Contesto aquí a
este mensaje de Tasia, pues creo que es un lugar más adecuado para el debate que pretendo suscitar.
Tasia escribió:
Planteas que la razón estética (o al menos la ruptura del binomio mito/logos de los románticos) fue la causa de Auschwitz. No pensaba así Hannah Arendt, que encontró en la causa del mal, no en la "maldad" de unos lunáticos idealistas románticos, sino en la normalidad del burócrata. En un kantismo mal entendido que de Kant solo se queda con la parte de que hay que cumplir las normas, del deber por encima de todo, y del sistema jurídico como ente que libra al individuo de pensar por sí mismo. De Kant se queda con el racionalismo categorizante que construye sistemas racionales para que sean los garantes de una ética formal (en ausencia de una ética de contenidos). La autonomía ilustrada, que entendieron tan bien los románticos, se les olvidó a esa pandilla de burócratas que aún hoy nos gobierna y que dicen "hay que cumplir las normas", aunque esas normas desahucien, opriman o no tengan legitimidad democrática.
Me he referido
aquí a que "
una de las grandes falsificaciones de la Historia de la Filosofía, a la que han sucumbido muchos de los filósofos de la "prepostmodernidad"; y permítaseme el palabro para designar a esos filósofos que se lanzaron a denostar la modernidad o a elaborar una crítica de la razón científica y positivista, abriendo el camino a la postmodernidad. Me refiero a filósofos como Heidegger, Horkheimer o Adorno."
Al referirte al burócrata doy por hecho que estamos hablando de la figura que introdujo Max Weber en la Filosofía. Hablamos de aquél cuya acción se justifica por eficacia, es decir, por aportar los medios adecuados para cumplir tal o cual fin, sin que se plantee la bondad o maldad de los fines. En este sentido el "burócrata" se distingue del "político", que es quien elige los fines que hay que alcanzar (y, por tanto, es quien corre con la carga ética de la elección). Y también aquí hay que distinguir dos tipos de éticas, siguiendo a Weber: la "ética de la convicción" y la "ética de la responsabilidad" (véase la obra de Weber "
El político y el científico"). La ética de la convicción elige los fines bajo el principio que Kant definió bajo la frase "
fiat iustitia et pereat mundus", hágase justicia y perezca el mundo; lo que merece la conocida crítica: pero si se hunde el mundo, ¿para qué se necesita ya la justicia?
El ético de la convicción postula sus fines y no necesita saber si éstos se consiguen o si son de imposible alcance. Por el contrario, el ético de la responsabilidad, el político, no sólo designa fines sino que es responsable de que tales fines sean alcanzables, puesto que es inseparable su logro de su bondad. No hay fines intrínsecamente buenos para la acción humana si son inalcanzables o imposibles.
La Filosofía, especialmente la Filosofía de lo que me he permitido llamar "prepostmodernidad" se nos presenta en un momento histórico muy concreto: se trata de filósofos que, aquejados de una ética de la convicción en su juventud, se dan cuenta de que las ideas que propugnaban bajo esa "convicción" irresponsable, ha desembocado en Auschwitz y el Gulag. Al ver esos efectos, el filósofo de la convicción rehuye sus responsabilidades (que el filósofo de la convicción nunca está dispuesto, por principio, a asumir) y escurre el bulto. Heidegger elude su responsabilidad en el nacionalsocialismo y la Escuela de Fráncfort su responsabilidad en la propagación del comunismo, como ideólogos marxistas. Y, entonces, utiliza una estrategia de "tinta de calamar": echa la culpa del desastre al burócrata. Señala al burócrata como el causante de los males y pretende dejar a salvo a la Filosofía en su torre de marfil; así se pone él también a salvo, elude el tremendo peso de su culpa.
Esta estrategia alcanza uno de sus puntos álgidos en Hannah Arendt: el culpable del holocausto es Eichmann, el prototipo del burócrata. Pero habrá que preguntarse: ¿es lícito desviar la atención de los Goebbels, para centrarla en los Eichmann? Eso es lo mismo que si decimos que la culpa del Gulag no es de Lenin o Stalin, sino del funcionario Piotr Korsakov, comandante del campo de trabajo número 17 en Siberia para disidentes políticos, para "enemigos del pueblo", uno cualquiera de los Eichmann del régimen soviético.
Es la cobardía de la ética de la convicción: si ésta lleva al desastre, siempre se podrá eludir la responsabilidad cargando las culpas al burócrata. Pero el burócrata no pone los fines, tal como lo hemos definido: se limita a indicar al político qué medios tiene que utilizar si quiere alcanzar los fines que aquél le fija, y ponerlos en marcha. El burócrata no evalúa los fines, por definición; si lo hace, ya no es burócrata. Por eso el burócrata, frente a la tesis Arendt, nunca es el culpable.
Pongo un ejemplo, y sólo a efectos argumentativos, sin prejuzgar la bondad o maldad de las propuestas políticas de que voy a hablar. En estos días se van publicando encuestas que parecen conceder a Podemos una posibilidad real de alcanzar el poder en España. Dentro de los pocos puntos del programa de esa formación política que conocemos tomemos, a título de ejemplo, la denuncia de la Deuda: se trataría de que España no asumiera sus compromisos de pago de la deuda pública. Se trata, pues, de un fin que el político señala a la comunidad política que dirige. Pero es obvio que, si Podemos llega al Gobierno, no va a poner en la calle a los funcionarios del Estado. Al contrario, el político busca alcanzar el poder para tener a su disposición, a disposición de los fines que va a fijar, la maquinaria burocrática del Estado. Podemos va a necesitar a los Abogados del Estado, Inspectores de Hacienda, Técnicos Comerciales y Economistas del Estado, Arquitectos e Ingenieros de Obras Públicas, etc. Va a necesitar a los burócratas.
En concreto, si se propone no pagar la deuda pública contraída (o parte de ella), tendrá que acudir al funcionario Eichmann para que diseñe la estrategia necesaria: habrá que elaborar lo que se denomina "auditoría de la Deuda", para dar cobertura publicista al proceso, los deudores van a reclamar en los Tribunales internacionales por el incumplimiento y habrá que defender los intereses patrimoniales del Estado. Los canales de obtención de recursos financieros para el Estado se van a ver seriamente restringidos, y habrá que intentar dejar algunas fuentes abiertas, etc.
Supongamos que el Gobierno de Podemos encarga el diseño de los medios para cumplir esos fines (la denuncia de la Deuda) al funcionario Juan García López, Técnico Comercial del Estado o Inspector del Banco de España o lo que sea. ¿Puede el funcionario Juan García negarse a hacer su trabajo? Evidentemente, no puede: su profesión, por la que cobra y con cuyo salario mantiene a su familia, es cumplir las órdenes del Gobierno, de un Gobierno elegido por elección popular (no olvidemos que el partido nacionalsocialista alemán obtuvo el poder mediante las correspondientes elecciones).
Supongamos ahora que la política de Podemos resulta nefasta (no digo que lo tenga que ser, me muevo en el terreno de las hipótesis a efectos puramente argumentativos), España queda sin capacidad de obtener recursos financieros de los inversores extranjeros, su deuda cae en manos de "fondos buitres" (recuérdese el actual caso argentino), se la expulsa de la Unión Monetaria europea e incluso de la misma Unión Europea, el PIB desciende radicalmente y el país se ve sumido en una miseria equiparable a la de los países tercermundistas. ¿Es lícito entonces que se analice la situación en términos de: "la culpa es del burócrata, de Juan García", en resumen: es aplicable la doctrina de la "banalidad del mal"?
A veces nos quejamos de que la Filosofía se ve postergada en los planes de estudios y de que carece de consideración en la sociedad actual. Pero podemos preguntarnos: ¿ha estado la Filosofía del siglo XX a la altura de las circunstancias? ¿Ha analizado su parte de culpa en el desastre de Auschwitz y el Gulag? Yo creo que no; que, más bien, ha intentado escurrir el bulto: ha echado las culpas al burócrata Eichmann, el funcionario, dejando en un segundo plano a Goebbels, el místico visionario de la raza aria que fijó los fines para los cuales Eichmann sólo arbitró los medios necesarios para darles cumplimiento. Goebbels no era un burócrata, no encaja en el perfil de la "razón instrumental", sino que creaba el imaginario social, la "clausura cognitiva" (para decirlo con Castoriadis) en la que estaba encerrado Eichmann; y él, como burócrata, no podía salir de ese imaginario. Y lo mismo cabe decir del comunismo: ¿habrá que echar las culpas del Gulag al funcionario Piotr Korsakov? Y mientras tanto que Marx, el ideólogo de la "dictadura del proletariado", se vaya de rositas...