Inicio una serie de comentarios críticos personales sobre el libro “Marx (sin ismos)” de Francisco Fernández Buey. Mis comentarios previos en este
hilo me eximen de realizar una introducción con mi visión general del libro y mi planteamiento frente a él. Así que, sin más preámbulos, empiezo con el Prólogo (pp. 9-23; si no se indica lo contrario, las páginas que se citan se refieren al libro que comentamos, en concreto a la tercera edición, de mayo de 2004, que es la que manejo; por otro lado, utilizaré la abreviatura FB para referirme a Fernández Buey).
FB escribió:
"Muchos trabajadores llegaron a entender, a través de la palabra de Marx, al menos una parte de sus sufrimientos cotidianos, aquella que tiene que ver con la vida social del asalariado" (p. 9).
Es dudoso que los trabajadores llegaran a entender su explotación por el patrono a través de Marx; más bien yo diría que empezaron a no entenderla y, precisamente por eso, a cuestionarla. Pero además incurre aquí FB en cierta ambigüedad que no es precisamente trivial, sino que tiene consecuencias de largo alcance en la interpretación y valoración de la figura de Marx. Apela aquí FB
ad misericordiam, buscando la simpatía de un público predispuesto a simpatizar con el sufrimiento de la humanidad explotada. Pero esa identificación de Marx con un segmento social, el de los asalariados, reduce su sistema filosófico a la ideología de un grupo social determinado; bajo ese prisma, Marx sería prácticamente un sindicalista o quizá (si tiene algún sentido conceptual la vaga referencia a tal denominación) un agitador de un “movimiento social”. Y creo que ahí hay un serio error de enfoque. Como comenté en el hilo al que me referí antes, que sirve de introducción a estos comentarios más extensos, lo que caracteriza al “proletariado” es que, al no tener nada, carece de interés propio y, por consiguiente, puede servir de catalizador de un proceso cuyo final es una sociedad desinteresada, sin clases. Si algo tengo claro respecto de los “movimientos sociales”, a falta de una definición teórica más precisa por parte de quienes utilizan eso como referente, es que carecen de una dimensión totalizadora de la realidad, no disponen de un relato descriptivo coherente de la realidad social y menos aún de un metarrelato explicativo. Sería menospreciar mucho a Marx reducirlo a eso. Precisamente la importancia de Marx es la de haber elaborado un relato y un metarrelato coherente del mundo social. Y, por eso, su alcance es político, incluye en su horizonte la toma del Estado y el gobierno de la sociedad en su conjunto; incluso la disolución del Estado en una comunidad internacional. Y no en beneficio de una sola clase social, sino en beneficio de toda la sociedad y de toda la humanidad. Esa visión global, pura filosofía política, no puede reducirse a una defensa de los intereses del asalariado; eso es demasiado miope y difícilmente hubiera alcanzado la resonancia que sí tuvo (y quizá todavía tenga) el marxismo.
FB escribió:
“Marx es un clásico. Un clásico interdisciplinario. (...) Y, sobre todo, un clásico de la economía que no se quiere sólo crematística. (...) Fue él quien llamó la atención de los contemporáneos sobre las alienaciones implicadas en la mercantilización de todo lo humano.” (p. 10).
“... la concentración de capitales desemboca en el oligopolio y en el monopolio; y el monopolio acaba siendo negación no sólo de la libertad de mercado sino también de todas las otras libertades. Lo que se llama «mercado libre» lleva en su seno la serpiente de la contradicción.” (p. 12).
Es bastante conocido que Marx acudió a la economía política clásica para explicar el mundo bajo una óptica económica. Tal como se fue configurando la doctrina económica clásica desde Adam Smith y sus seguidores, fundamentalmente David Ricardo, el sistema económico liberal se basaba en dos pilares: 1) la división del trabajo y 2) la teoría del valor-trabajo. De acuerdo con esta segunda, el valor relativo de las mercancías depende de la cantidad de trabajo que la obtención de cada una de ellas lleva aparejado.
¿Qué quiere decir FB con lo de “economía crematística”? Si por crematístico entendemos dinerario, nos encontramos con dos cosas, a ninguna de las cuales le cuadra la frase de FB: 1) No sólo es imputable a Marx el no querer una economía “sólo crematística”; de hecho no hay ningún economista a lo largo de la historia (ni anterior ni posterior a Marx) que considere que la economía es cosa exclusivamente de dinero, sino antes bien todos piensan que se trata de satisfacer necesidades humanas, para lo que el dinero es mero instrumento; 2) Marx tampoco rechaza el dinero como medio de intercambio, pues eso significaría o bien acabar con la división del trabajo o bien volver a una economía de mero trueque, o ambas cosas a la vez.
Es cierto que Marx escribió páginas con duras críticas al “dinero”. Pero para comprender a qué se refiere Marx hay que tener en cuenta las dos finalidades muy distintas que tiene el dinero: 1) servir de medio para intercambiar mercancías infinitamente más eficiente que el trueque y 2) servir de instrumento para la acumulación de capital. Evidentemente la primera finalidad, en tanto en cuanto Marx suscribía la necesidad de dividir el trabajo para poder subvenir de forma más eficaz a las necesidades humanas, no puede ser objeto de crítica, pues es un avance respecto del trueque, única forma de intercambio en ausencia de dinero. El problema que Marx veía en el dinero no era ése, sino el derivado de su segunda función: el servir como forma para representar trabajo alienado. Si el valor de las mercancías depende del trabajo incorporado a las mismas, y se cambian mercancías por dinero, el dinero representa trabajo y, a su vez, permite comprar nuevo trabajo. Y el trabajo incorporado no siempre es el del poseedor del dinero: el dinero permite apropiarse de trabajo ajeno, es una herramienta fundamental en la apropiación de la plusvalía del trabajador por el capitalista. El problema que ve Marx no es, especialmente, el dinero ni la mercantilización (es decir, el comercio, el intercambio) sino la propiedad privada del capital, que no es sino trabajo acumulado, en manos de unos pocos, la expropiación por unos pocos del trabajo de muchos.
El problema no es, pues, el «mercado libre» sino que el mercado libre, por razón de las relaciones de producción vigentes en el sistema capitalista en la fase en que Marx lo conoció, acaba desembocando en el oligopolio, en la acumulación de cada vez más capital en cada vez menos manos. Y, como es sabido, el monopolio y el oligopolio no son, precisamente, ejemplos de libre mercado, sino más bien sus enemigos. No digo que Marx defendiese el libre mercado, pero no por él mismo sino porque acaba desembocando inevitablemente, según el relato marxista, en el oligopolio o el monopolio; lo que sí afirmo es que el enemigo de la humanidad según Marx no es especialmente el libre mercado, sino estos epígonos suyos.
Al igual que se ha denominado a Marx “filósofo de la sospecha”, podría llamársele también “economista de la sospecha”. Pero ahí no está tampoco solo. Antes que él algunos economistas y muy señaladamente Robert Malthus ya había “sospechado” que lo de la “mano invisible” de Smith era un mito; que el sistema económico liberal no necesariamente conducía a un equilibrio, sino más bien a desequilibrios crecientes que diseñaban un panorama bastante pesimista, alejado del optimismo implícito en la Ley de Say.
FB escribió:
“... no pretendió construir una filosofía de la historia y (...) así lo escribió en 1874” (p. 13).
“ Hoy (...) nos preguntamos si no hubiera sido mejor conservar para eso el viejo nombre de utopía” (p. 14).
El mayor mérito de Marx no radica en su relato economicista de las relaciones humanas; en eso se limitó a recoger sustancialmente y trabarlos de forma un poco diferente, los mimbres de los teóricos clásicos de la economía política. Tampoco en tomar nota de la alienación consiguiente a la mediatización de las relaciones humanas cuando éstas se objetivizan, pues eso ya lo había apreciado Hegel y expuesto con claridad. En mi opinión el gran mérito de Marx radica en haber sido capaz de elaborar un metarrelato perfectamente trabado con su relato y haber dado origen así a un proyecto político enormemente sólido y atractivo.
Pero en contra de lo que afirma FB, en ese metarrelato sí desempeña un papel fundamental la filosofía de la historia. Es una lástima que FB no nos dé referencia alguna para saber en qué obra dijo Marx que él no pretendía construir una filosofía de la historia, pues así podríamos leer el pasaje completo y entender qué quería decir exactamente, si es que afirmó eso, y en qué contexto lo hizo. No sé si sirve de disculpa que FB pretende al parecer sólo escribir una obra de divulgación (en mi opinión no es disculpa, pues el rigor nunca debe dejarse de lado y no es lo mismo vulgarización que divulgación); en todo caso, sí es cuestionable el criterio del profesor de la asignatura al proponer la lectura de una obra que, en este aspecto, no supera los cánones mínimos de rigor académico exigible a estas alturas. Pero lo que resulta indudable, atendiendo a las más autorizadas voces al respecto es que Marx es un autor muy relevante en lo que se conoce como filosofía de la historia; por ejemplo, puede consultarse la voz “historia” en el diccionario de Ferrater Mora, donde Marx aparece de forma relevante y profusa. Nadie puede dejar de lado esa amplia área del marxismo que es el llamado “materialismo histórico”.
Y eso es perfectamente explicable. En efecto, ya Hegel, al dar a Dios por muerto se vio en la necesidad, si quería dotar al mundo de un sentido, de acudir a la historia. Si no queremos resignarnos a la impotencia kantiana tenemos que entender que el mundo tiene un sentido no oculto y, en ausencia de referente teológico, sólo la historia puede darnos las claves del sentido del mundo. Como es reconocido, por ejemplo, por Muguerza siguiendo a Bloch, el marxismo no es en última instancia sino una escatología. La esperanza que Marx expone ante la humanidad es la de una marcha hacia un mundo mejor. Para consolidar esa esperanza primero Marx elabora su relato, de base económica y social, a través del cual interpreta la marcha de la historia hasta el momento presente (de Marx); pero, para dar sentido a esa esperanza, habrá que hacerla posible e incluso inevitable, pues está inserta en la propia realidad de los hechos tal y como han ido apareciendo a través del desarrollo histórico al que se le da un sentido de progreso. Sin filosofía de la historia una filosofía materialista se disuelve en la mera facticidad, en el positivismo ciego y sin sentido; en la inutilidad de la acción transformadora del mundo, por consiguiente.
Aunque ese mundo mejor que anuncia Marx puede ser llamado u-topía, como hace FB, parece más apropiado llamarlo eu-topía. No se trata de la marcha hacia ningún lugar, sino de la marcha hacia el buen lugar. El nombre de utopía es especialmente inapropiado al referirnos a Marx porque precisamente él llamó “socialismo utópico” al socialismo primitivo, irrealizable, estéril, pues éste carece de un relato apropiado como el que Marx si alcanzó a conformar. Aunque desde el respeto a la labor de esos socialistas utópicos, no deja de percibirse siempre un cierto desprecio hacia ese socialismo que nunca puede alcanzar la eutopía por carencia de un relato instrumental sólido para ello, y se queda en mera utopía.
En la última parte del prólogo FB hace unas consideraciones personales de las que sólo voy a comentar dos.
FB escribió:
“Son palabras que hablan de tradición, supervivencia y resistencia, del lento paso desde el mundo rural al mundo de la industria, de la destrucción de culturas por el industrialismo y de la resistencia social a esa destrucción” (p. 21).
Estas palabras, que glosan de fondo la imagen de la tumba de Marx en la película
Puerca tierra de John Berger, son muy inapropiadas, pues ilustran algo que Marx siempre despreció profundamente, el espíritu pequeñoburgués. Pues el feroz capitalista merecía el ataque del proletario, pero por lo menos era un agente social inserto en su tiempo, al fin y al cabo un paso necesario previo a la revolución proletaria. Pero el pequeñoburgués, ese personaje de estirpe burguesa que, bajo la imparable concentración de capital en cada vez menos manos (oligopolio), alcanza un estatuto social y económico degradado de proletario sin asumir en su conciencia esa condición y que sigue defendiendo los valores tradicionales, oponiéndose así al progreso de la historia en su marcha hacia la revolución eutópica, ese personaje siempre fue blanco de furibundos ataques por parte de Marx y, posteriormente, por todo el comunismo de corte marxista. Eso puede que hoy no resulte muy políticamente correcto, pero es lo que hay y no se gana gran cosa intentando ocultarlo.
FB escribió:
“Era un gigante. Lo que él [Marx] hizo fue poner por escrito la verdad. El pueblo estaba siendo explotado. Sin él no habría habido sindicatos, ni estado del bienestar, ni industrias nacionalizadas...” (p. 23).
Este texto, procedente de la película
Grandes ambiciones de Mike Leigh, contiene dos falsedades y un equívoco. La primera falsedad, bastante obvia, es que Marx no inventó los sindicatos, que ya existían en Inglaterra cuando Marx no era más que un niño. La segunda, que, sea cual sea la influencia que la amenaza comunista haya tenido sobre la aparición y consolidación del
Welfare State, éste no es una creación conceptual imputable a Marx de ningún modo; el Estado del Bienestar es más una corrección en términos de justicia social de una sociedad bajo un modelo de economía de mercado, que un modelo político de corte colectivista y comunista. En una sociedad anarquista o comunista es impensable hablar de Estado del Bienestar, pues en ellos no hay clases sociales y, en consecuencia, al menos teóricamente, no debería haber indigentes necesitados de asistencia. El Estado del Bienestar debe mucho más a Keynes que a Marx; y no creo haber leído u oído a nadie poner el régimen soviético como un modelo de Estado del Bienestar (ni siquiera lo pretendió la propia autopropaganda del régimen soviético).
Finalmente, es equívoco imputar a Marx el mérito de las “industrias nacionalizadas”. Por un lado, la revolución comunista no es una nacionalización en masa de industrias: consiste en la colectivización total de los medios de producción. Una industria nacionalizada, sin embargo, es la que, por las razones que sean, ha sido expropiada por el Estado en un el ámbito de una economía de mercado más o menos dirigida. Pero si toda la industria está colectivizada (y no nacionalizada, pues eso apunta al Estado-nación que Marx, como buen internacionalista, pretendía superar) no es legítimo hablar de industrias nacionalizadas (por oposición a las privadas).