He recordado este antiguo hilo con ocasión de que mi hija, que estudia Derecho, recibió del profesor de la asignatura Filosofía del Derecho la tarea de leer un artículo sobre Cornelius Castoriadis; mi hija acudió a mí, porque no entendía nada de lo que decía el artículo, así que tuve que leerlo y explicárselo. La doctrina de Castoriadis me pareció que presentaba algunos aspectos muy dignos de considerar, así que, aunque basándome exclusivamente en este artículo de Sonia Arribas,
"Cornelius Castoriadis y el imaginario político", y no en la lectura directa de Castoriadis, con lo que ello pueda conllevar de impreciso o erróneo, voy a resumir brevemente, con alguna nota crítica, la interesante propuesta de este filósofo, en espera de que alguien más informado y leído pueda completarla o, en su caso, someterla a revisión. (Los textos entrecomillados y en cursiva, salvo que se indique lo contrario, pertenecen al artículo de Sonia Arribas.)
El concepto clave en la doctrina de Castoriadis es el de “imaginario” y las implicaciones que conlleva para la teoría y la praxis política. Pero para entender tal concepto es necesario, primero, introducir otras nociones básicas.
La primera de ellas la de “clausura cognitiva” que, sin embargo, no representa una gran novedad en la filosofía de nuestro tiempo y que puede ser asimilada, perfectamente, a lo que se conoce como “precomprensión lingüística del mundo”, presente en doctrinas tan dispares como la de Wittgenstein o la de Heidegger. Se trata del conjunto de significaciones o prácticas sociales en las que el individuo está encerrado, en clausura, como en una jaula de modos de comportamiento y creencias que estructuran la sociedad en que vive. En momentos de profunda crisis histórica se «
abre la clausura», pero no para desaparecer y convertirse en apertura, sino para acabar constituyendo una nueva clausura, distinta de la anterior, pero clausura también, al fin y al cabo: «
los nuevos significados constituyentes tienden siempre a organizarse en una clausura»: «
La clausura de una sociedad no impide su transformación». Pero aparecen en Castoriadis dos nociones originales que creo que son las que más interés dan a su propuesta. La primera de ellas, que «
la dimensión histórica de la formación e institución de significados es siempre creación ex nihilo»; la segunda, que estos significados sociales son irreductibles a lo individual: «
la sociedad no es la simple agregación de individuos o de sus interacciones; es una red cambiante de significados que configura modos de comportamiento y creencias».
Por lo tanto, la clausura cognitiva no es inamovible, es transformable, pero no por el individuo, sino por la misma sociedad, y no con arreglo a ningún plan predeterminado de forma trascendente o por un sentido histórico, sino surgiendo de la nada,
ex nihilo. En ese sentido, «
habría que concebir la sociedad como un “magma de significaciones”, como la institución de la sociedad en tanto que autocreación»; la sociedad se va autocreando introduciendo y extrayendo significaciones de un “magma de significaciones”. Naturalmente, si estas significaciones fueran algo real, no sería posible una creación
ex nihilo, pues lo real no puede ser creado de la nada; pero lo que sucede es que lo principal de las significaciones sociales que componen el magma «
es su carácter imaginario: (...) sólo mediante la creación tienen ser».
Hemos entrado, pues, en el concepto básico, el de “imaginario”. La cuestión es importante, porque, en virtud de la “clausura cognitiva”, los miembros de la sociedad creen (creemos) que nuestros significados determinados por la clausura se corresponden con la realidad, lo que imposibilita la transformación de esa sociedad: «
Hacer caso omiso del hecho de que fueron creados y están por ello sujetos a recreación es rechazar deliberadamente su origen histórico contingente; más aún, es aceptar con resignación las instituciones sociales como si fueran independientes o estuvieran separadas de nuestras vidas cotidianas».
El motor de las transformaciones en los imaginarios sociales reside, según Castoriadis, en la incongruencia entre las significaciones impuestas por la clausura cognitiva en la que vivimos inmersos y nuestras necesidades: «
Para ser autónoma, para llegar a poner en cuestión nuestras instituciones, es imprescindible que haya una fractura entre las significaciones en las que vivimos y afrontamos día a día, por un lado, y nuestras necesidades, por otro».
Introduce Castoriadis los conocidos conceptos éticos kantianos de “autonomía” y “heteronomía” dándoles los necesarios matices para que encajen en su esquema. Mientras nos hallemos presos de la clausura cognitiva, creyendo que es lo real, sin cuestionarla por no habernos percatado de su auténtica naturaleza, que es “imaginaria”, vivimos en la “heteronomía”. La autonomía, sin embargo, pasa por «poner en cuestión nuestras instituciones». Así, «
Las significaciones sociales imaginarias (...) son imaginarias porque (...) la sociedad no reconoce en ellas algo que es su propio producto. Esta falta de reconocimiento genera la heteronomía –la aceptación de las pautas sociales como si fueran naturales e inamovibles».
Pero, claro, después del análisis viene lo más difícil, diseñar una praxis política liberadora: «
al asumirse casi siempre sin cuestionamiento, su carácter imaginario predominante es muy difícil de discernir. Mostrar lo imaginario es ganar una posición crítica de distancia; un movimiento desde dentro
–desde la vida y la creencia en las significaciones sociales- hacia afuera
–hasta el cuestionamiento de su carácter imaginario. (...) La función crítica del imaginario es, pues, cuestión de desdoblarse con respecto a los significados asumidos o tomados como generalmente válidos». Ésa es la función de la praxis política: «
La creación guiada por el proyecto de la autonomía (la praxis) se convierte, según esta reconstrucción (...) en su continuo cuestionamiento y en la acción para modificarlo. La praxis es, por lo tanto, la interrogación acerca de los valores predominantes, con significados alternativos que abren el imaginario a la resignificación. (...) por el contrario, la heteronomía es la creencia de que los significados que nos constituyen son nuestra propia creación, cuando en realidad son parte del imaginario social. La heteronomía es la total aceptación de las significaciones sociales asumidas de una vez y para siempre».
Así pues, se parte de un lugar común en la Filosofía contemporánea, el de la precomprensión lingüística del mundo. Pero Castoriadis no quiere quedarse en las jaulas o clausuras cognitivas inamovibles que diseñan la hermenéutica o el positivismo de los juegos de lenguaje wittgensteinianos. Castoriadis propugna la posibilidad y, es más, la necesidad del cambio, el desenmascarar los imaginarios en que vivimos como tales imaginarios y no como la auténtica realidad, y aspirar a crear unos nuevos imaginarios más congruentes con nuestras necesidades reales, las cuales el imaginario vigente oculta y frustra. En este sentido, puede decirse que conecta con Habermas y su defensa del “interés emancipatorio”. Sin embargo, la diferencia con Habermas es obvia: «
Si empleamos el concepto del imaginario como una instancia crítica de reconocimiento de la irreducible dimensión histórica y social de las significaciones (su repetición y su variación), y como la posibilidad de la apertura de la clausura cognitiva de la sociedad, entonces el cambio social y político, tal y como recalca Castoriadis, proviene de una transformación en la estructura total de la sociedad, y no de la mera idiosincrasia creadora del individuo. (...) La autonomía no significa, por tanto, la afirmación del proyecto individual, sino el darse cuenta de que tal proyecto individual es posible cuando, en primer lugar, empezamos a cuestionar las prácticas sociales imperantes que lo niegan». La negación del individuo es evidente; pero confiar todo a una sociedad “irreductible a lo individual”, como hemos visto al principio, ¿qué promesa de liberación es? ¿Qué esperanza nos da para escapar de la “clausura cognitiva”? En el programa de Habermas, aun bajo el prisma del pragmatismo en sus últimas obras, la subjetividad no desaparece del todo, fagocitada por lo social, sino que se resuelve en “intersubjetividad”. Eso mantiene viva la llama de unas “condiciones trascendentales del discurso”, de matriz ciertamente kantiana, pero a las que Habermas se agarra casi como el último clavo ardiendo que nos queda. En Castoriadis, la frialdad de lo social, un “lo social” que es transformable, pero siempre
ex nihilo y para acabar desembocando, finalmente, en una nueva clausura cognitiva llamada a constituir un nuevo imaginario subrepticio que se presentará como real hasta que hagan aparición nuevas fracturas, no escapa de cualquier posible trascendentalidad y, por tanto, la visión que nos propone Castoriadis no deja de ser un inútil juego sin sentido que aboca al hombre a caminar de imaginario en imaginario, de simulacro en simulacro, sin esperanza de mejorar, porque no contiene en sí criterio valorativo alguno que permita evaluar las distintas clausuras cognitivas que se van sucediendo sin fin.
Recomiendo la lectura del artículo de Sonia Arribas. Y quizá alguien más versado e informado sobre el pensamiento de Castoriadis pueda dar una perspectiva más certera que la mía. En todo caso, parece tratarse de un filósofo cuya lectura puede resultar atractiva.