Resumiendo Strawson lo que lleva avanzado hasta ahora, lo expone en el siguiente argumento (las palabras en negrita son mías para dar forma inferencial a lo que afirma Strawson):
Strawson escribió:
La verdad del juicio, si es verdadero, consiste en su conformidad con la manera en que son las cosas del mundo.
Pero:
Sin duda es un rasgo de nuestro habitual esquema de pensamiento el entender que la percepción sensible produce juicios que son verdaderos generalmente o de forma usual.
Luego:
Debería haber una relación de dependencia muy regular entre la experiencia propia de la percepción sensible y cómo son las cosas objetivamente. (En caso contrario, la verdad o la corrección normal de los juicios perceptivos sería inexplicable, una coincidencia extraordinaria.) p. 110.
Del concepto de verdad como correspondencia que ya habíamos adoptado al comienzo del capítulo 4, y de la creencia en que nuestros juicios son generalmente verdaderos, cabe deducir que la realidad es generalmente como la pensamos; y más aún: que nuestros juicios mantienen una relación de dependencia con las cosas tal como son.
Realmente el punto débil de ese argumento de Strawson es la segunda premisa, la creencia en que nuestros juicios son verdaderos generalmente. Pero aunque esa afirmación sea indemostrable (quizá un acto de fe) creo que no es del todo injustificada o arbitraria, aunque Strawson no se refiera a ello. En un nivel inmediato y personal, pensamos que si actuamos conforme al conocimiento que nos hemos formado del entorno, nos va mejor que si actuamos en contra de nuestros juicios sobre las cosas; si me formo el juicio “el agua hirviendo quema”, tal vez ese juicio sea falso, pero estoy convencido de que me irá mejor si no meto la mano en la cacerola cuando hierve el agua que si la meto. En un nivel general, se puede decir que las facultades cognoscitivas del hombre no son generalmente falsas porque el hombre ha sobrevivido como especie, cosa que no habría ocurrido si los juicios cognoscitivos fueran generalmente erróneos, como argumentaron Popper y Quine.
Especificando más la naturaleza de esa dependencia que creemos que hay entre cosas y juicios, Strawson la califica de dependencia causal. Enseguida nos ocuparemos de eso. No obstante, antes, me gustaría llamar la atención sobre una afirmación de Strawson:
Strawson escribió:
Pero estamos hablando de algo que no se limita a ser sensible a su entorno, como lo sería una planta o un instrumento, sino de algo cuya sensibilidad adopta la forma de conocimiento consciente de su entorno. P. 112
Reconozco que me desorienta esa frase: ¿A qué se refiere Strawson con lo de “consciente”? Hasta ahora nada se ha dicho de eso. Por mi parte, creo que sería legítimo hablar del “juicio” de, por ejemplo, un gato. Mi gato tampoco mete la pata en la cacerola de agua hirviendo y supongo que es porque formula el mismo juicio que yo sobre que “el agua hirviendo quema”, y juicios similares sobre los hechos del mundo que, generalmente, son verdaderos. Posiblemente la diferencia no es radical, sino de grado: posiblemente mis juicios son generalmente más acertados que los de mi gato, porque emito muchos más juicios y sobre un abanico más amplio de acontecimientos. Pero, en ese orden de cosas, ¿es legítimo excluir a una planta? ¿No busca con sus raíces el agua, no rehúye o busca (según el tipo de planta) la luz? Ciertamente aquí se trata de un “conocimiento” aún más limitado que el del gato, pero conocimiento al fin y al cabo. Toda reacción al entorno, creo, supone un cierto grado de “conocimiento” y un cierto “juicio”, que generalmente será verdadero (o el ser vivo perecerá más pronto que tarde) en el sentido pretendido por la teoría de la verdad como correspondencia.
Sin embargo, para Strawson es crucial que el sujeto del conocimiento y del juicio sea “consciente”; y ello porque se dispone a abandonar la estricta teoría de la verdad como correspondencia para introducir la teoría de la verdad como coherencia. Efectivamente, si nos mantenemos en el ámbito estricto de la verdad como correspondencia, tenemos que sostener el criterio de la dependencia causal estricta, pues evidentemente, bajo una óptica realista (dualista) como la que estamos siguiendo, la percepción sensible de la realidad es la causa de nuestro juicio, y no a la inversa (no es nuestro juicio la causa de la realidad y ésta su efecto, como ocurriría en el idealismo). Pero aquello sería aplicable tanto a un hombre como a un gato (o a una planta, en mi opinión); lo que sólo es aplicable al hombre, como titular de un “conocimiento consciente”, es que
Strawson escribió:
Los conceptos empleados en el juicio perceptivo sobre el mundo, por un lado, y la experiencia sensible misma, por otro, se compenetran más estrechamente de lo que sugiere la imagen [de dos estadios causales y, por consiguiente, sucesivos]. p. 112
El carácter de la experiencia perceptiva misma, de la experiencia sensible misma, se halla completamente condicionado por los juicios sobre el mundo objetivo que estamos dispuestos a hacer cuando tenemos esa experiencia. p. 113
No nos importa ahora la cuestión de si ese rasgo es exclusivamente humano y de si el hombre ocupa un estatuto privilegiado entre los entes del mundo. Lo que sí parece cierto, en todo caso, es que para el ejercicio de facultades cognitivas superiores como las del hombre es necesario un sistema simbólico (llamémoslo si queremos estructura conceptual) de un cierto grado de complejidad. No podemos captar directamente las impresiones en nuestros sentidos y formarnos imágenes con ellas; necesitamos una estructura mental de intermediación.
Strawson escribió:
Hasta el momento he observado que la experiencia perceptiva debe ser causalmente sensible al mundo que hay a nuestro alrededor; y también he señalado que se halla plenamente impregnada de los conceptos que empleamos al formar juicios perceptivos sobre el mundo. Pero es claro igualmente que si esos juicios han de ser verdaderos en general, los conceptos utilizados en ellos deben ser, en general, conceptos de géneros de cosas [kinds of things] que están realmente en el mundo y conceptos de propiedades que esas cosas realmente tienen. p. 114
Una nota sobre la traducción; cuando Strawson habla de que la experiencia se halla “plenamente” impregnada utiliza la palabra inglesa “
thoroughly”, que puede traducirse mejor por “enormemente”; así queda sitio para la propia realidad de las cosas percibidas, que el “plenamente” parecería excluir.
Pero pese a la introducción de este nuevo elemento en nuestra teoría de la verdad, Strawson no está dispuesto a renunciar tan fácilmente al anclaje básico del conocimiento en la realidad, como pone de manifiesto que la estructura conceptual es maleable, cabe suponer que para su mejor adaptación a una correspondencia con la realidad:
Strawson escribió:
... ni estoy planteando un problema ni proponiendo una solución. Simplemente, me encuentro trazando las líneas que conectan entre sí las partes de la estructura. Esto no quiere decir que la estructura no pueda modificarse nunca. (...) ... la concepción que tenemos de la estructura básica de las ideas en que se produce tal ganancia de conocimiento puede refinarse como resultado de esa ganancia [en el conocimiento del mundo]. p. 115
De momento, no obstante, Strawson se muestra bastante cauteloso y no lleva muy lejos lo que viene llamando esa “estructura conceptual” que parece querer reducir a la constitución biológica sensorial del hombre, a un a priori filogenético, en suma:
Strawson escribió:
De modo que a las cosas se las puede concebir, se puede pensar en ellas como realmente son, en términos abstractos, pero no se las puede percibir como son de verdad. Percibimos las cosas, por supuesto, pero no como son en realidad, sino tan sólo como se les aparecen a seres constituidos fisiológicamente como nosotros lo estamos. p. 117
Pero Strawson nos reserva una sorpresa para finalizar el capítulo, que se titula “La experiencia sensible y los objetos materiales”, sin que hasta el momento haya hablado más que de la primera. La sorpresa es ésta: bajo el título de “objetos materiales” Strawson va a hablar de un concepto de tanta raigambre metafísica como el de “sustancia”; aunque sin usar dicha palabra. Reparemos en el siguiente texto:
Strawson escribió:
[El crítico obsesivo] ha perdido completamente de vista la función que desempeñan en nuestras vidas (...) los conceptos de lo objetivo. De todo lo que ha pasado por alto puede que lo más importante sea el hecho de que los objetos han de percibirse como portadores de cualidades sensibles, visuales y táctiles, para que se los pueda percibir como ocupadores de espacio (p.118).
Me interesa la siguiente expresión: “objetos como portadores de cualidades”. En la tabla (más bien tablas, pues expone varias) de categorías de Aristóteles aparece una primera, radicalmente separada de las demás: la “sustancia” (sub-stancia, sub-jectum, sujeto), el soporte de las demás (que serían predicados). Sustancia que, más adelante, se identifica con la referencia de nuestros juicios, ya sean lógicos (referencia), ya gramaticales (sujeto):
Strawson escribió:
Pero todas las imágenes (...) son imágenes de un mundo en el cual cada uno de nosotros ocupa, en un momento dado, un punto de vista perceptivo y en el cual los individuos que ocupan espacio, señalados y señalables como tales mediante conceptos de cosas de ese género, tienen, como nosotros, historias pasadas y, quizás, un futuro.
Así pues, estos individuos que ocupan espacio y que conservan su identidad –individuos a los que, en nuestra experiencia, cabría llamar «objetos materiales» o «cuerpos»- ocupan una posición fundamental en nuestro esquema de cosas, en la estructura conceptual que empleamos (p. 120)
Así pues, como piedra angular de nuestro sistema filosófico hemos acabado poniendo al “individuo” que “conserva su identidad”. ¿No estamos, pues, de vuelta a Quine, a quien habíamos abandonado al final del capítulo 3? ¿Necesitábamos tantas alforjas para tan poco viaje? Creo que sí, y hay que darle la razón a Strawson. El “ser es el valor de una variable” de Quine sólo tenía alcance lógico, pero no decía mucho sobre la realidad. El trayecto de Strawson, sin embargo, nos ha llevado a través del argumento que hemos expuesto al principio: nuestros juicios generalmente se aproximan bastante a la realidad de las cosas. Así que la afirmación de Quine se nos ha convertido en una “casi” condición necesaria y suficiente. Dentro de la exposición que hasta aquí ha hecho Strawson podemos decir que es una condición que podemos admitir “generalmente”, con generalidad más que con necesidad, y generalmente suficiente. Y ello porque:
Strawson escribió:
Percibimos las cosas, por supuesto, pero no como son en realidad, sino tan sólo como se les aparecen a seres constituidos fisiológicamente como nosotros.
Lo que ha de tenerse presente a propósito de esta conclusión es que es perfectamente aceptable, si se la entiende apropiadamente; y que, al mismo tiempo, resulta perfectamente compatible con la proposición de que normalmente percibimos las cosas como son en realidad. Aunque en apariencia parezcan contradecirse, de hecho no es así. Pues la frase «las cosas como son en realidad» se usa en esas proposiciones en sentidos diferentes o con diferentes criterios de aplicación” p. 117.
No nos debería sorprender todo esto, pues ya Strawson nos había avisado al comienzo de su libro de que posiblemente estaríamos todo el rato moviéndonos en círculos viciosos argumentativos; pero lo importante no era eso, sino la amplitud de los círculos que recorriéramos. Desde luego, como era de esperar, Strawson no ha demostrado que haya una realidad ahí fuera y que dicha realidad sea como la concebimos. Tampoco lo ha pretendido; se trata, simplemente de analizar por qué esa opinión es bastante (si no la que más) plausible y aceptable. Y es, por otra parte, la que se corresponde con nuestra forma de hablar. Así que cierra el capítulo con otro retorno, en este caso a la opinión de Wittgenstein que recogió en el primer capítulo sobre la conveniencia de acudir al lenguaje ordinario en que nos expresamos:
Strawson escribió:
El lenguaje nos proporciona un reflejo del lugar fundamental que corresponde a ciertos tipos de objetos de referencia, a los individuos lógicos, en nuestro esquema de las cosas. Y, por consiguiente, también de la primacía de ciertos tipos de predicación, de los tipos que corresponden a las propiedades y relaciones (p. 121)
Recordar, para terminar, que no estamos tan lejos de Aristóteles, después de todo. Ya habíamos hablado de la categoría de “sustancia”, fundamental para el Estagirita y, como vemos, también para Strawson, aunque bajo el nombre de “objeto con identidad”. Ahora la mención de éste al lenguaje nos recuerda que asimismo para Aristóteles, las categorías eran formas de ser, pero también formas gramaticales; y ambas cosas de forma inseparable.