"Los hombres no solo quieren la obediencia de las mujeres: quieren también ser dueños de sus sentimientos. Todos los hombres, salvo los más brutales, desean que la mujer más unida a él no sea una esclava forzada, sino voluntaria; no una simple esclava, sino una favorita. Han aplicado todos los medios posibles con el fin de esclavizar sus mentes. Los amos de todos los demás esclavos se basan en el miedo para mantener la obediencia: en el miedo a los propios amos, o en los temores religiosos. Los amos de las mujeres querían algo más que la mera obediencia, y aplicaron con este fin toda la fuerza de la educación. A todas las mujeres se les inculca desde sus primeros años la creencia de que su carácter ideal es el diametralmente opuesto al del hombre; no tener voluntad propia ni gobernarse por el propio control, sino someterse y ceder al control de otros. Todos los discursos morales les dicen que este es el deber de las mujeres, y todos los sentimentalismos les indican que esta es su naturaleza: vivir para los demás, renunciar por completo a sí mismas y no tener más vida que la de sus afectos. Y sus afectos no pueden ser más que aquellos que se les consienten: hacia los hombres a los que están unidas, o hacia los hijos, que constituyen un vínculo adicional e irreductible entre un hombre y ellas. (…) sería milagroso que el objetivo de resultar atractivas a los hombres no se hubiera convertido en la estrella polar de la educación y formación del carácter femenino. Y una vez adquirido este gran medio de influencia sobre las mentes de las mujeres, el instinto egoísta llevó a los hombres a aprovecharlo al máximo como medio para tener sometidas a las mujeres, presentándoles la mansedumbre, la sumisión y la renuncia de toda voluntad individual a favor de un hombre como parte esencial del atractivo sexual. ¿Podemos dudar que cualquier otro de los yugos que ha conseguido romper la humanidad habría perdurado hasta ahora si se hubieran aplicado los mismos medios, y con tanta diligencia, para someter a él las mentes? Si se hubiera convertido en objetivo de la vida de todo joven plebeyo o siervo de la gleba encontrar favor ante los ojos de algún patricio o señor feudal, si se les hubiera presentado el ingreso en su hogar y una participación en sus afectos personales como premio a los que todos debían esperar, de tal modo que los más dotados y meritorios pudieran contar con los premios más deseables; y si una vez alcanzado este premio, se hubiera levantado un muro de bronce que los separara de todos los intereses que no se centraran en el señor, de todos los sentimientos y deseos ajenos a los que él mismo compartía o inculcaba… en tales condiciones, ¿acaso no se distinguirían hoy tan claramente los siervos de los señores, los plebeyos de los patricios, como se distinguen los hombres de las mujeres? ¿Y acaso no habrían creído todos, salvo algún que otro pensador aislado, que tal distinción era una característica fundamental e inalterable de la naturaleza humana?"