Estupendo artículo, Kierkegaard. Y para hacerle los honores, qué menos que aportar algunas anotaciones, apostillas y matices que se me han ido ocurriendo con ocasión de su lectura. No se trata de negar la importancia de la ingeniería de telecomunicaciones: por ejemplo, sin ella no podríamos disfrutar de estos agradables debates; pero como en este mundo no existe ni el negro ni el blanco y todo se resuelve en gradaciones de grises, voy a adoptar una postura crítica respecto del papel que vienen desempeñando las telecomunicaciones en el mundo actual.
Fijas tu atención en el “tele-”, en la distancia que las telecomunicaciones reducen, acercándonos lo lejano. En algunos pasajes de la Fenomenología del Espíritu, Hegel medita sobre el “aquí” como negación, es decir, que todo aquí niega otro aquí, de tal forma que si mi aquí ahora es un árbol, al darme la vuelta mi aquí pasa a ser una casa, que niega y sustituye al árbol. Y eso pasa también con las telecomunicaciones: nos acercan el allí convirtiéndolo en aquí, pero a la vez, al hacer eso, desplazan el anterior aquí. Hacen un aquí de lo lejano pero desplazando así el aquí próximo. Siempre me ha fascinado ver en el televisor a personas de la Cochinchina llorar por el fallecimiento, por ejemplo, de Michael Jackson, como si se les hubiese muerto un amigo íntimo o un familiar cercano; personas que, sin embargo, apenas saben nada del sufrimiento o muerte de su vecino del 7º B, de cuyo óbito se enteran por una esquela puesta por el presidente de escalera en el ascensor y que apenas les produce un fugaz pensamiento (“¿Quién era ése? No recuerdo para nada su cara”) que desaparece con la misma rapidez con la que apareció. Ese acercamiento de lo lejano desplaza a nuestro prójimo (nuestro “proximus” o cercano) inmediato.
De entrada puede que no haya nada de malo en ello, aunque no deja de resultar inquietante esa sustitución de una realidad de carne y hueso por una realidad virtual, esa suplantación de algo que interactúa, que huele y transmite una cálida cercanía por una imagen bidimensional en una pantalla de LCD. Pero, si seguimos la especulación de Ortega como la discutimos al leer El hombre y la gente, según la cual el hombre es un vacío cuyos contornos sólo se definen por la circunstancia que lo rodea, la telecomunicación puede convertirse en una circunstancia virtual teledirigida que suplante a la circunstancia real, el lugar y el momento histórico real en que uno nace. Así, mi vida, tal y como la veía Ortega, quedará configurada por los poderosos que controlan los medios de comunicación de masas, mediante la configuración interesada de una “circunstancia” que, a su vez, configurará mi “yo”. El yo prístino (de ahí mi incidencia al comentar a Ortega en discrepar de esa sumisión incondicional a la circunstancia) puede suponer el último reducto que nos queda para resistir frente a esa circunstancia teledirigida. En términos de Heidegger, si traducimos, como propongo, el Dasein como el “ahí-del-ser” (en vez de la traducción habitual de “ser-ahí”), podemos también entender el proceso de telecomunicación como un proceso de sustitución del da-, el lugar privilegiado desde el que contemplamos y “pastoreamos” el ser y único lugar desde el que podemos preguntar por el ser; si nos sustituyen nuestro da- original por un da- teledirigido, la manipulación está servida mediante una suplantación de la autoconciencia por una heteroconciencia.
Pero hay más: la sustitución (o suplantación) de aquís puede alcanzar rincones aún más profundos y radicales. Pues la sustitución puede no quedarse en cambiar un aquí-prójimo por un aquí-remoto, sino llegar a sustituir al “hombre que siempre va conmigo” con el que conversaba Antonio Machado, por otro “hombre” lejano y virtual que no va conmigo, sino que va a lo suyo. Adquiere así su verdadera realización la palabra alienación (o enajenación o extrañamiento); adviértase cuántas conversaciones con “el hombre que siempre va conmigo” nos perdemos enganchados a la caja tonta, cuántos paseos solitarios, cuántos ratos a solas mirando el fuego del hogar...
Ciertamente, nada de todo eso es culpa del ingeniero. La ciencia, y especialmente su vertiente ingenieril, siempre se ha limitado a la razón instrumental, a decirnos cómo conseguir fines, pero nunca ha fijado al hombre esos fines. Que los avances técnicos en la telecomunicación se utilicen para el telediálogo en lugar de para el teleadoctrinamiento ya no es cosa de los ingenieros; éstos, como los juristas o los economistas o cualquier otro profesional, se limitan, al fin y al cabo, a prestar un buen servicio a quien les paga.