Zolaris te contesto a mi manera (disculpa si el estilo es un tanto poco convencional).
Convoco a la imaginación y al recuerdo. Se me aparece William Stoner criado en el seno de una familia de agricultores muy pobres, con unos padres trabajando una tierra poco fértil que requiere un esfuerzo feroz para obtener unos magros resultados. No recuerdo a ningún hermano. Los progenitores son correctos, pero en su mínima expresión, no son para nada cariñosos. Parcos de palabra y de hechos. Estoicos. Duros como el terreno que los envuelve y con el que interaccionan diariamente. ¿Amor?. Seguramente lo hay pero habrá que cavar muy profundamente para que pueda manar algo de agua de ese pozo. La superficie es muy árida. ¿Qué le transmiten a su hijo William? Pues su forma de ser. Al crecer William va a la universidad gracias al esfuerzo ímprobo de sus padres, a los ahorros de toda una vida, a estudiar agronomía, para así poder mejorar los métodos de trabajo que dan sustento a la familia. Pero dicha materia no le dice nada. Se cuela en unas clases de literatura y entonces un día el profesor le mira fijamente a los ojos y le suelta la susodicha frase de que Shakespeare le habla, le susurra al oído, o mejor le grita, le grita, sí le grita a él para que despierte, para que despierte del sueño, del sueño de una vida de aridez, de escasez, de pobreza material y, sobretodo, espiritual. Y él experimenta un momento de epifanía. Se levanta un velo, se abre un nuevo mundo, un continente inexplorado y le convocan específicamente a él para la misión de transitar por ahí. Le convocan los clásicos con sus obras maestras, que le hablaran de lo que a él le importa de la vida, de su vida, le llevaran de la mano a recorrer parajes salvajes, extraordinarios, de una singular belleza, le abrasaran con su lucidez, con el fuego de la pasión, de esa pasión que él William Stoner entrevé en su interior gracias al reflejo que capta en esa mirada de su maestro que profesa un profundo amor por las obras clásicas. Y lo dejará todo, que es nada, pero que son sus padres, su familia, su compromiso con ellos, y se gastará los ahorros familiares en estudiar lo que a él le apasiona. No puede hacer otra cosa. Es la pasión, el enamoramiento, hallar un sentido a su vida haciendo algo para lo que ha oído una llamada y no es la divinidad quien le convoca esta vez, sino nada más y nada menos que el bardo en una ceremonia oficiada por un maestro-profesor-sacerdote que alberga una sabiduría transmitida a través de los siglos. Aquí se dan la mano la pasión, el amor (al saber), la búsqueda de un sentido a la propia vida, el hallazgo del mismo (la epifanía shakespeariana) y la rebeldía al destino impuesto (ser agricultor agrónomo y seguir el modelo paterno). Esa Belleza eterna es la que cree ver en reflejo azul de los ojos de Edith y su apariencia personal algo distante fomenta su enamoramiento de alguien que se le aparece como portador de esencias ideales. Se enamora de ella y después seguirá amándola aún siendo consciente de sus defectos. Es un estoico y también amará como tal. Y de la misma manera asumirá su fracaso sentimental como tal. También aquí hay amor (durante unos años). Con Katherine descubre a un alma gemela y se desarrollará otro amor, ya no ideal, sino más maduro. La mediocridad que le envuelve arruinará la evolución de ese amor que se inicia como una aventura. Sopesa y decide. No abandona a la familia a pesar de la mala relación con su esposa. También le pesa que es padre y que su hija quedaría prácticamente huérfana (en las temibles manos de Edith). Sustine et abstine. Con Katherine ha experimentado una segunda epifanía en su vida, la del amor por una mujer real. Nuevamente se produce una nueva consciencia de lo que da sentido a su vida, de lo que desea, de lo que le da vida. Pero esta vez no será como la anterior en que renuncia a su compromiso filial, sino que ahora vencerá el sentimiento de responsabilidad paternal y renunciará a su deseo, pero no es por cobardía.
Una vez más los mediocres (portaestandartes de la ideología dominante) se impondrán en el medio académico haciéndole la vida imposible, pero él no se achica, reflexiona, se controla a sí mismo y halla el camino -en un ejercicio de inteligencia y osadía- para proseguir impartiendo aquellas materias que a él le interesan y que cree que son las más adecuadas para seguir intentando transmitir a sus alumnos aquella llama que él vio brillar en los ojos de su antiguo maestro. Y tiene éxito en su empeño. Goza del aprecio y del reconocimiento de sus alumnos (que es lo que en realidad le importa). Una vez más amor al trabajo, a lo que a uno le apasiona y da sentido a la propia vida. Ni se pliega, ni se enfrenta directamente al sistema, resiste, resiste como buen estoico que es. En un enfrentamiento directo perdería y sería derrotado. Lucha a su manera, resistiendo, defendiendo sus valores y lo que ama con los hechos, con las acciones cotidianas, abierto a los demás (a sus alumnos, al futuro). Ni se pliega, ni acepta los valores imperantes, ni intenta medrar hipócritamente. Es realista, acepta lo que hay e intenta desarrollar su proyecto vital y lo consigue en buena parte. Lo logra profesionalmente (no persigue el éxito socialmente reconocido) y en el amor creo que también. Atesora una autoestima (amor a uno mismo) suficiente para poder luchar por lo que cree y quiere, para hallar un sentido en lo que hace, para mantener una integridad y una honestidad personal. Conoce y disfruta de la amistad de algunos compañeros, del amor a las mujeres (amor ideal y de madurez), (aunque poco, es verdad), del amor a su hija (aunque no puede evitar que se le vaya de las manos y se pierda), también del amor de y por sus padres (aunque seco, frugal y parco ciertamente). Amor haberlo hay-lo aunque nos parezca escaso, defectuoso, pobre. Pero quizás es que suele ser así. También sufre las envidias, hipocresías y traiciones de los demás.
En definitiva es un señor, el buen William, que vive una vida plena, con sus cosas buenas y también llena de sinsabores y sufrimientos. Resiste hasta el final siendo él mismo, con su forma de hacer y sus valores. En ese sentido el éxito es rotundo, a pesar de que según las convenciones imperantes se pudiera considerar un pobre hombre fracasado. Para mi se acerca a la épica.
Como puedes ver Zolaris, subjetividad a tope. Esta vez me ha salido así.
Un saludo y gracias a ti por tus comentarios y aportaciones tan sugerentes.