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TEMA: Galileo visto con las gafas de los autores cristianos

Re: Galileo visto con las gafas de los autores cristianos 20 Nov 2011 21:38 #5372

  • Nolano
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Comparto vuestra opinión de que Solís se ha pasado bastante con lo de “combustible de caldera”; y que frecuentemente tiene tendencia a realizar bromas (a veces de dudoso gusto) y, en especial, cuando se trata de la Iglesia.

Y en particular también comparto lo que dice El genio maligno sobre la inquina con que a veces se trata al pensamiento católico, que contrasta con la benevolencia con que se tratan otras posturas no menos dogmáticas. Me ha hecho gracia lo de la asignatura "Introducción a la Teología católica medieval", perfectamente comparable, en muchos aspectos, a la de “Sabidurías orientales antiguas”.

En general, sobre esta cuestión del pensamiento católico tengo que opinar lo mismo que opino respecto al furor feminista. Que una injusticia no se corrige con otra injusticia de signo opuesto, sino haciendo justicia. Que no se corrige la discriminación histórica que han padecido las mujeres estableciendo otra discriminación de signo contrario. Y que no se corrigen los abusos del monopolio ideológico secularmente ostentado por la Iglesia católica emprendiéndola contra ese pensamiento con razón o sin ella. Si nuestros argumentos son buenos, no necesitamos utilizarlos malos, aunque sea contra quien nos impuso durante siglos los suyos, fueran buenos o malos, por las buenas o por las malas.

Veo, sin embargo, que la cuestión del libro de Fraile y el comentario de Solís no tiene nada que ver con lo que a mí me llamó la atención del jesuita Copleston y su opinión sobre este asunto. Dejo de lado la cuestión de los hechos históricos del enfrentamiento y del proceso de Galileo, y voy directamente al grano.
Copleston escribió:
Por otra parte, Galileo se negaba obstinadamente a reconocer el carácter hipotético de su teoría. Dada su idea ingenuamente realista de la condición de la hipótesis científica, acaso le era difícil reconocer dicho carácter; pero Bellarmino observó que la verificación empírica de una hipótesis no prueba necesariamente su absoluta verdad, y si Galileo se hubiese mostrado dispuesto a reconocer ese hecho, que es hoy bastante familiar, todo el infortunado episodio con la Inquisición podía haberse evitado. Pero Galileo no solamente insistió en mantener el carácter no-hipotético de la hipótesis copernicana, sino que se mostró además innecesariamente provocativo en la discusión. (...)
Por lo que respecta a la condición de las teorías científicas, la tesis de Bellarmino era mejor que la de Galileo, aun cuando éste fuese un gran científico y Bellarmino no lo fuese. (tomo 3, p. 272)

Ciertamente la defensa por Copleston de la postura de Bellarmino es hábil. Y, además, tiene razón en que hoy en día la ciencia considera que toda hipótesis científica, si quiere serlo, tiene que ser falsable. La comprobación empírica sólo puede dar al traste con una teoría, pero nunca confirmarla definitivamente; todo ello siguiendo la doctrina de Karl Popper. Pensaba que Fraile iría también por ahí, aunque me da la impresión de que no es tan sutil como Copleston.

Pero si tengo que dar en eso la razón a Copleston, tengo también que decir que no estoy de acuerdo con su planteamiento, sencillamente porque desvía la cuestión. Evidentemente lo importante no es si tenía la razón Galileo o Bellarmino. Lo importante es si se puede quemar a alguien en la hoguera en la plaza pública por pensar diferente. Y sobre eso, que es el núcleo del asunto, Copleston calla.

En una entrada sobre mi Santo Patrón Giordano Bruno, alias “El Nolano”, ya dije Enlace que no se quema a nadie públicamente en la hoguera por una cosa como si el Sol se mueve o está quieto en el cielo. Por lo que se quema, se mata, se tortura a la gente, es por el control ideológico de la sociedad. Y en el siglo XVI el discutir si la configuración del cosmos era una cuestión teológica (de hermenéutica de los textos sagrados) o científica (de comprobación empírica) impugnaba el dominio ideológico secular de la Iglesia Católica. Y ahí es donde le dolía a ésta. El asunto de Galileo, como el de Bruno, no nos engañemos, no es un debate científico; es una cuestión de poder político.
Bin ich doch kein Philosophieprofessor, der nöthig hätte, vor dem Unverstande des andern Bücklinge zu machen.
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Jesús M. Morote
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Última Edición: 22 Nov 2011 13:00 por Nolano.
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Re: Galileo visto con las gafas de los autores cristianos 20 Nov 2011 22:05 #5373

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Yo también lo veo así, Nolano. La cuestión es de control social; es decir, de poder. Fue un enfrentamiento similar al que venían manteniendo papas y emperadores desde el siglo XIII.

Por cierto, hay que reconocer como muy afortunada la expresión "para combustible de caldera" para cuando se quiera decir que un libro es infumable. Creo va a ser una expresión popular, ¿no os parece?. A partir de ahora tal vez debamos decir que este o aquel libro no son aptos nada más que para "combustible de caldera". :lol:
David Feltrer Bailén Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla
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Re: Galileo visto con las gafas de los autores cristianos 21 Nov 2011 04:10 #5378

Convengo en la tesis con Nolano. El problema de Galileo es más que nada el problema del pensamiento autónomo, y el problema político de la influencia de lo ideológico -en este caso lo religioso- en el cuerpo social. Por eso, la explicación histórica "al detalle" no solventa el problema. Es más, cuando la Iglesia "ha pedido perdón" por el "caso Galileo", lo que está haciendo es reconocer un error "procedimental", pero no entra en el fondo del problema, si fue un error o no la influencia de la Iglesia en la configuración política, social y cultural de Occidente. Creo que ellos mismos se automarcaron dicho límite en los diversos pronunciamientos que se han marcado sobre ese asunto.
Por aquello de echar el guante y con intención polémica, se me ocurren, sin embargo, un par de cosas. Dice Kuhn en "La revolución copernicana", que la relación de la Iglesia católica con la ciencia varía dependiendo de la situación interna de la Iglesia en cada momento. Tanto es así, que en la baja edad media, Santo Tomás, en el comentario al "de coelo" de Aristóteles, niega -no duda, niega, y el texto es más que elocuente- la literalidad de varios párrafos del génesis, como aquél que habla de la "separación de aguas inferiores y superiores". Santo Tomás, como aristotélico no acepta que haya ningún tipo de agua en las diversas esferas celestes y lo interpreta como recurso pedagógico "adaptado" a la "ignorancia de aquellas gentes" (sic). Tres siglos después decir lo mismo, le traería problemas a cualquiera. Lo mismo se puede decir de Nicolás de Cusa, que defendía un universo infinito, con infinitos mundos (como haría el nolano), habitados todos ellos , y sin un centro fijo. Y Nicolás de Cusa era cardenal; y no pasó nada. ¿Por qué? Supongo que por la solidez en la que está asentada la Iglesia en esa época. En los siglos XVI-XVII se siente amenazada, y como suele suceder en ese tipo de procesos, ante la amenaza de los fundamentos mismos, se da una situación de repliegue donde el control ideológico estricto es la contrapartida a los movimientos de protesta o de escisión, como el caso de la reforma protestante. Un caso es el tema del "literalismo bíblico". Curiosamente la exégesis bíblica patrística y medieval incide en lo que se ha dado en llamar "teología bíblica", que prescinde del elemento literal-histórico y apela al comentario "mistagógico" y "alegórico". Es muy significativo sobre ello los comentarios de San Agustin al génesis, donde marca una interpretación de signo alegórico, desechando la interpretación "naturalista" y "literal". Curiosamente, ese literalismo toma fuerza en el siglo XVIII en el seno del catolicismo, probablemente ante la acusación protestante de que el catolicismo se habría apartado del texto bíblico interpretandolo desde "filosofías" y "pensamientos" ajenos al mismo texto. Quizás sea esa la razón de la calma chica en el catolicismo ante la publicación del "de revolutionibus" de Copérnico (y su uso por parte del Vaticano para elaborar el calendario gregoriano, hecho con las matemáticas copernicanas, trabajo de chinos acometido por el jesuita cristóforo clavio) que contrasta con los problemas relativos a Galileo.
Asimismo planteo una tesis que me resisto a desarrollar. El mismo Galileo es un resultado del proceso cultural occidental en el que el catolicismo tiene un importante papel. Me resisto a desarrollarlo, aunque dicho así suena simple. Digamos que la independencia de las colonias americanas no se entiende sin la presencia española anterior, la creación de instituciones, de redes sociales, económicas, culturales, y lógicamente "depredadoras", conjunto que en interacción va a producir las condiciones mismas para que en el seno de ese proceso se produzca algo nuevo que acaba convirtiéndose en distinto a lo que había antes de la conquista y a los deseos de los mismos conquistadores. Algo así. La Iglesia para justificar algunos dogmas como los de la encarnación o la trinidad desarrolla un pensamiento filosófico de tipo realista, basado en la tradición aristotélica, pero que debido a la estabilidad de la institución eclesiástica y su control de los centros académicos, permite profundizarla para acabar produciendo algo que como reacción va a permitir una ciencia y un pensamiento autónomo. Resulta simple decirlo así -y un poco hegeliano- pero no lo es tanto -ni tan simple ni tan hegeliano- y creo que es preciso desde ahí poder responder a por qué Galileo apareció en la Italia del XVII y no en la India o en Japón.
Salu2
¿Podría decirme que camino debo tomar para irme de aqui? preguntó Alicia; "eso depende, en mucho, del lugar al cual quieras ir" contestó el gato. "No importa mayormente el lugar" ; "en tal caso, poco importa el camino" "...con tal de que lleve a alguna parte..." "puedes estar segura de que todos...
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Re: Galileo visto con las gafas de los autores cristianos 01 Dic 2011 13:57 #5557

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El caso Galileo ha salpicado polémicamente la historia de la Iglesia hasta nuestros días y, tras documentarme sobre ella, he llegado a la conclusión de que no es correcto simplificar de forma maniquea la historia de la condena a Galileo como peli de buenos y malos.

Creo que como hemos leído, el relato de Solís y Sellés está históricamente bien fundamentado. Mientras el copernicanismo fue una doctrina abstrusa de un oscuro matemático polaco, no pareció haber problemas. Pero cuando Galileo publicó sus descubrimientos, toda Europa contemplaba cómo se desmoronaba la cosmología aristotélica, uno de los pilares con los que la Iglesia había articulado gracias a Santo Tomás la verdad de su doctrina. Y he aquí por qué, en plenos enfrentamientos religiosos en una Europa quebrada por la Reforma y las disputas políticas, la postura de la Iglesia era tan contundente en lo que tuviera que ver con su principio de autoridad, fuera en cuestión sacramental o astronómica. Estoy con Nolano en que este aspecto es insoslayable. De hecho, Stillman Drake ha sugerido que las alusiones del propio Galileo a su celo por la Iglesia no eran pura cortesía de la época: buscaba proponer una forma de conciliar las Escrituras con los descubrimientos de la ciencia que se prometía imparable, y preservar así la autoridad de la religión en cuestiones de fe.

De hecho, en 1612, Galileo especuló con la idea de Kepler de que la rotación del Sol que mostraban sus manchas tuviera algo que ver con el movimiento de los planetas, lo que haría al copernicanismo compatible con la Biblia, pues la detención del Sol que pidió Josué a Dios habría detenido el cosmos entero (algo que el sistema de Ptolomeo, por otro lado, no podía explicar). Esta sugerencia de Galileo no hizo la menor gracia a los teólogos, al provenir ésta de alguien que no sólo trataba de demostrar científicamente el herético movimiento de la Tierra, sino encima explicar a los expertos cómo interpretar la Biblia. En Diciembre de 1614, el dominicano Caccini cargaba en un sermón contra la ciencia y los matemáticos, acusando explícitamente a Galileo de herejía e increpándoles a él y a sus seguidores, con poco atino teológico, Hombres de Galilea, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? (Hch 1, 11). Galileo arremetió contra este despropósito acusándolo de ignorante, en su habitual y polémica virulencia dialéctica.

En realidad, como sabía Galileo, el copernicanismo resultaba matemáticamente indiscernible del sistema de Ptolomeo y de Brahe, por lo que era preciso buscar otros argumentos e indicios para decantarse por alguno de los sistemas. Pero tras diferentes acusaciones de Caccini – que le permitieron escalar puestos –, la Iglesia condenó expresamente el copernicanismo en 1616 y prohibió enseñarlo como herético. Bellarmino se lo comunicó a Galileo teniendo que certificar que se lo comunicaba como a un católico más para desmentir los rumores de condena personal – documento que Galileo guardaría como oro en paño, tal y como dicen Sellés y Solís.

Sin poder pronunciarse a favor del copernicanismo, condenado en 1616, Galileo arremetió contra Brahe que era el último bastión de los jesuitas, hablando de física terrestre en la búsqueda de pruebas del movimiento de la Tierra. Creyó encontrar tres: las mareas, los vientos alisios, y el patrón anual aparente de las manchas solares. Erróneas las dos primeras pruebas, Galileo culminó con esta última, que Scheiner había descubierto, su refutación a Brahe: para hacer plausible el comportamiento de las manchas y la inclinación del Sol, los geocentristas tenían que recurrir a cuatro inverosímiles movimientos solares. Esta explicación que salva las apariencias cinemáticas resultaba “casi imposible para mi intelecto” en palabras de Galileo, dinámicamente injustificable, y mucho más sencilla de resolver con el sistema heliocéntrico. El principio de parsimonia o economía ontológica – navaja de Ockham – que la filosofía de la ciencia estudia se ejercía aquí, reforzando la verosimilitud de la tesis galileana, aunque ciertamente no dotándola de una verdad irrefutable.

Además, aunque el movimiento de la Tierra sea indiscernible de su reposo, Galileo expuso algunas experiencias difíciles de medir para la época que sí podían probarlo (Por ejemplo el de un peso cayendo desde una torre suficientemente alta, que en lugar de retrasarse hacia occidente como criticaban los contrarios al movimiento terrestre, lo haría hacia oriente; o el disparo hacia un objetivo situado al Sur a lo largo del mismo meridiano que se desviaría hacia la derecha por el que después sería llamado efecto Coriolis). Es cierto que los argumentos no eran indudables, pero eran tan poderosos, que la República europea de las letras, con la excepción del ejército de Loyola, abandonó a Ptolomeo y Brahe.

Mientras, comenzó el proceso contra Galileo en el que confluyeron diferentes motivos hacia la condena: Además de la discusión filosófico-teológica, algunos sostienen que el Papa se habría sentido ofendido al verse caricaturizado en el ridiculizado personaje de Simplicio en el Diálogo. Solís y Sellés insisten en que, sobre todo, el Papa afrancesado habría quedado acorralado por España a causa del coqueteo que había mantenido con Francia en la Guerra de los Treinta Años del lado de los protestantes de Suecia. Así, la oposición proespañola encabezada por el cardenal Borgia le acusó de connivencia con la herejía, siendo amenazado con la destitución por el cardenal Ludovisi. Urbano VIII, temeroso, abandonó su política aperturista haciéndose pasar por más ortodoxo y conservador que nadie, entregando con ello el símbolo de la apertura: Galileo, que fue condenado en 1633 acusado de herejía y de tratar de engañar al Papa en un juicio lleno de irregularidades procesales. Su escrito había sufrido media docena de correcciones a manos de la Inquisición que Galileo había aceptado, por lo que para condenarle era preciso corregir antes a la Inquisición. Por ello, uniendo la sospechosa pérdida del Diálogo original entre los archivos de la Inquisición, se buscó la excusa de que Galileo hubiera infringido un precepto personal de 1616, documento sobre el que hoy planea la sospecha de la falsificación. Pero Galileo conservaba el documento extendido por Bellarmino. Así que finalmente se hizo un trato extrajudicial con Galileo en que se le prometió una sentencia benévola a cambio de una confesión que salvase la cara de la Iglesia, no tanto por sus tesis científicas sino por su imprudente interpretación teológica. Las acusaciones que sostuvo el Tribunal, anclado en la literalidad de las Escrituras que creía amenazas y ajeno a la hermenéutica posterior de las mismas, gozaban de cierto fundamento: Galileo no había dado pruebas radicalmente irrefutables. En palabras de W. Brandmüller: “Todo esto conduce al paradójico resultado de que Galileo se equivocó en el campo de la ciencia y los eclesiásticos en la teología, mientras que éstos acertaron en los terrenos científicos y el astrónomo en la exégesis” (Galileo y la Iglesia, 2ª edición, Rialp, Madrid, 1992). La explicación de Copleston, aunque obvie el aspecto político que destacan Sellés y Solís, me parece acertada. Al final, como siempre, razones e intereses se embridan como trigo y cizaña.

El caso Galileo ha sido blandido contra la Iglesia durante años, y el triunfo de su ciencia, como sostuvo Popper, es tan incuestionable que la polémica resulta ya algo rancia. El suceso, sin duda, se ha instrumentalizado ideológicamente de forma escandalosa, hasta el punto de que hay muchos que creen todavía que Galileo fue quemado en la hoguera como le ocurriera a Bruno. Galileo fue un hombre de carne y hueso que no puede mitificarse como paladín de la ciencia y la verdad, pues como todo humano, se movía por diversos motivos además del afán científico (se dieron casos en los que atacó duramente a los astrónomos jesuitas que sostenían que unos cometas observados eran objetos reales, frente a la opinión de Galileo, que sostenía a priori que eran ilusiones ópticas, porque pensaba que no cuadraban con el sistema copernicano que defendía). Su voracidad dialéctica y, en ocasiones su dogmatismo, eran conocidos (no escatimaba en agresiones verbales llamando a sus oponentes “imbécil, con la cabeza llena de pájaros”, “apenas digno de ser llamado hombre”, “alguien que se ha quedado en la niñez”, “una mancha en el honor del género humano”, etc.). Cuando fue llamado a Roma se alojó, a cargo de la Santa Sede, en una casa de lujo, con 5 habitaciones, vistas al jardín vaticano y servicio personal. Tras la sentencia fue alojado en la famosa Villa Medici en el Pincio. Desde allí se trasladó en condición de huésped en el palacio del Arzobispo de Siena, uno de sus admiradores. Al final acabó en su villa de Arcetri, llamada “La Joya”, siendo miembro de la Academia Pontificia de Ciencias y sin perder la estima y amistad de obispos y científicos. Frente al falso adagio que se le atribuye del Eppur si muove que al parecer inventó Giussepe Baretti en Londres en 1757 (Messori Vittorio, Leyendas negras de la Iglesia, Ed. Planeta, Barcelona, 1996, p.117), escribió al final de sus días En todas mis obras no habrá quien pueda encontrar la más mínima sombra de algo que recusar de la piedad y reverencia a la santa Iglesia (Messori Vittorio, Leyendas negras de la Iglesia, Ed. Planeta, Barcelona, 1996, p.120). La foto que pintan Sellés y Solís de un Galileo aislado y ciego al que se le impedía ir al médico y a misa quizá deba ser matizada.

La figura de Galileo Galilei volvió a ponerse de actualidad en 1979, cuando Juan Pablo II organizó una investigación para esclarecer los distintos aspectos del proceso al que fue sometido. En 1992 el Papa se lamentó de cómo fue gestionado el caso Galileo, reconociendo ciertos errores cometidos por los teólogos que le enjuiciaron, pero la comisión volvió a concluir en negar que las tesis de Galileo fueran irrefutables, exonerando a la Iglesia e impidiendo la rehabilitación completa de Galileo. Ya como cardenal Ratzinger, y después como Benedicto XVI, el actual Papa ha mostrado cierta ambigüedad en este asunto: Por un lado ha criticado a Galileo y justificado la actuación eclesial, y por otro ha promovido diferentes actos alabando la figura de Galileo y su inigualable contribución a la ciencia moderna.
“Genio maligno” escribió:
cuando la Iglesia "ha pedido perdón" por el "caso Galileo", lo que está haciendo es reconocer un error "procedimental", pero no entra en el fondo del problema, si fue un error o no la influencia de la Iglesia en la configuración política, social y cultural de Occidente.
Si razones e intereses se embridan como trigo y cizaña, resultaría muy poliédrico y complejo analizar el papel de la Iglesia en la configuración política, social y cultural de Occidente a lo largo de la Historia – además de salirnos del tema de este hilo y probablemente del foro. En lo que respecta a la filosofía natural y al pensamiento en general, es posible que la tesis de Khun sea acertada, pues a los capítulos “calientes” al estilo de Galileo se suman muchos otros que parecen ofrecer una imagen diferente de la Iglesia. Aunque la considerasen sierva, muchos santos estimaron que la filosofía natural ayudaba a contribuir a una mejor comprensión de la fe; y muchos laicos alcanzaron sus grandes logros filosóficos y científicos gracias a la inspiración que les proporcionaba su fe en un Dios geómetra, tan inteligente y asombroso ingeniero como para haber creado la maravilla de la naturaleza en la que podía descifrarse con la razón su impronta (entre los santos: San Anselmo, San Agustín, San Alberto Magno, Santo Tomás… y entre los laicos: Kepler, Descartes, Boyle, Newton, Leibniz,…). Algunos autores han considerado que el mandato “creced y multiplicaos, poblad la tierra y sometedla” (Gen 1, 28) ha inspirado el dinamismo occidental europeo, impulsado por su tecnociencia, a ser pionero en el mundo. En ese sentido, comparto contigo también que Galileo podría ser considerado cresta de ola del cambio cultural que se producía en occidente y para el que el cristianismo había contribuido indudablemente. Y de ahí, vuelvo al origen de mi hilo y la conclusión de mi análisis que rechaza toda lectura maniquea.
Javier Jurado
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Re: Galileo visto con las gafas de los autores cristianos 01 Dic 2011 23:09 #5567

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Kierkegaard escribió:
El caso Galileo ha salpicado polémicamente la historia de la Iglesia hasta nuestros días y, tras documentarme sobre ella, he llegado a la conclusión de que no es correcto simplificar de forma maniquea la historia de la condena a Galileo como peli de buenos y malos...
El caso Galileo ha sido blandido contra la Iglesia durante años, y el triunfo de su ciencia, como sostuvo Popper, es tan incuestionable que la polémica resulta ya algo rancia. El suceso, sin duda, se ha instrumentalizado ideológicamente de forma escandalosa, hasta el punto de que hay muchos que creen todavía que Galileo fue quemado en la hoguera como le ocurriera a Bruno.
En realidad eso es lo que dice el Fraile. Cito poniendo el texto entre comillas pero no en cursiva para facilitar la lectura:

"El caso de Galileo es un episodio lamentable, pero perfectamente comprensible encuadrado en el ambiente de su tiempo, y que se ha sacado de quicio, desorbitándolo y utilizándolo como tema de ataque contra la Iglesia católica, erigiéndolo en símbolo de contraste entre lo medieval y lo moderno, entre la ignorancia y la ciencia, entre el retraso y el progreso, la superstición y la razón, etc.
No es correcto centrar la cuestión entre Galileo por un lado y la Iglesia por otro, ni entre la Iglesia y la ciencia moderna. Lo que deben enfrentarse son dos conceptos de ciencia, que chocan entre sí en un momento histórico. Por una parte, el aristotélico-tolemaico, que existía desde hacía veinte siglos, y que hasta entonces había sido aceptado sin apenas discusión en todas las universidades y centros de enseñanza. No obstante, en la misma Edad Media, y en concreto por Santo Tomás, no había sido admitido como verdad inconcusa, sino en cuanto que «salvaba las apariencias», admitiendo la posibilidad de que los «fenómenos» celestes pudieran explicarse de otro modo. No era, pues, la Iglesia católica, que como tal no tiene ningún sistema astronómico propio, sino la casi totalidad de las universidades civiles y los sabios europeos de aquel tiempo quienes admitían como verdad inconcusa que la tierra estaba inmóvil en el centro del universo. Así, pues, la opinión que un conjunto de teólogos sostuvo oficialmente frente a Galileo era la convicción compartida casi unánimemente por todos los científicos de aquel tiempo. El sistema heliocéntrico puede remontarse quizá hasta Filolao y Aristarco de Samos. Tampoco lo inventó Galileo, que era católico, sino Copérnico, también católico y canónigo de Thorn.
La Iglesia no prohibió defender el sistema heliocéntrico como hipótesis, sino como doctrina científica y cierta, lo cual en aquellos momentos era una norma de prudencia. Si Galileo se hubiera limitado a proponerla como hipótesis, lo más probable es que no se hubiera llegado a la condenación. Y, desde luego, tampoco habría sido condenado si Copérnico, Kepler o Galileo hubiesen aducido pruebas ciertas y demostrativas experimentales y verdaderamente científicas de sus teorías. La demostración no se dio hasta dos siglos después, por Foucault, en el Panteón de París.
Copérnico y Galileo acertaron en cuanto a la realidad de que la tierra gira alrededor del sol. Pero sustituían el sistema de la tierra fija e inmóvil en el centro del universo poniendo en su lugar el sol, fijo e inmóvil, lo cual tampoco es verdad, pues, aunque la tierra gire alrededor del sol, éste no está fijo ni inmóvil en el centro del universo.
Kepler propuso las órbitas elipsoidales, que Galileo se negó a admitir, manteniendo las órbitas circulares de Copérnico. Tampoco acertó ninguno de los dos, porque la tierra no describe una simple órbita alrededor del sol, sino una trayectoria helicoidal, siguiendo la trayectoria del sol por el espacio en su marcha aparente hacia la constelación de Hércules.
En cuanto al valor dogmático de la condenación, a pesar de la intervención personal de Paulo V y Urbano VIII en el asunto, no hay una fórmula dogmática, ni menos una definición ex cathedra. Los teólogos consultados y el Papa se dejaron influir por la convicción de que el sistema aristotélico-ptolemaico, instalado en la filosofía desde largos siglos atrás, y que creían científico y verdadero, era el que mejor respondía a la letra del texto de la Biblia, y, por consiguiente, rechazaron la teoría heliocéntrica, considerándola como un peligro para la fe. Galileo, por su parte, en vez de mantenerse en el puro terreno científico, se dejó desplazar hacia el teológico y exegético, en que, si -bien adujo razones que hoy parecen muy aceptables, chocaban contra las convicciones corrientes en su tiempo.
Así, pues, lo más exacto y lo más justo es hablar del choque histórico inevitable entre dos corrientes de opinión: por una parte, la clásica o tradicional, basada en la observación vulgar, que explicaba los fenómenos celestes según las apariencias y que parecía más en conformidad con la letra de la Biblia; y, por otra, la nueva, que se apartaba de la experiencia vulgar y chocaba con las apariencias sensibles, pero que tampoco fue capaz por entonces de dar pruebas evidentes ni demostrativas de carácter científico.
Es falso sostener que la condenación de Galileo cerró el camino, ni siquiera entorpeció la investigación científica. De momento produjo algún desconcierto. Pero la verdad es que la teoría heliocéntrica era aceptada pocos años más tarde por todos los sabios, creyentes o no creyentes (Descartes, Gassendi, etc.) sin que nadie les molestara lo más mínimo."

Bueno, pues ahí queda eso.
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Re: Galileo visto con las gafas de los autores cristianos 02 Dic 2011 00:06 #5569

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Fraile escribió:
Pero la verdad es que la teoría heliocéntrica era aceptada pocos años más tarde por todos los sabios, creyentes o no creyentes (Descartes, Gassendi, etc.) sin que nadie les molestara lo más mínimo.

Esto no es del todo correcto, si seguimos a Solís y Sellés (p. 322 del Libro Gordo): "Ninguno de ellos [Gassendi y Mersenne] se dejó impresionar por la condena del copernicanismo de 1616, que tuvo escasa difusión en Francia, donde el galicanismo se oponía a la subordinación a Roma de los ultramontanos, defendía la autonomía del Rey en asuntos temporales y la supremacía de los Concilios y del clero local sobre el Papa. Con todo, la condena de Galileo de 1633 resultó una amenaza más seria. Acometió entonces a Descartes un magno temblor que lo condujo a no publicar sus tratados Le monde y De l'homme y a pretender en los Principia Philosophiae que la Tierra está quieta (respecto al remolino de éter que la arrastra). En 1645, Gassendi se atrevió a exponer el sistema copernicano en su curso del Collège Royal, aunque declarándose más bien partidario del sistema de Tycho Brahe abrazado por los jesuitas como mal menor". Así que no sé qué fundamento tendría el padre Fraile para afirmar eso de Gassendi y Descartes.

La conclusión que creo que hay que sacar de todo esto, Conrado y Kierkegaard, es la que se deduce de la posición de Todorov sobre los "abusos de la memoria", a la que ya me he referido en varias ocasiones en este foro. La memoria es siempre selectiva por mucho que Fraile o Kierkegaard aduzcan en defensa de la Iglesia del siglo XVII; y no se han referido, por ejemplo, a que también Calvino (egregio representante de la "ética del protestantismo" y del moderno "espíritu del capitalismo" de que habló Max Weber) incineró y dio amablemente el pasaporte a la Gloria a Miguel Servet.

La cuestión no es la intransigencia de unos u otros en el siglo XVII, sino cómo eso se ve, con los filtros de olvidos y recuerdos selectivos, en la actualidad; lo que importa es la intransigencia de unos y otros hoy. Y el hecho es que la Iglesia Católica (como institución, no como cuerpo místico), desde aquellos tiempos, y ella sabrá por qué, siempre ha estado en contra del progreso científico, social y moral. Y desde esa óptica es juzgada hoy. Es inútil la reconstrucción histórica detallada que pretendes, Kierkegaard, que sólo interesa a los eruditos; la memoria histórica (selectiva, como digo) ya se ha formado su opinión sobre Galileo y la Iglesia Católica desde nuestro hoy.
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Re: Galileo visto con las gafas de los autores cristianos 02 Dic 2011 01:29 #5571

Pues yo no estoy de acuerdo. No sé lo que quieres decir con "nuestro hoy". Supongo que no se trata de un "hoy" cronológico. Si es algo será una mediación ideológica producida por las relaciones productivas del momento presente.
Porque, por ejemplo, no hay partido político en España que reniegue de la Revolución francesa, que fue una revolución liberticida, que sólo durante el terror, en París causó tres mil aguillotinamientos. En el resto de Francia se calcula que fueron ajusticiados en torno al medio millón por contra-revolucionarios. Uno de ellos fue Lavoisier. Se cuenta que el juez que le condenó pronunció las poco enigmáticas palabras de que "la revolución no necesita sabios".
No es afán de contrastar cifras. Es que nuestro "hoy" considera "eso" uno de los mayores progresos históricos de la modernidad. Y nuestro "hoy" -tal como se refleja en los diversos textos- olvida que la mayor parte de la intelectualidad europea, cuando se materializó la revolución, se desengañaron renegando de la misma. Schiller, refiriéndose a la misma, a pesar de la anterior adhesión, llamaría a los sans-culottes: "siervos desolladores".
En fin; lo que quiero decir con el ejemplo de la revolución francesa, es que la percepción actual de las cosas, como has dicho, es selectiva. Lo que hay que analizar son las estructuras que articulan el discurso ideológico y la visión del presnte proyectada al pasado.
¿Podría decirme que camino debo tomar para irme de aqui? preguntó Alicia; "eso depende, en mucho, del lugar al cual quieras ir" contestó el gato. "No importa mayormente el lugar" ; "en tal caso, poco importa el camino" "...con tal de que lleve a alguna parte..." "puedes estar segura de que todos...
Última Edición: 02 Dic 2011 01:30 por El genio maligno.
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Re: Galileo visto con las gafas de los autores cristianos 02 Dic 2011 09:18 #5574

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El_genio_maligno escribió:
Pues yo no estoy de acuerdo. No sé lo que quieres decir con "nuestro hoy". Supongo que no se trata de un "hoy" cronológico. Si es algo será una mediación ideológica producida por las relaciones productivas del momento presente.

Pues entonces, Genio maligno, creo que sí estás de acuerdo con lo que digo. Naturalmente, al decir "nuestro hoy" quiero decir la visión que hoy tenemos de la historia. Eso, naturalmente, puede cambiar. Y puede cambiar precisamente porque la memoria es selectiva; mañana la memoria colectiva puede recordar otras cosas del asunto Galileo diferentes a las que recuerda hoy, y sumir en el olvido algunas en las que hoy se incide bastante.
El_genio_maligno escribió:
la percepción actual de las cosas, como has dicho, es selectiva. Lo que hay que analizar son las estructuras que articulan el discurso ideológico y la visión del presnte proyectada al pasado.

Aunque no voy a negar tajantemente la posibilidad de ese análisis del discurso ideológico, no puedo dejar de apuntar que la cuestión es muy dificultosa, pues envuelve cierta circularidad. Para analizar esas estructuras de dominio ideológico hay que partir de otra estructura ideológica previa en la que se fundamente la crítica. Y esta estructura estará condicionada (si no determinada) por la misma que se pretende analizar, pues es francamente difícil "salirse" del caparazón ideológico para juzgar ese mismo caparazón. En mi opinión esa es la verdadera función de la filosofía; tarea sumamente ardua, por las inmensas dosis de cautela y sutileza que conlleva y que, lamentablemente, muchos de los que se autodenominan filósofos no tienen.
Bin ich doch kein Philosophieprofessor, der nöthig hätte, vor dem Unverstande des andern Bücklinge zu machen.
No soy un profesor de Filosofía, que tenga que hacer reverencias ante la necedad de otro (Schopenhauer).


Jesús M. Morote
Ldo. en Filosofía (UNED-2014)
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Última Edición: 02 Dic 2011 09:26 por Nolano.
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Re: Galileo visto con las gafas de los autores cristianos 02 Dic 2011 11:44 #5579

Cierto. Por eso no hablo de "deconstruir lo ideológico" en el discurso, sino más bien intentar describir como se articulan estructuralmente dichos discursos con sus propios referentes ideológicos, latentes o no. Lo que encontramos es una diversidad de discursos que a la par que exhiben su legitimación buscarían la "coyunda" del discurso ajeno. Cuanto esto se realiza de manera "multifocal" puede ser beneficioso para progresar dialécticamente en la comprensión del modo en que ideologizamos a través del discurso (lo cual es inevitable).
El problema es que dicho así en abstracto no suena mal. Cuando lo tratas de traducir "in re", es cuando resulta problemático.Por ejemplo: cuando se aplica esto al "discurso des-ideologizador" o "discurso emancipador", que suele estar compuesto de retazos de ideologías diversas.
¿Podría decirme que camino debo tomar para irme de aqui? preguntó Alicia; "eso depende, en mucho, del lugar al cual quieras ir" contestó el gato. "No importa mayormente el lugar" ; "en tal caso, poco importa el camino" "...con tal de que lleve a alguna parte..." "puedes estar segura de que todos...
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Re: Galileo visto con las gafas de los autores cristianos 11 Dic 2011 01:58 #5685

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Conrado escribió:
En realidad eso es lo que dice el Fraile.
Nolano escribió:
La memoria es siempre selectiva por mucho que Fraile o Kierkegaard aduzcan en defensa de la Iglesia del siglo XVII
En realidad, no he pretendido con mi exposición aproximarme a Fraile, cuya postura me parece excesivamente sesgada y apologética.
Nolano escribió:
Es inútil la reconstrucción histórica detallada que pretendes, Kierkegaard, que sólo interesa a los eruditos; la memoria histórica (selectiva, como digo) ya se ha formado su opinión sobre Galileo y la Iglesia Católica desde nuestro hoy.
Aunque la memoria sea selectiva, yo sí creo que existe cierta capacidad en la llamada ciencia histórica para esclarecer los hechos de forma que la selección ideológica se atempere ateniéndose a ellos algo más - si existe honestidad intelectual -, de forma que no quepan ni defensas a ultranza de un Galileo mitificado en el contexto de una leyenda negra de la Iglesia católica, ni defensas apologéticas de ésta negacionistas de lo terrible del proceso, que pretenden ejercer una suerte de revisionismo edulcorado. La mesometría aristotélica se nos revela una vez más como clave para el discurso, y no como mediocre y perpleja epojé entre extremos, sino como moderada y prudente postura.

Una mente no necesariamente encandilada por la erudición histórica puede percatarse de la importancia de esta profundización en los hechos, que matizan todo maniqueísmo ramplón.

Escapar de este, no obstante, tal y como decís, exige un esfuerzo utópico para intentar abandonar la circularidad pues ¿quién está libre de pecado para tirar la primera piedra? Las estructuras nos apresan impidiendo un discurso libre de ideología. Mientras tanto, es vital desarrollar una doble virtud: la crítica racional constructiva, en la que la filosofía tiene un papel tan relevante, pero que fácilmente cae en manos de la instrumentalización ideológica siempre ejercida hacia los otros; y la autocrítica, que sea capaz de orientar la propia perspectiva de una forma que no tome a quienes difieren de nosotros como simples estúpidos, sino como personas razonables que tienen buenos argumentos para discrepar de nosotros. La primera de las dos virtudes, en nuestra postmodernidad, está más que reconocida, aunque sea vulgarmente ejercida. De la segunda es muy difícil encontrar auténticos virtuosos. Y por eso, son muchos los que se pretenden moderados sin ejercer realmente esta autocrítica.
Javier Jurado
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