Más ejemplos de lo difusa que puede llegar a ser la delimitación entre idealismo y materialismo, debido a que ambas doctrinas son monistas.
Dice Kant (KrV B-274/275): “El idealismo (en el sentido de idealismo material) es la teoría que sostiene que la existencia de las cosas del espacio fuera de nosotros es, o bien dudosa e indemostrable, o bien falsa e imposible. La primera postura, que defiende que sólo la afirmación empírica «Yo existo» es indudable, constituye el idealismo problemático de Descartes. La segunda postura es el idealismo dogmático de Berkeley. Este idealismo afirma que el espacio, con todas las cosas a las que va ligado y a las que sirve de condición inseparable, es algo imposible en sí mismo y que, consiguientemente, las cosas del espacio constituyen meras fantasías. El idealismo dogmático es inevitable si se considera el espacio como propiedad que ha de corresponder a las cosas en sí mismas, ya que entonces el espacio, juntamente con todo aquello a lo que sirve de condición, es un absurdo”.
Establece aquí Kant varias distinciones que son muy importantes, pues especifica que, bajo el manto nominal de “idealismo”, se acogen tres posturas doctrinales muy diferentes: el idealismo trascendental del propio Kant, el idealismo problemático de Descartes (¿escepticismo?) y el idealismo dogmático de Berkeley. Los dos primeros idealismos lo son en sentido impropio, creo yo, pues son dualistas; sólo el idealismo dogmático es monista y un verdadero idealismo.
Al no tener en cuenta estas distinciones, Moore, en el último párrafo de “La refutación del idealismo” incurre un tanto en vicio de confusión. Dice allí: “cuando Berkeley suponía que la única cosa de la que soy directamente consciente son mis propias sensaciones e ideas, suponía algo falso: y cuando Kant supuso que la objetividad de las cosas en el espacio consistía en el hecho de que eran “Vorstellungen” (representaciones) que tienen con uno una relación diferente de la que las mismas “Vorstellungen” tienen con otro en la experiencia subjetiva, estaba suponiendo algo igualmente falso. Yo soy tan consciente directamente de la existencia de las cosas materiales en el espacio como de mis propias sensaciones, y aquello de lo que soy consciente con respecto a ambas es exactamente lo mismo –a saber, que en el primer caso la cosa material y en el segundo mi sensación existen realmente. La pregunta que hay que hacerse sobre las cosas materiales, por tanto, no es: ¿qué motivo tenemos para suponer que existe algo que corresponda a nuestras sensaciones? Sino: ¿qué motivo tenemos para suponer que no existen las cosas materiales, ya que su existencia tiene exactamente la misma evidencia que la de nuestras sensaciones? Puede resultar falso que aquéllas existan; pero, si hay una razón para dudar de la existencia de la materia, que resulta ser un aspecto inseparable de nuestra experiencia, esa misma razón demostraría concluyentemente que nuestra experiencia tampoco existe, ya que también debe ser un aspecto inseparable de nuestra experiencia de aquélla. La única alternativa razonable a admitir que la materia existe tanto como el espíritu es el escepticismo absoluto –que es igual de plausible que exista algo como que no exista nada en absoluto. Las demás suposiciones (la agnóstica, que existe algo en todo caso, tanto como la idealista, que existe el espíritu) son, si no tenemos ningún motivo para creer en la materia, tan carentes de base como las más burdas supersticiones”. Desde una posición de dualismo dogmático, Moore mete en el mismo saco monismo (Berkeley), dualismo problemático (Descartes) o dualismo crítico o trascendental (Kant), cuando, en mi opinión, lo que hay que confrontar como tesis opuestas no son dos monismos (idealismo dogmático y materialismo dogmático, de los que vengo sosteniendo que son, en el fondo, lo mismo) sino monismo y dualismo; las tesis, en suma, de la congenereidad de materia y conocimiento o la discontinuidad de ambas. Pero en el entendido de que, si se sostiene esto último, como hace Moore, habría que aportar una explicación de por qué hay conocimiento verdadero de la materia exterior, si materia y conocimiento son cosas de naturaleza radicalmente diferente. El Dios-garante de Descartes cumplía ese papel, pero ¿qué explicación nos ofrece Moore?
Una muestra más en apoyo de mi interpretación la he encontrado en el capítulo “Moulines y el realismo” del libro “Ciencia pública-ciencia privada” (Zamora Bonilla; asignatura Teorías de la Ciencia). Moulines impugna el “realismo ingenuo”, la creencia en que existen cosas reales fuera de nosotros; desde este punto de vista, la postura de Moulines sería, por tanto, de un idealismo. Pero como crítica al realismo Moulines opone dos principios (pág. 157), “la inconmensurabilidad de las teorías” y “la inescrutabilidad de la referencia”. Esta segunda es, literalmente, una construcción de Quine, y también lo sería la primera si la hacemos equivalente a la quineana “indeterminación de la traducción”. El fondo de los argumentos quineanos es que nuestra mente no trabaja con “cosas” sino con signos; entonces puede que yo vea una cosa y diga “conejo” y un indígena vea la misma cosa y diga “gavagai”, pero nunca podemos estar seguros de que conejo y gavagai son equivalentes; es más, probablemente no lo sean. Así que, aunque parezca paradójico a primera vista, no deja de ser congruente que, para defender que no hay cosas reales fuera de nosotros (esse es percipi) o que si las hay son “inescrutables”, acudamos a argumentos de un fisicalista como Quine.
La única forma de entender que el idealismo y el materialismo fisicalista son dos doctrinas diferentes es mantener separada la ontología de la epistemología; es decir, incurrir en el escepticismo (abismo ser-conocer) o mantener la fe en el Dios-garante. Y eso, hoy por hoy, no sé si lo defiende alguien a cara descubierta; sin perjuicio de que una u otra de estas dos posiciones continúe latiendo en ciertas argumentaciones de manera soterrada.