Kierkegaard escribió:
El caso Galileo ha salpicado polémicamente la historia de la Iglesia hasta nuestros días y, tras documentarme sobre ella, he llegado a la conclusión de que no es correcto simplificar de forma maniquea la historia de la condena a Galileo como peli de buenos y malos...
El caso Galileo ha sido blandido contra la Iglesia durante años, y el triunfo de su ciencia, como sostuvo Popper, es tan incuestionable que la polémica resulta ya algo rancia. El suceso, sin duda, se ha instrumentalizado ideológicamente de forma escandalosa, hasta el punto de que hay muchos que creen todavía que Galileo fue quemado en la hoguera como le ocurriera a Bruno.
En realidad eso es lo que dice el Fraile. Cito poniendo el texto entre comillas pero no en cursiva para facilitar la lectura:
"El caso de Galileo es un episodio lamentable, pero perfectamente comprensible encuadrado en el ambiente de su tiempo, y que se ha sacado de quicio, desorbitándolo y utilizándolo como tema de ataque contra la Iglesia católica, erigiéndolo en símbolo de contraste entre lo medieval y lo moderno, entre la ignorancia y la ciencia, entre el retraso y el progreso, la superstición y la razón, etc.
No es correcto centrar la cuestión entre Galileo por un lado y la Iglesia por otro, ni entre la Iglesia y la ciencia moderna. Lo que deben enfrentarse son dos conceptos de ciencia, que chocan entre sí en un momento histórico. Por una parte, el aristotélico-tolemaico, que existía desde hacía veinte siglos, y que hasta entonces había sido aceptado sin apenas discusión en todas las universidades y centros de enseñanza. No obstante, en la misma Edad Media, y en concreto por Santo Tomás, no había sido admitido como verdad inconcusa, sino en cuanto que «salvaba las apariencias», admitiendo la posibilidad de que los «fenómenos» celestes pudieran explicarse de otro modo. No era, pues, la Iglesia católica, que como tal no tiene ningún sistema astronómico propio, sino la casi totalidad de las universidades civiles y los sabios europeos de aquel tiempo quienes admitían como verdad inconcusa que la tierra estaba inmóvil en el centro del universo. Así, pues, la opinión que un conjunto de teólogos sostuvo oficialmente frente a Galileo era la convicción compartida casi unánimemente por todos los científicos de aquel tiempo. El sistema heliocéntrico puede remontarse quizá hasta Filolao y Aristarco de Samos. Tampoco lo inventó Galileo, que era católico, sino Copérnico, también católico y canónigo de Thorn.
La Iglesia no prohibió defender el sistema heliocéntrico como hipótesis, sino como doctrina científica y cierta, lo cual en aquellos momentos era una norma de prudencia. Si Galileo se hubiera limitado a proponerla como hipótesis, lo más probable es que no se hubiera llegado a la condenación. Y, desde luego, tampoco habría sido condenado si Copérnico, Kepler o Galileo hubiesen aducido pruebas ciertas y demostrativas experimentales y verdaderamente científicas de sus teorías. La demostración no se dio hasta dos siglos después, por Foucault, en el Panteón de París.
Copérnico y Galileo acertaron en cuanto a la realidad de que la tierra gira alrededor del sol. Pero sustituían el sistema de la tierra fija e inmóvil en el centro del universo poniendo en su lugar el sol, fijo e inmóvil, lo cual tampoco es verdad, pues, aunque la tierra gire alrededor del sol, éste no está fijo ni inmóvil en el centro del universo.
Kepler propuso las órbitas elipsoidales, que Galileo se negó a admitir, manteniendo las órbitas circulares de Copérnico. Tampoco acertó ninguno de los dos, porque la tierra no describe una simple órbita alrededor del sol, sino una trayectoria helicoidal, siguiendo la trayectoria del sol por el espacio en su marcha aparente hacia la constelación de Hércules.
En cuanto al valor dogmático de la condenación, a pesar de la intervención personal de Paulo V y Urbano VIII en el asunto, no hay una fórmula dogmática, ni menos una definición ex cathedra. Los teólogos consultados y el Papa se dejaron influir por la convicción de que el sistema aristotélico-ptolemaico, instalado en la filosofía desde largos siglos atrás, y que creían científico y verdadero, era el que mejor respondía a la letra del texto de la Biblia, y, por consiguiente, rechazaron la teoría heliocéntrica, considerándola como un peligro para la fe. Galileo, por su parte, en vez de mantenerse en el puro terreno científico, se dejó desplazar hacia el teológico y exegético, en que, si -bien adujo razones que hoy parecen muy aceptables, chocaban contra las convicciones corrientes en su tiempo.
Así, pues, lo más exacto y lo más justo es hablar del choque histórico inevitable entre dos corrientes de opinión: por una parte, la clásica o tradicional, basada en la observación vulgar, que explicaba los fenómenos celestes según las apariencias y que parecía más en conformidad con la letra de la Biblia; y, por otra, la nueva, que se apartaba de la experiencia vulgar y chocaba con las apariencias sensibles, pero que tampoco fue capaz por entonces de dar pruebas evidentes ni demostrativas de carácter científico.
Es falso sostener que la condenación de Galileo cerró el camino, ni siquiera entorpeció la investigación científica. De momento produjo algún desconcierto. Pero la verdad es que la teoría heliocéntrica era aceptada pocos años más tarde por todos los sabios, creyentes o no creyentes (Descartes, Gassendi, etc.) sin que nadie les molestara lo más mínimo."
Bueno, pues ahí queda eso.