironía sobre la práctica periodística, pero ¿no cree que no se trata de un problema de número, sino de derechos civiles?
R.-Yo creo que las personas tienen derecho a gestionar su propia muerte. No tengo tan claro que tengan derecho a que los demás hayan de involucrarse en ella. El problema de la eutanasia, como el del suicidio asistido, es que son actos transitivos, alguien tiene que actuar sobre el cuerpo de otra persona. Lo ideal es no llegar ahí. Casos como el de Ramón Sampedro, en que el paciente tiene muy complicado poder gestionar su muerte, existen, qué duda cabe. No digo que la eutanasia y el suicidio asistido no puedan aplicarse en casos muy excepcionales sin que se pene a los profesionales o a quienes han colaborado, pero a lo que no estoy dispuesto es a convertir la excepción en regla. Y se convierte la excepción en regla cuando se pone el énfasis en los casos excepcionales.
P.-¿Le preocupa tal vez la llamada "pendiente deslizante", es decir, la posibilidad de que una regulación legal condujera a posibles abusos?
R.-Lo que temo es que equivoquemos las prioridades. En este país aún no tenemos bien organizados los cuidados paliativos, no hay un programa nacional integrado ni tenemos una red sociosanitaria para atender correctamente a las personas mayores. Yo creo que lo que no se puede hacer es colocar a las personas en situaciones que son peores que la muerte y luego, caritativamente, ofrecerles la eutanasia. Nuestra obligación es dignificar el final de la vida, y no tratar a los enfermos terminales como si fueran algo así como retales de seres humanos.
P.-¿No se está generando una cierta intolerancia al sufrimiento? ¿A qué atribuye el creciente uso de las llamadas píldoras de la felicidad, como el Prozac?
R.-Vivimos en una cultura centrada en el bienestar. La propia OMS define la salud no como la ausencia de enfermedad, sino como "un estado de perfecto bienestar físico, mental y social". Nuestra cultura ha optado por el bienestar como criterio, y el dolor, qué duda cabe, es un elemento perturbador. Pero el bienestar es un ideal, como la felicidad. Que se trate de incrementar el bienestar está bien, pero pensar que se puede lograr completamente es una ilusión que puede llevar a grandes fracasos. Lo que hay que buscar en la vida es un prudente bienestar, poder llevar a cabo tus objetivos de vida de modo razonable. Lo demás es imprudente. Somos la primera generación con una esperanza media de vida de 80 años. Creo que es un tiempo razonable para llevar a cabo los objetivos de vida.
P.-¿Cómo se imagina usted a esa edad?
R.-Pues no sé si llegaré y me cuesta imaginarlo, pero intentaré ser coherente con lo que estoy diciendo. La vejez se la prepara uno antes, y yo tengo mucho que hacer. Desde luego no creo que me vaya a aburrir: leer, escribir, pensar, dar conferencias. Más o menos lo mismo que ahora.
Un saludo