Es una buena pregunta, la de si Descartes tomaba el “yo” del “(yo) pienso, luego (yo) existo” como un deíctico. Yo pienso que sí. Que cuando Descartes nos transmite eso, tanto en el Discurso del método como en las Meditaciones metafísicas, lo hace bajo el convencimiento de que ese ejercicio suyo de introspección puede realizarlo cualquiera de sus lectores, y entonces el “(yo) pienso, luego (yo) existo” será un “yo-lector pienso, luego yo-lector existo”. El yo, que cuando hace Descartes la meditación está puesto en el lugar de Descartes, cuando el que hace la meditación es el lector, es a éste al que se refiere el yo.
Hay, sin embargo, otro aspecto aún más interesante, en relación con el valor deíctico o no del yo: el de la individualidad del alma. Cuando Descartes habla de la
res extensa, en lo que nos afecta a nosotros como personas, no cabe duda de que esa
res extensa o cuerpo de cada uno es diferente. Descartes vivió en París en el siglo XVII y Nolano vive en Mallorca en el siglo XXI; es obvio que el cuerpo de Descartes es un cuerpo separado del cuerpo de Nolano. Pero ¿ocurre lo mismo con la
res cogitans? ¿Es el alma o
res cogitans de cada uno una individualidad separada de las almas de los demás hombres, o la
res cogitans es sólo una, de la cual participamos todos los hombres? No sé si Descartes dejó dicho algo sobre eso; tendrán que ser los especialistas en Descartes los encargados de encontrar apoyos textuales a favor de una u otra postura; eso está lejos de mi alcance. Pero, tal como yo lo veo, es difícil individualizar dos almas o
res cogitantes sin cuerpo; ¿qué elementos distintos en cada una de ellas podríamos aducir para afirmar que ambas almas son distintas, y no un alma común o idéntica?
En mi opinión nos encontramos ante el mismo problema que ya se planteó en la Edad Media a raíz de la recepción en Europa de Aristóteles por mediación de Averroes. En el foro hablamos sobre ello en
este hilo.
Creo que es bastante conocido que uno de los principios de la teoría hilemórfica de Aristóteles es la de que las especies tienen una esencia o
ousía o forma que se individualiza mediante la materia o
hyle. La materia es el factor de individuación en el mundo. Eso planteó algunos problemas a los escolásticos medievales, como el del estatuto ontológico de los ángeles que eran espíritus puros, carentes de materia. ¿Habría pues un solo ángel o varios? La respuesta de Santo Tomás de Aquino fue que cada ángel era una propia especie; no hay una especie “ángel”, pues al no tener cuerpo (es decir, materia) no podrían entonces individualizarse; para que podamos hablar de distintos ángeles, como hacen los Textos Sagrados, hay que convenir en que cada uno es una especie singular.
Sin embargo, eso presenta nuevos problemas teológicos, pues entonces, si resulta claro, en buena doctrina aristotélica, que cada uno es cada uno pues tiene su propio cuerpo y eso permitie su individuación, ¿qué pasa con el alma una vez separada del cuerpo? Porque si el alma es inmortal, ¿qué ocurre cuando muere el cuerpo? ¿Cómo puede mantener el alma sin cuerpo la individualidad? Y si el alma vuelve a una
ousía o forma de su especie, sin cuerpo, ya no es individual. ¿Cómo pueden, entonces, si no están individualizadas, ir las almas de los buenos al Cielo y las de los malos al Infierno? ¿O es que una parte de una misma alma-forma-de-la-especie-hombre va al Cielo y otra va al Infierno?
Si desde un prisma religioso, sea bajo la doctrina cristiana sea bajo la doctrina musulmana, el alma pudiese vivir inmortal y separada del cuerpo, el dogma religioso del alma individual sería totalmente incompatible con la doctrina hilemórfica del Estagirita. Por eso Averroes tuvo problemas con las autoridades religiosas, porque él entendía que el alma era universal, y no individual, siguiendo a Aristóteles. (Nota: que el Padre Alonso o Idoya Maiza sostengan que el alma en Averroes es individual no importa ahora; lo que importa es lo que Averroes significó en su momento y la interpretación que lo coloca como un referente imprescindible de la filosofía medieval; si realmente fuera la buena la interpretación de Alonso y Maiza, Averroes debería desaparecer de las historias de la filosofía, pues no habría aportado nada relevante al pensamiento filosófico.)
Los averroístas latinos, siguiendo esa doctrina, tuvieron que acogerse a la teoría de la “doble verdad”; hay una verdad filosófica (Aristóteles) y una verdad teológica (Textos Sagrados) y, por desgracia, son incompatibles, lo que conllevó un desgarro intelectual en esos filósofos. Eso, a añadir a las condenas teológicas; la de los averroístas latinos fue una triste condición.
Pero el caso es que, en mi opinión, hay una cuestión en la que no se ha incidido bastante, al hablar de este asunto; y es que la doctrina cristiana y la musulmana no sostienen, realmente, un dualismo cuerpo-alma, en contra de lo que pudiera parecer, sino un monismo que se manifiesta en una unión indisoluble entre cuerpo y alma que hace que el alma no pueda existir individualmente sin cuerpo. En el fondo no deja de ser un fisicalismo, pues, sin soporte físico, el alma se destruiría. Lo explico.
Uno de los dogmas de la doctrina católica es el de la resurrección; la “resurrección de los muertos” o, más expresivamente aún, la “resurrección de la carne”. Me interesa llamar la atención sobre esa palabra, “resurrección”, que viene del latín, del participio pasivo del verbo
resurgo, que es
resurrectus, o sea, re-surgir, volver a brotar, a surgir o a nacer. Si el alma fuera inmortal, no habría resurrección, pues lo que no se ha extinguido no puede volver a surgir, ya que siempre ha estado. La resurrección, por tanto, tiene lugar porque el hombre, en cuerpo y alma indisolublemente unidos, ha muerto, y, después de su muerte, resucita, también en cuerpo y alma. Porque sólo el cuerpo individualiza y hace que seamos diferentes. Sin cuerpo, ¿en qué se distinguirían un alma de otra?
Creo que eso es, si no un dogma universal en todas las religiones, sí muy generalizado, pues en el paraíso musulmán, el buen creyente disfruta de placeres carnales, y lo mismo ocurría en el Walhalla de la mitología nórdica o en los Eternos Cazaderos de los indios americanos. Y no sé si en las demás religiones, porque es una materia sobre la que no tengo estudios. Por eso, en el Juicio Final cristiano, se abrirán las tumbas para que resucite la carne, como se puede ver perfectamente en los frescos de Miguel Ángel de la Capilla Sixtina,
y en tantas otras representaciones de dicho evento (ésta de la Catedral de Salamanca, por ejemplo, pintado por Nicolás Florentino).
Así que los que sostengan el dualismo mente-cuerpo tienen una dificultad añadida más a sus postulados. Justificar cómo es posible una subsistencia individualizada de una mente sin cuerpo y en qué una mente sin cuerpo se distinguiría de otra mente sin cuerpo de otra persona. Y vuelvo a decir que, en realidad, no sé si Descartes se planteó esa cuestión y dijo algo al respecto. Sospecho que, estando en su tiempo todavía calientes las brasas de la hoguera de Giordano Bruno, nuestro querido Renato no se metió en tales berenjenales.