Párrafos entresacados del libro “Realidad y Sentido. Desde una inspiración Zubiriana” de Antonio Pintor Ramos
“Los partidarios de las éticas deontológicas tienen muchas razones para desconfiar de la vaguedad total que rodea al término “felicidad” y, en consecuencia, considerarlo inadecuado como criterio de normatividad moral en medio de una multiplicidad de proyectos de felicidad distintos e incompatibles entre sí. Pero no se trata de afirmar o negar la existencia del deber dentro de la moral y no se pretende sustituir la normatividad moral por la existencia de unos estados psicológicos de felicidad actual: si así fuera, ello probablemente conduciría a una búsqueda desesperada de instantes placenteros y el individuo se encontraría asfixiado en una situación de permanente ansiedad para apresar lo efímero, lo cual paradójicamente haría imposible cualquier felicidad. Se trata de que la búsqueda de la felicidad no es una nota antropológica contingente, sino una disposición metafísica dentro de la cual las cosas aparecen como apropiables para el proceso de personalización. Tienen que ser características internas de ese campo moral las que abran las exigencias de normas y deberes, los cuales, por tanto, son cumplimientos de las exigencias presentes en el campo moral, pero no lo fundan ni lo determinan. Dicho de otra manera, el ámbito de la vida moral (estimaciones, bienes, virtudes) es anterior y más rico que el de los deberes; si en la vida moral no surgiesen conflictos de estimación y de elección entre pretensiones por parte de bienes incompatibles de ser el bien plenario del hombre, el proceso no se desplegaría hacia la búsqueda de una fundamentalidad en los deberes. Los sistemas de deberes dependen siempre de la vida moral y a ella remiten en su verificación, en la verificación de sus pretensiones personalizadoras; en cambio las éticas deontológicas conceden prioridad al deber, lo supone implícitamente un concepto de razón incompatible con el pensamiento Zubiriano.
Zubiri no afirma nunca que la felicidad sea el criterio concreto de moralidad, sino que los actos morales inciden directamente en la línea de la felicidad porque se montan teleológicamente en ella. Tampoco sería cierto que todas las éticas deontológicas nieguen el sentido de la búsqueda de la felicidad, sino que la esperan como consecuencia directa del deber cumplido y, por tanto, la pregunta “¿qué debo hacer?” no puede traducirse en la pregunta “¿qué debo hacer para ser feliz?” (mera regla de prudencia), pero sí en la pregunta “¿qué debo hacer para tornarme digno de ser feliz?” (ley ética).
Es decir, no parece posible una moral deontológica pura que sería una “ética” sin “moral” ( por utilizar la terminología de A. Cortina), como tampoco lo es una moral teleológica pura, como la parece proponer A. MacIntyre mediante un retorno a situaciones de la historia de la humanidad definitivamente periclitadas; la primera degeneraría en una estructura heterónoma inhumana, mientras que la segunda disolvería la ética en antropología y terminaría en un recetario de higiene vital. No se trata de meras especulaciones teóricas; la rigidez categoricidad de un deber universal y formal fueron vistas por muchos como un descarnamiento inhumano de la moral y, por ejemplo, ya la influyente obra de Schiller “Cartas sobre la educación estética del hombre” busca denodadamente en el ámbito estético y en la categoría central de “juego” una mediación humanizadora; por otra parte, insistiendo en el aspecto de la pedagogía moral, el mismo Zubiri reivindica más de una vez esa “higiene” moral que , además tiene una larga tradición en el campo de los moralistas más que en el de los filósofos morales. Debe ser posible algún tipo de mediación entre ambos extremos y la discusión consiste en determinar qué enfoque domina sobre el otro; del mismo modo que existen ensayos desde morales deontológicas para rescatar cierta teleología ( Quizá sea la propia Adela Cortina quien está persiguiendo en España esta línea con más constancia y acierto), quizá Zubiri presenta un análisis marcadamente teleológico que busca integrar el deber ( Esta integración es patente en las obras de Diego Gracia, Fundamentos de bioética e Introducción a la bioética)………………