Nos dibuja una sociedad poblada de ruines, perversos, manipuladores, contradictorios, descreídos, borrachos, tarados, ociosos y gentes que se creen más listos de lo que son. Seres maravillosos todos ellos. Pocos se salvan, acaso el narrador, perrito faldero de Stepan. La presencia de Várvara que lo domina y manipula todo y Stepan, pobre patán. Por detrás están las sombras de los hijos de ambos, Nicolai y Petrushka, que imagino que tendrán un mayor recorrido en capítulos posteriores. Y como siempre, la prosa deslumbrante. A modo de ejemplo, el modo en que Várvara trata de convencer a Dasha para que se case con Stepan:
“Él es frívolo, irresoluto, insensible, egoísta, de costumbres ruines, pero debes apreciarle, sobre todo porque los hay mucho peores que él.”
O el modo en que describe la vanidad de Karmazinov, el escritor:
“Todo el artículo, que era bastante largo y palabrero, lo había escrito con el único fin de exhibirse a sí mismo. Entre líneas podía leerse: «Fíjense en mí; vean qué clase de hombre fui en ese momento. ¿Qué les importan a ustedes el mar, la tempestad, los acantilados, el casco destrozado del barco? Yo les he descrito de modo suficiente eso con mi pujante pluma. ¿Por qué se fijan ustedes en esa mujer ahogada, con el cadáver de un niño en sus brazos muertos? Mejor es que se fijen en mí,”
Y así sucesivamente. Por el momento parece que la obra está en un momento en que todo puede estallar, pero ya veremos.