Ya que invocas a los dioses, por ellos te respondo. Y te digo que el papel del rey me ha sorprendido porque está a un paso del bobo del teatro de Lope de Rueda. Se debería llamar Tontote. Pero.es un tonto necesario, ciertamente. A mí los Tauros me ha gustado menos que Áulides. Ifigenia no es Freud, eso está claro, y su interpretación de los sueños deja mucho que desear. También es cierto que Eurípides se muestra menos creyente que Sófocles e incluso lanza alguna broma acerca de la existencia de los dioses, imposible en los otros dos grandes trágicos. La solemnidad de la primera Ifigenia, magnífica, con un personaje magistral como el de Clitemnestra (el pobre Agamenón se pasa toda la obra cagao de miedo) desaparece en esta obra. No me hace mucha gracia el deus ex machina final, con la aparición de la nada de Atenea para provocar un happy end. De hecho, me parece que el final es demasiado happy. Por lo menos se podía morir Pilades, pero bueno. De todas formas, la obra gana en intensidad conforme avanza la tragedia, sobre todo cuando aparece el Tontote.
En cuanto a lo de Atenea y su Necesidad. Los dioses griegos, muy superiores a los humanos y con un sentido de la justicia tan severo que dejan en ridículo las leyes previas al Código Hammurabi y al Levítico juntos, padecían las mismas miserias y ambiciones que nosotros, pobres parásitos que solo servimos para su diversión. Por eso no están exentos tanmbién de la Necesidad. Pero yo diría que en las religiones monoteístas (sin ser experto en el tema) también los dioses tienen sus necesidades. Por ejemplo, tienen que ser terribles no pueden ser directamente accesible a los humanos (de ahí el Espíritu Santo y demás figuras intermedias) y, en el caso de las religiones semíticas, existe la necesidad de que Dios recompense a las personas por sus buenas acciones. De ahí que, por ejemplo, en el final de Libro de Job (probablemente impostado, porque de lo contrario jamás hubiese pasado el filo del canon veterotestamentario) se recompense al héroe. De lo contrario tendríamos un relato trágico, a la manera de Edipo, y eso no es propio de las religiones semíticas.
En cambio, la justicia de los dioses griegos no es accesible a los humanos ni existe justicia poética (aunque sí la hay en esta Ifigenia). Es absurda. Es la justicia, mutatis mutandis, de Kafka. Solo que en Kafka no hay dioses, ni los hay en Beckett. Hay la Ley, la Burocracia, cuando no lo Indecible o lo Innombrable. El desamparo total y el mayor realismo que hayamos conocido.
Aquí tenemos a una Atenea que, por muy lista y guapa que sea, está sometida a otros poderes. Y entre los dioses no se juegan batallas menores, no juegan a las canicas ni al tres en raya (léase la Teogonía de Hesiodo), no, no; aquí los dioses se matan cruelmente y se devoran y los castigos que se infringen no son peores que los que infringen a los humanos. Y son unos borrachos que se convierten en cisnes o en toros para satisfacer sus relaciones carnales concupiscentes.
Los dioses tienen sus necesidades y se dice, se rumorea, que en el Olimpo había un váter de oro cargado de ambrosía que limpiaba la excrecencias divinas. Pero es solo un rumor.
Edito: debido al arrebato divino que me ha entrado de repente, he enviado el mensaje con errores provocados por el autocorrector (no míos, por supuesto) que paso a corregir en lo posible.