Ayer, hace 233 años, moría Jean-Jacques Rousseau, escritor, filósofo y músico suizo, un auténtico referente de la Filosofía Política.
Se le ha hecho padre del liberalismo y del socialismo, y con esto y en muchas vertientes, un auténtico maestro de la paradoja. Su fina y polémica pluma le costó acabar sus días en medio de la paranoia persecutoria, aunque no sin cierto fundamento pues fue un hombre contracorriente: precursor del romanticismo frente a la embriaguez ilustrada de la fe en el progreso, su postura encuentra un paralelismo importante con la de Pascal y su tiempo. Mucho más persuadido, empero, de la bondadosa naturaleza humana, el ginebrino fue un auténtico revulsivo del pesimismo hobbesiano vinculado al absolutismo. Con su versátil obra fue antecesor de diferentes ideas, no sólo vinculadas a la política (con nociones tan relevantes como la de "interés", instrumento esencial de la escuela de Frankfurt, y claras aportaciones a la constitución de los pilares fundamentales de nuestras democracias liberales y del marxismo) sino también a otras muchas disciplinas como la antropología cultural, la botánica, la historia natural, la lingüística, el movimiento animalista, o el vitalismo romántico (Nietzsche, Unamuno).
Obligado en la asignatura de Filosofía Política en la lectura de
El contrato social, puede también ampliarse en la asignatura optativa de Historia de la Filosofía Política, en contraste con la lectura obligatoria del De Cive de Hobbes.