Algunas reflexiones especulativas (y algo atrevidas) sobre Maquiavelo. Son fundamentalmente comentarios al Trabajo de Kierkegaard que se halla en la sección de Descargas de este foro.
1. Por supuesto la línea de pensamiento tradicional es la de que Maquiavelo es un pesimista antropológico y es imposible encontrar en él cualquier pretensión utópica. Pero esa opinión sólo se sostiene si pensamos que la utopía es contrafactible; pero no necesariamente si sólo es contrafáctica. Porque Tomás Moro, padre del utopismo, presenta un panorama muy bonito pero que sólo existe en su mundo sin lugar, que no tiene sitio; porque Moro no diseña cómo podemos llegar a esa Utopía, así que tendremos que seguir conformándonos con lo que hay, en ausencia de cualquier estrategia política que haga posible la esperanza.
Sin embargo, Maquiavelo sí que dedica sus esfuerzos a diseñar una estrategia política que, al fin y al cabo, lleva a algún sitio. Puede sonar raro insinuar que la estrategia maquiavélica conduce a una utopía factible. Pero tomemos la frase más típicamente maquiavélica: “el fin justifica los medios”. Si los “medios” consisten en el uso sin tasa del “poder” y el poder no consiste sino en la disposición sin tasa de esos medios, una de dos: o acusamos a Maquiavelo de circularidad o tenemos que pensar que los medios (el uso del poder por el Príncipe) están al servicio de algo más allá del mero “poder” entendido como mero instrumento para la satisfacción de las pasiones e intereses particulares del Príncipe. El Príncipe está más allá de la ingratitud, la frivolidad, la mentira, la cobardía y la codicia de los demás. El Príncipe no busca la mera satisfacción de sus bajas pasiones, porque para él el poder no es un medio para satisfacer éstas, sino para buscar el interés de la República. Precisamente si el Príncipe se moviera por su interés particular, como cualquier otro hombre, no duraría mucho en el poder. El poder está más allá del amor, no sólo del amor a los demás, compasión que lo debilita, sino incluso más allá del amor a sí mismo. El Príncipe es el sujeto kantiano desprovisto de cualquier imperativo hipotético: él sólo obedece a los imperativos categóricos, porque precisamente por ser Príncipe está más allá de la voluntad condicionada que mueve a los meros súbditos.
Desde ese punto de vista, Maquiavelo estaría sorprendentemente cerca de Rousseau. Pues el ginebrino no duda en sacrificar la voluntad particular (aunque sea ésta mayoritaria) ante la omnipotente “volonté générale”. Y de ahí que no sean anómalas las interpretaciones de Rousseau en sentido “dictatorial” (incluida aquí la dictadura del proletariado). Pues no hay que olvidar que si Maquiavelo tenía por modelos a César Borgia y a Fernando el Católico, Rousseau sirvió de combustible ideológico para el Terror de la Francia revolucionaria de Danton y Robespierre. “El amor depende de la voluntad de los hombres y el temer de la voluntad del príncipe”; esa contraposición entre voluntad de los hombres y voluntad del príncipe puede ser perfectamente interpretada como contraposición entre la voluntad de los individuos y la voluntad general.
Kant creía que los hombres, abrumados por la “ley moral dentro de sí”, conocen su “deber”, pero tal deber no es de este mundo (es contrafactible), así que postulaba la inmortalidad del alma, para acabar superando su frustración terrena en el otro mundo. Maquiavelo intenta realizar el deber en este mundo, pero como los hombres son interesados, habrá que obligarlos a cumplir su deber, aunque no quieran. Ésa es la misión del Príncipe: implantar el reino del deber en la tierra, quieran los súbditos o no; pero también pasando por encima de la condición humana (malvada, por tanto) del propio príncipe-persona. El Príncipe está obligado a situarse más allá de la condición humana, por eso, puede ser visto como un Übermensch.
2. Hay un hilo filosófico que une a Maquiavelo con Max Weber. Si nos situamos en la perspectiva a que acabo de referirme, Maquiavelo se acerca bastante al político fáustico de Max Weber, que entrega su alma al diablo en pro de una responsabilidad que el hombre moral no asume. Pero si queremos diferenciar a Maquiavelo de Max Weber tenemos que reconocer que, frente al inmoral líder carismático de éste, que obliga a la sociedad a ser ella también inmoral para sobrevivir, el príncipe maquiavélico no obliga a la sociedad a la inmoralidad; antes bien, la fuerza a cumplir un deber del que su laxitud interesada y malvada la desvía. El príncipe maquiavélico implanta en el mundo una virtú de la que el hombre particular, dejado a su libre albedrío, se aleja. El príncipe maquiavélico no vende su alma al diablo; antes bien, la entrega a la República: se inmola en el altar de la virtud, aun a costa de ser odiado y temido por sus conciudadanos corruptos y degenerados. Ése es su fin, para eso tiene el poder, porque no es el camino de la felicidad lo que importa, sino el del deber.
Una afirmación muy frecuente es la de que Maquiavelo desligó la política de la ética; sería así una anticipación de Weber. Pero creo que esa imputación no responde a la realidad, sino a una campaña propagandística de la doctrina de la Iglesia. En efecto, era ésta la interesada en separar los terrenos de la moral y de la política, pues reservándose el primero y poniéndolo por encima del segundo se aseguraba la sumisión del príncipe a la Iglesia bajo pena, en caso contrario, de acusar al príncipe de tirano inmoral. La doctrina política de la Iglesia, desde al menos Santo Tomás, siempre se reservó la potestad de impugnar al monarca injusto e incluso (Mariana) de propugnar el tiranicidido. En los inicios de la Monarquía absoluta, ya Maquiavelo intentó unificar el poder bajo el solo manto del monarca (en eso le siguió más adelante Hobbes), en lugar de ese poder bifronte Estado-Iglesia defendido por la doctrina católica. Por eso fue siempre acusado (falsamente) de inmoral, como el filósofo inglés.
3. Finalmente, Aristóteles. Desde luego, son muchos los puntos de similitud de la teoría política de Aristóteles y la de Maquiavelo, como lo son los puntos de divergencia.
Una diferencia evidente es que la Ética y la Política del estagirita tienen una clara vocación de construir un metarrelato: son una justificación del poder político en la polis. En cambio El Príncipe, como bien dice Bud en su mensaje, constituye más bien un manual para el mantenimiento del poder, sin que en ningún momento se justifique el origen de éste (que no se pone en cuestión). Otra diferencia obvia es que mientras Aristóteles parte de una pluralidad de opciones de régimen político Maquiavelo sólo se plantea el gobierno personal, la monarquía. Eso obedece sin duda a razones históricas, pues mientras la Grecia antigua estaba constituida por una pluralidad de polis, la Europa renacentista asiste al nacimiento de las monarquías absolutas (España, Francia, Inglaterra) frente a las cuales la ciudad-estado italiana, más o menos regida por principios democráticos u oligárquicos, era un anacronismo en vías de extinción por absorción o conquista.
El aspecto de convergencia de ambas teorías políticas que más me interesa es la comparación entre el príncipe maquiavélico y el “frónimos” aristotélico. Las concomitancias de estas dos figuras son muchas, pues ambos representan al encargado de gobernar la sociedad en un mundo de “tyje” o de “fortuna”, para lo cual sólo cuentan con su “areté” o “virtú”, que, independientemente de otras consideraciones, es lo que en realidad legitima al hombre político, el arte de dirigir el Estado en un mundo imprevisible y ante el cual sólo la virtud ofrece guía para sortear las dificultades. Tanto el frónimos como el príncipe son figuras en cierto modo trágicas, que no pueden permitirse pensar en sí mismos. El frónimos o spoudaios de Aristóteles vive sólo para el “logos”, para el “discurso” de la virtud, para decir la excelencia a los demás, con abandono de su vida interior (contemplativa) en aras de su vida política. El Príncipe de Maquiavelo, como ya dije antes, también se olvida de sí mismo para inmolarse en aras del deber político. Pero la gran diferencia es que, mientras el Príncipe impone la virtud a sus súbditos en contra de la torcida voluntad de éstos, el frónimos debe “convencer” a sus ciudadanos con su ejemplo de areté (al menos según el metarrelato aristotélico: Finley duda mucho de que Pericles y demás líderes atenienses no impusieran sus criterios en la Asamblea mediante artificios políticos, manipulando las intervenciones, comprando votos, etc. La tesis de Finley es bastante plausible).