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TEMA: Mujeres o Tasas que interesan

Mujeres o Tasas que interesan 04 Oct 2017 21:05 #41385

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Dices, Conrado “Bueno, lo que dice la ciencia es que la selección natural no atiende a finalidad alguna. Vamos, que no es teleológica. Tampoco es arbitraria, pero no obedece a causas finales.”

Bueno, en realidad eso no lo dice la ciencia. Y no lo dice porque simplemente no puede decirlo. La ciencia moderna, y por su mismo nacimiento, deja al margen la causalidad final. No hay que confundir la teoría de la selección de las especies con una interpretación materialista de la misma. La selección natural es el mecanismo propuesto por la ciencia para dar cuenta de la evolución de las especies, es decir, la selección natural hace referencia a las causas eficientes y no a la existencia o no de causas finales.

Por tanto, un científico, y en tanto que científico, o la ciencia, y en tanto que ciencia, no puede afirmar ni negar la existencia de finalidad alguna en la naturaleza. Lo que es sorprendente es que muchos científicos, que deberían de saber que el método científico deja al margen la causas finales, nos digan posteriormente que la ciencia puede afirmar que no existe finalidad alguna en la naturaleza. Pues claro que un científico, y en tanto que científico, es decir, haciendo uso del método científico, no va a encontrar finalidad alguna en la naturaleza. Es que simplemente desde las causas eficientes no se puede dar el salto a una causalidad final o a la ausencia de la misma. Si existe o no finalidad en la naturaleza no es materia sobre la que la ciencia pueda ni deba pronunciarse.

Otra cuestión es que desde la teoría de la evolución de las especies se puede afirmar, pero ya en el plano filosófico, que la evolución no posee finalidad alguna como el que la posea. Así por ejemplo, y en la actualidad, la Iglesia Católica acepta la teoría de la evolución de las especies. Pero lo que no acepta es una interpretación materialista de la misma. Es decir, dos personas o dos científicos, pueden creer en la teoría de la evolución de las especies, y sin embargo, no estar de acuerdo en si dicho mecanismo presupone o no una finalidad en la naturaleza.

Insisto nuevamente en este punto. Una cuestión es el mecanismo que propugna la ciencia para dar cuenta de la evolución y otro bien diferente es si esa evolución posee o no finalidad. Es como si del mecanismo propuesto por la ciencia para la explicación de la dinámica del Universo pudiera deducirse o no la existencia de una finalidad intrínseca al mismo. Esto último tampoco es competencia de la ciencia.


Un saludo
El tema ha sido cerrado.

Mujeres o Tasas que interesan 05 Oct 2017 03:43 #41388

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Atención: aportación densa en honor a Elías. B)

elías escribió:
Bueno, en realidad eso no lo dice la ciencia. Y no lo dice porque simplemente no puede decirlo. La ciencia moderna, y por su mismo nacimiento, deja al margen la causalidad final. No hay que confundir la teoría de la selección de las especies con una interpretación materialista de la misma. La selección natural es el mecanismo propuesto por la ciencia para dar cuenta de la evolución de las especies, es decir, la selección natural hace referencia a las causas eficientes y no a la existencia o no de causas finales.

La teoría de la evolución es una teoría científica. Luego la ciencia habla a través de ella para explicar cómo han evolucionado los organismos vivos. Con respecto a las causas finales, la ciencia sólo dice que la evolución no es teleológica. Es decir, no atiende a ningún fin preestablecido a priori. Luego, efectivamente, la ciencia contemporánea queda al margen de las causas finales porque, sencillamente, afirma que no las hay. Que es lo que no aceptáis los que defendéis el punto de vista teísta y creacionista.

Richard Dawkins no está de acuerdo en que el asunto de las cuestiones últimas sea patrimonio de la religión o incluso de la filosofía (y eso que el no deja de filosofar). Su apuesta, que roza el cientifismo, es bastante arriesgada. Dawkins critica lo que denomina pobreza del agnosticismo (hipótesis MANS o de magisterios no superpuestos: ciencia y religión pueden convivir en armonía sin pisotearse), por cuanto los agnósticos moderados, como el paleontólogo S. J. Gould, aún cedían a la religión todo lo relacionado con las cuestiones últimas. Dice así Dawkins:

"¿Cuáles son esas cuestiones definitivas en cuya presencia la religión es el invitado de honor y la ciencia debe hacer mutis respetuosamente?

Martin Rees, el distinguido astrónomo de Cambridge a quien ya he mencionado, comienza su libro Nuestro hábitat cósmico proponiendo dos candidatas a cuestiones definitivas y dando una respuesta correcta según el MANS: «El misterio preeminente es por qué algo existe. ¿Qué dota de vida a las ecuaciones y las actualiza en el Cosmos real? Sin embargo, esas cuestiones están más allá de la ciencia: son competencia de filósofos y teólogos». Yo preferiría decir que aunque, efectivamente, residen más allá de la ciencia, con mucha más certeza están más allá de la competencia de los teólogos (dudo que los filósofos vayan a agradecer a Martin Rees que los meta en el mismo saco que los teólogos). Estoy tentado de ir más allá y preguntarme en qué sentido es posible decir de los teólogos que tienen una competencia.

Todavía me entretengo cuando recuerdo el comentario de un antiguo Warden (director) de mi facultad en Oxford. Un joven teólogo había solicitado una beca de investigación para la diplomatura, y su tesis doctoral sobre teología cristiana provocó que el director dijera: «Tengo grandes dudas acerca de que eso sea un tema en absoluto».

¿Qué experiencia pueden aportar los teólogos para profundizar en cuestiones cosmológicas que los científicos no pueden? En otro libro relaté las palabras de un astrónomo de Oxford, quien, cuando le hice una de esas mismas preguntas profundas, dijo: «¡Ah!, ahora nos movemos más allá del reino de la ciencia. Esto es por lo que tengo que pasarle la pelota a nuestro buen amigo el capellán». No fui lo suficientemente ágil como para darle la respuesta que más tarde escribí: «Pero ¿por qué al capellán?, ¿por qué no al jardinero o al cocinero?». ¿Por qué los científicos son tan ansiosamente respetuosos con las ambiciones de los teólogos sobre cuestiones en las que estos ciertamente no están más cualificados para responder que los propios científicos?

Es un tópico aburrido (y, al contrario que muchos tópicos, ni siquiera es cierto) que la ciencia se preocupe de las cuestiones relativas al cómo, pero que solo la teología está capacitada para responder a las cuestiones relativas al porqué. ¿Lo que hay sobre la Tierra es una cuestión relativa al porqué? No todas las frases inglesas que comienzan por «por qué» son una pregunta legítima. ¿Por qué no son reales los unicornios? Sencillamente, algunas preguntas no merecen una respuesta. ¿Cuál es el color de la abstracción? ¿Cuál es el olor de la esperanza? El hecho de que una pregunta pueda escribirse en un inglés gramaticalmente correcto no hace que tenga significado, ni le da el derecho de captar nuestra atención. Ni, aun en el caso de que la cuestión sea real, hace que el hecho de que la ciencia no pueda responderla, sí lo pueda hacer la religión.

Quizá hay algunas preguntas genuinamente profundas y significativas que estarán más allá del alcance de la ciencia por siempre. Puede que la teoría cuántica esté llamando a la puerta de lo insondable. Pero si la ciencia no puede responder alguna cuestión definitiva, ¿qué es lo que hace que alguien piense que la religión sí puede? Sospecho que ni el astrónomo de Cambridge ni el de Oxford creían realmente que los teólogos tuvieran alguna experiencia que los capacitara para responder preguntas demasiado profundas para la ciencia. Sospecho que esos dos astrónomos estaban, de nuevo, haciendo todo lo posible por ser educados: los teólogos no tienen nada que aportar que merezca la pena; vamos a hacerles un favor y dejemos que se preocupen por un par de cuestiones que nadie puede y probablemente nunca podrá responder. Al contrario que mis amigos astrónomos, incluso ni creo que debamos hacerles un favor. Todavía no he encontrado una razón suficiente para suponer que la teología (a diferencia de los hechos históricos de la Biblia, su literatura, etc.) sea en absoluto una disciplina. De modo similar, estaremos de acuerdo en que es problemático el derecho de la ciencia a aconsejarnos sobre valores morales, por no decir más. Pero ¿realmente quería Gould ceder a la religión el derecho de decirnos lo que es bueno y lo que es malo?

El hecho de que la religión no tenga nada más para contribuir a la sabiduría humana no es razón para otorgar vía libre a la religión para decirnos qué hacer. ¿Qué religión, de todas formas? ¿Aquella en la que nos han educado? ¿En qué capítulo de qué libro de la Biblia deberíamos buscar? —la mayoría están lejos de ser unánimes y algunos de ellos son detestables para cualquier criterio razonable—. ¿Cuántos literalistas han leído lo suficiente de la Biblia como para saber que la pena de muerte está prescrita para el adulterio, para el trabajo en el día de descanso y para la insolencia con los padres? Si no aceptamos el Deuteronomio y el Levítico (tal como hacen los ilustrados modernos), ¿con qué criterio vamos a decidir entonces qué valores morales religiosos aceptar? O ¿debemos ir eligiendo entre todas las religiones del mundo hasta que encontremos una cuyas enseñanzas morales se nos ajusten? Si es así, otra vez debemos preguntarnos: ¿con qué criterio vamos a elegir? Y si tenemos criterios independientes para elegir entre moralidades religiosas, ¿por qué no tirar por la calle de en medio y asumir la opción moral sin la religión? Volveré a estas cuestiones en el capítulo 7. Simplemente, no creo que fuera la intención de Gould decir muchas de las cosas que escribió en Roca de la Eternidad. Como digo, todos somos culpables de hacer todo lo posible para ser agradables frente a un oponente indigno pero poderoso, y solo puedo pensar que esto es lo que Gould está haciendo. Es concebible pensar que en realidad esa era su intención. Su inequívocamente firme afirmación de que la ciencia no tiene nada que decir sobre la existencia de Dios: «Ni lo afirmamos ni lo negamos; simplemente, como científicos, no podemos comentar sobre ello». Esto suena a agnosticismo del tipo permanente e irrevocable, APP en toda regla. Esto implica incluso que la ciencia no puede hacer juicios de probabilidad sobre la cuestión. Esta extraordinariamente difundida falacia —muchos la repiten como un mantra, pero pocos, sospecho, han pensado en ello— encama aquello a lo que me refiero cuando hablo de la «pobreza del agnosticismo». A propósito, Gould no era un agnóstico imparcial, sino uno profundamente inclinado hacia el ateísmo de fado. ¿Basándose en qué profirió ese juicio, si no hay nada que decir acerca de si Dios existe?

La Hipótesis de Dios sugiere que la realidad en la que habitamos también contiene un agente sobrenatural que diseñó el Universo y, al menos en muchas versiones de esa hipótesis, lo mantiene e incluso interviene en él con milagros, que son violaciones temporales de sus, por otra parte, propias y grandiosamente inmutables leyes. Richard Swinburne, uno de los principales teólogos británicos, es sorprendentemente claro sobre el tema en su libro ¿Hay un Dios?:

«Lo que los teístas afirman acerca de Dios es que Él tiene el poder de crear, conservar o aniquilar cualquier cosa, grande o pequeña. Y también puede hacer que los objetos se muevan o hagan cualquier otra cosa... Puede hacer que los planetas se muevan de la forma en que Kepler descubrió que se movían o hacer que la pólvora haga explosión cuando le acercamos una cerilla; o puede hacer que los planetas se muevan de formas diferentes y que las sustancias químicas hagan o no explosión bajo condiciones completamente distintas de aquellas que ahora gobiernan sus comportamientos. Dios no está limitado por las leyes de la naturaleza; El las hace y puede cambiarlas o suspenderlas si así lo quiere.»

¡Demasiado fácil!, ¿no? Sea lo que esto sea, está muy lejos del MANS. Y sea lo que sea lo que los teístas puedan decir, esos científicos que están de acuerdo con la escuela de pensamiento de los «magisterios separados» deberían admitir que un Universo con un creador sobrenaturalmente inteligente es un tipo de Universo muy distinto de otro que no lo tenga. La diferencia entre esos dos hipotéticos Universos difícilmente podría ser más fundamental en principio, incluso si no es fácil de probar en la práctica. Y socava la complacientemente seductora máxima de que la ciencia debe estar en silencio absoluto sobre la demanda central de la existencia de la religión. La presencia o ausencia de una superinteligencia creativa es, inequívocamente, una cuestión científica, incluso aunque en la práctica no esté clara —o no todavía—. También así es la verdad o falsedad de cada una de las historias milagrosas en que confían las religiones para impresionar a las multitudes fieles." (Dawkins, 2007: 65-69).

Respecto a lo que comentas de la interpretación materialista de la evolución por parte de la ciencia, ésa es una pretensión teísta y falaz que los creacionistas atribuyen a la ciencia. Más abajo te cito un pasaje de un libro en relación a este asunto.

elías escribió:
Por tanto, un científico, y en tanto que científico, o la ciencia, y en tanto que ciencia, no puede afirmar ni negar la existencia de finalidad alguna en la naturaleza.

Ya lo creo que puede. Y, de hecho, lo hace. Lo que pasa es que en todo este asunto tú estás con los teístas. Ten en cuenta que siempre cabe pensar de otra manera. Sigue leyendo.

elías escribió:
Es que simplemente desde las causas eficientes no se puede dar el salto a una causalidad final o a la ausencia de la misma. Si existe o no finalidad en la naturaleza no es materia sobre la que la ciencia pueda ni deba pronunciarse.

"Causas de la evolución" es justamente el título del epígrafe 1.5 del libro de Sober (1996: pp. 46-51).

Para empezar, no es verdad que la evolución funcione a base de explicaciones causales. En biología la explicación científica que funciona es la funcional, no la causal. Esta última es la que vale para la física actual.

Las causas de la evolución que Sober (1996) enumera son dos: la selección natural y la migración. Ninguna de ellas tiene una explicación causal (cartesiana). Eso es válido para el dominio de la física, pero no para el de la biología. El caso de la evolución es muy particular. Veamos qué dicen los profesores de la UNED respecto a esta cuestión (la tipografía de todas las citas literales es mía):

"La solución darwinista

En el espacio de la filosofía de la biología se ha producido buena parte de la discusión sobre la adecuación de la explicación funcional. Posiblemente esto es así porque tanto en la vida cotidiana como en biología con frecuencia consideramos que explicamos la conducta de un ser o la misma existencia de algo indicando la función que realiza. Por ejemplo: «¿Qué hace esa luz encendida? La dejó fulano encendida para que veamos mejor». «¿Por qué emite luz el sol? Para que veamos bien». «¿Porqué late nuestro corazón? Para facilitar la circulación de la sangre». Desde luego este tipo de explicaciones finalistas (teleológieas) resultan problemáticas porque hacen referencia a intenciones (en el mejor de los casos) o nos remite a algún agente inteligente que tuvo el propósito de diseñar un componente (el corazón) para que cumpla una determinada función. Ahora bien, como ha indicado A. Rosenberg:

«El problema filosófico no consiste en decidir si estas explicaciones son legítimas en biología, sino en ofrecer un análisis del método y la teoría biológica que explique por qué resultan indispensables este tipo de explicaciones».

Lo que ocurre en biología es que se dispone de una fundamentación para este tipo de explicaciones en términos de la teoría de la selección natural. Nos ofrece el mecanismo subyacente a esta aparente situación en la que los efectos explican las causas. Un efecto posterior no puede explicar una causa anterior. Las funciones parecen ser posteriores, por lo tanto no pueden explicar causas anteriores. Así pues, en el caso de los latidos del corazón se puede considerar que la frase «la función de los latidos es conseguir que circule la sangre» viene a significar implícitamente que, a lo largo de la evolución, se seleccionaron aquellas variaciones aleatorias (mutaciones) en la configuración del corazón que facilitaban la circulación, debido a que esto contribuía a una mejor eficacia adaptativa (fitness) de los animales que las poseían. Por lo tanto, un corazón que facilita la circulación es una adaptación. En consecuencia, la correspondiente afirmación funcional sólo hace referencia de manera aparente a los efectos inmediatos, de hecho hace referencia a causas anteriores a lo largo del pasado evolutivo.

Este es el gran «pecado» o «la idea peligrosa» de Darwin: la explicación naturalista de que no hace falta un diseñador o arquitecto intencional para dar cuenta de la estructura y las funciones de los sistemas complejos. Sin entrar en detalles que harían excesivamente compleja la explicación, señalemos lo esencial de la explicación funcional en biología.

«Un rasgo estructural o conductual de un organismo queda explicado funcionalmente si se puede demostrar que es parte de un máximo individual local en relación con la capacidad reproductiva, en un entorno de otros organismos que han alcanzado también sus máximos locales. Si podemos demostrar que un pequeño cambio en el rasgo en cuestión conduce a reducir la capacidad reproductiva del organismo, entonces comprendemos porqué el organismo tiene este rasgo» (Elster, 1983: 52-53).

Vale la pena observar que este mismo rasgo es el que plantea serias dificultades a la exportación del auténtico modelo explicativo de la biología (la explicación funcional) al ámbito de las ciencias sociales. Es la gran diferencia que existe entre una explicación intencional y una explicación funcional. La selección natural parece que en alguna medida simula la intencionalidad [teleología], pero hay muy serias diferencias si observamos la manera en que se produce la adaptación general de los animales y la de los seres humanos. Precisamente la idea de maximizar globalmente los resultados (lo que lleva a establecer compromisos previos en la conducta, a esperar en un momento para actuar posteriormente con mejores condiciones), señala a la posibilidad de adoptar un comportamiento estratégico por parte de los humanos (y posiblemente por parte de algunos animales entre los que se da algo parecido a lo que podríamos calificar de elaboración de herramientas, instrumentos para intervenir en el entorno, así como «vida social»). No se trata de que no se puedan (más bien se debe) realizar trabajo interdisciplinar entre biología y antropología, más bien queremos señalar que la gran falacia se produce si tratamos de transportar globalmente el modelo explicativo de las ciencias biológicas al espacio de las ciencias sociales.

Por lo frecuente que resulta el establecimiento de analogías entre el mundo social y el biológico, no está de más indicar algunas precisiones sobre cómo opera la selección natural para no confundirla con ningún tipo de diseño intencional ni como un proceso dirigido a fines. Para ello pueden resultan muy adecuadas las siguientes consideradas realizadas por Nagel en «Teleology revisited» (texto disponible en nuestro curso virtual y cuya lectura recomendamos encarecidamente):

«¿Ocurre realmente que la selección natural opera de manera que se generen consecuencias conductuales, es decir, produciendo órganos de un tipo particular, precisamente porque la presencia de tales órganos en el organismo del que son componentes da lugar a ciertos efectos? Tal como lo veo, suponer que esto es así sería violentar la teoría neodarwinista de la evolución tal como es comúnmente aceptada (...) De acuerdo con esa teoría, cuáles sean los rasgos heredables, que poseen los organismos que se reproducen sexualmente, depende de los genes que portan los organismos, genes que o son heredados de los organismos progenitores o que son formas mutantes de genes heredados. Cuáles de sus genes transmite un organismo a su progenie, es algo que viene determinado por procesos adeatorios que tienen lugar durante la meiosis y la fertilización de las células sexuales. No viene determinado por los efectos que los genes producen, ni en los organismos paternos ni en los descendientes. Es más, las mutaciones de los genes —la fuente última de la novedad evolutiva— también ocurre aleatoriamente. Los genes no mutan en respuesta a las necesidades que un organismo pueda tener a causa de cambios en su entorno; y qué gen muta es independiente de los efectos que una mutación genética pueda producir en la siguiente generación de organismos. Incluso más, la selección natural «opera» sobre organismos individuales no sobre los genes que portan, y que un organismo sobreviva para reproducirse no depende de si tiene rasgos que podrían resultarle ventajosos en algún entorno futuro. La selección natural no es literalmente un «agente» que haga algo. Es un proceso complicado, en el cuál los organismos que poseen un tipo de material genético pueden contribuir más, en su entorno actual, al pool genético de su especie que lo que pueden contribuir otros miembros de la especie con diferente genotipo.»

En resumen, la selección natural es «selección» en un sentido muy peculiar de la palabra (Pickwickiano): No hay nada análogo a la foresight (previsión) en su operación: no da cuenta de la presencia de organismos que tengan un nuevo genotipo, no controla los cambios del entorno que puedan afectar a las oportunidades que el organismo tenga para reproducirse su propia clase, y no preserva los organismos que tengan rasgos que no son ventajosos para los organismos en su entorno actual, pero que puedan ser ventajosos para ellos en entornos diferentes. El término «selección natural» no es por lo tanto un nombre para algún objeto individual. Es un rótulo para una continua sucesión de cambios medioambientales y genéticos en los que, parcialmente debido a los rasgos genéticamente determinados que poseen los organismos, un grupo de organismos tiene más éxito en un entorno dado que otro grupo de organismos de la misma especie a la hora de reproducir su tipo y en contribuir al pool genético de la especie. La selección natural no tiene ojos para el futuro, si algunos zigotos resultan eliminados por selección natural es porque no se adaptan a su entorno presente." (Álvarez, Teira y Zamora Bonilla, 2005: 87-89).

Bien Elías, ésa no es mi opinión. Es lo que dicen los profesores de la universidad. Sospecho que saben más que nosotros.

elías escribió:
Así por ejemplo, y en la actualidad, la Iglesia Católica acepta la teoría de la evolución de las especies. Pero lo que no acepta es una interpretación materialista de la misma.

¿Y quién habla de interpretación materialista? Eso es lo que los teístas quieren hacer ver según Ernesto Carmena (el autor no se muerde la lengua y habla como si tuviese delante a un teísta):

"¿Qué es la evolución para un creacionista? [o teísta, tanto da]

Bueno, sobre todo es algo muy falso, muy falso, muy falso, y muy malo, muy malo, muy malo. La evolución es pecado. Es blasfema. Es maligna. Es caca.

Profundizando un poco, no en la caca, sino en vuestra idea de la evolución [de los teístas], comprobamos que es muy diferente del concepto que se maneja en la ciencia. Para vosotros la evolución (o el evolucionismo, ya que usáis ambos términos como sinónimos) sería, aproximadamente la creencia materialista y atea según la cual el universo y la vida se han originado y desarrollado ellos solitos.

Analicemos. Para los creatas, en general, la evolución es una “postura religiosa sostenida por la fe”. Se cree el ladrón que todos son de su condición. Según vosotros, los evolucionistas se guían por dogmas y veneran un libro sagrado: El origen de las especies, de Darwin.

¡Fascinante! Unos cretinos con el cerebro lavado por la Biblia o el Corán acusan a la ciencia de ser religiosa. Es como si un niño de incisivos protuberantes se dedicara a insultar a sus compañeros de colegio llamándoles “dentudos” o “cara de conejo”. Esto parece a primera vista una reacción ridícula, pero forma parte de una estrategia bien pensada: si conseguís convencer a los políticos de que tanto el creacionismo como el “evolucionismo” son religiones, se les dará el mismo espacio en las escuelas. Y, a la inversa: si la evolución es una religión catalogada como “ciencia”, entonces el creacionismo también merece la categoría de “científico”.

Por otra parte, tal y como revelan frases como ésta de Answers in Génesis, vuestro concepto de evolución está inflado. Abarca demasiadas cosas: la formación del universo desde las partículas subatómicas hasta los planetas, los procesos geológicos, el origen de la vida, la transformación de las especies (o sea, la evolución propiamente dicha) y, a veces, incluso también el desarrollo de las sociedades humanas.

Los procesos que los creatas y otros creyentes englobáis con el término "evolución" son el objeto de estudio de todas las ciencias naturales. El pobre Darwin se lleva siempre más palos que nadie, pero todos los grandes físicos, geólogos y químicos deberían ser también objeto de vuestros odios. Galileo, Lyell, Einstein, Planck, Wegener, Curie, Watson y Críele... son igualmente responsables de la "cosmovisión materialista" que supuestamente domina en nuestra época y que tanto os hace sufrir. De hecho, algunos de tus colegas creatas se han especializado en esparcir estiércol sobre la teoría del Big Bang o la desintegración del núcleo atómico, mientras otros “abonáis” del mismo modo la teoría de la evolución o los fósiles transicionales. Todos los científicos actuales deberían tener esto en cuenta: el problema no es sólo de la biología. Cuando el creata típico masculla un "contra la evolución", lo que está diciendo realmente es “contra la ciencia”." (Carmena, 2006: 39-40).

"¿Y qué es la evolución desde el punto de vista científico?

Pues algo bastante diferente de lo que hemos estado viendo: evolución es el proceso que da lugar a cambios hereditarios en las poblaciones de seres vivos a lo largo de las generaciones.

Suena árido ¿verdad? Aquí tienes otra versión ligeramente más minuciosa: evolución es el cambio en las frecuencias de los genes en las poblaciones a lo largo del tiempo1.
Una población es un conjunto de individuos de la misma especie que se reproducen entre sí (salvo que se trate de asexuales). Es sencillo, no se trata de ecuaciones de mecánica cuántica.

Estas son definiciones algo chocantes, pero son las que la comunidad científica utiliza por consenso. Los creacionistas las consideráis un fraude. Lamentablemente para vosotros, cuando alguien habla de evolución en el ámbito científico se está refiriendo a un fenómeno natural concreto que puede observarse y experimentarse, no a una doctrina o ideología, como pretendéis. Y ese fenómeno no tiene nada que ver con el Big Bang o la formación de los átomos. Expresiones como evolución cósmica, evolución continental o evolución de una enfermedad son perfectamente válidas y de uso común, pero cuando los científicos dicen "la evolución”, sin más, se refieren a la evolución biológica.

Además, son definiciones operativas, prácticas, muy útiles para el investigador porque permiten detectar, analizar y cuantificar casos reales de evolución. Son precisas porque, de un plumazo, dejan delimitado qué es evolución y qué no lo es. Por ejemplo, un renacuajo que se convierte en rana no está evolucionando: no son los individuos quienes evolucionan, sino las poblaciones. Las parejas japonesas crían hijos más gordos en California que en Japón, pero tampoco están evolucionando para adaptarse al estilo de vida de EE UU: no hay ningún cambio genético implicado y sí mucha comida grasienta.

Son, por último, definiciones propuestas en el seno de la teoría sintética de la evolución. En el futuro quizá se sugieran otras. Sería perfectamente normal que los investigadores se pusieran de acuerdo en adoptar definiciones distintas, si éstas que hemos visto quedan científicamente obsoletas.

Pero los científicos también llaman evolución a algo que permanecerá por mucho que cambien las teorías y sus definiciones: los seres vivos de la Tierra están emparentados y han ido divergiendo a partir de un ancestro común y transformándose durante millones de años.
Suele denominarse a esto el hecho evolutivo. Ya, ya veo que estás montando en cólera. “¿Un hecho? ¿Cómo que un hecho?” Por supuesto. Límpiate los espumarajos de la boca y seguiremos." (Carmena, 2006: 44-45).

Y en cuanto a eso que dices de que la Iglesia Católica acepta la evolución de las especies, bien, veamos qué dicen los que saben:

"Más que una hipótesis: la postura de la Iglesia católica

El papa Karol Józef Wojtyla, autoapodado Ioannes Paulus PP. II (un nombre mucho más fetén), o Juan Pablo II, como todos sabemos, se dirigió en 1996 a la Academia Pontificia de las Ciencias. Tituló su mensaje con una obviedad que ya habían repetido otros predecesores suyos: “La verdad no puede contradecir la verdad”. El papa tenía en una mano los dogmas de su religión y, en la otra, los descubrimientos de la ciencia, y ambas cosas se contradecían mutuamente en algunos puntos... Probablemente pensó, “bueno, lo primero es la Suprema Verdad revelada por Dios, o sea, que es cierto por narices; respecto a lo segundo, los descubrimientos científicos, vaya, molaría bastante poder decir que también son verdad, aunque sólo fuera por cuestión de marketing .

¿Qué tiene que hacer un papa moderno en estos casos? Pues ser muy ambiguo. El citado mensaje de Juan Pablo II es citado en multitud de textos como un ejemplo de apertura de la Iglesia católica porque, según afirma,

hoy [...] nuevos conocimientos llevan a pensar que la teoría de la evolución es más que una hipótesis.

Más que una hipótesis, ¡guau! ¡Qué maravilla! Si no fuera porque decir eso es como no decir nada (todas las teorías científicas son mucho más que hipótesis). Cualquiera, incluso un creata como tú, puede elaborar diez, quince, veinte, mil hipótesis científicas al día. Es un buen ejercicio para los niños: pedirles que inventen hipótesis. Ahora bien, producir una teoría requiere muchísimo más trabajo; es harina de otro costal. ¿Acaso el papa lo ignoraba? Me extraña mucho.

A continuación, Karol se mete en un barullo del copón. Una lectura atenta del texto nos obliga a deducir que no se estaba refiriendo a la teoría de la evolución, sino al hecho. El hecho evolutivo de que las especies están emparentadas y se transforman con el tiempo, eso es lo que el papa considera “más que una hipótesis”.

Afirma, justo después, que una teoría es una elaboración “metacientífica” (¿y por qué no, simplemente, “científica”?), que “prueba su validez en la medida en que puede verificarse” y “se mide constantemente por el nivel de los hechos”. Bueno.

Luego dice que conviene hablar de las teorías (en plural) de la evolución. Eso es correcto hasta cierto punto, pues actualmente los científicos no tienen mucho donde escoger: trabajan una sola teoría de la que se discuten aspectos importantes, pero que globalmente carece de rivales dignos de mención.

Y finalmente encontramos el truquito: esas diferentes teorías de la evolución tan misteriosas se basan, según este papa, en distintas filosofías... que podrían ser de tipo “materialista” o de tipo “espiritualista”. ¿Cómo demonios puede existir una teoría científica espiritualista? ¿Acaso una revista profesional admitiría un trabajo en el que se mencionaran almas inmortales o soplos divinos? ¿Podría esa teoría “medirse por el nivel de los hechos”?

¿Quizá se refería a ideas (que no teorías científicas) como las del padre Teilhard de Chardin? Este jesuita se imaginaba la evolución biológica como un desarrollo inexorable de los seres vivos hacia la espiritualidad. En el futuro, todos convergiríamos en un “punto omega” que sería algo así como la unión plena con Dios. Teilhard de Chardin —¡vaya por Dios!— era un poquito hereje y fue denunciado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, que no es otra cosa que un nombre actualizado para la vieja Inquisición.

Volviendo al hilo: no existen, ni pueden existir en la ciencia teorías que se basen en filosofías espiritualistas. Pero Karol, que en paz descanse, concluye:

Y yo me pregunto, ¿acaso se ocupa la teoría de la evolución de asuntos? ¿No es más bien la neurobiologia la que estudia y explica la mente humana, y su relación con la materia gelatinosa pero tangible del cerebro, sin necesidad de acudir a ninguna fuerza fantasmagórica? ¿No son la psicología moderna y la etología las que comparan constantemente nuestra conducta con la de los animales que los católicos consideran inferiores? ¿Y qué hay de la paleoantropología y la arqueología, que estudian el surgimiento de las capacidades simbólicas, el altruismo, la compasión y la superstición religiosa en los humanos primitivos? ¿Por qué el Papa dispara contra la teoría de la evolución, que al fin y al cabo se ocupa de mecanismos generales? Los casos concretos y complejos, como la aparición del hombre y de “su espíritu”, han de explicarse mediante otras muchas disciplinas, además de la teoría de la evolución. ¿No será que Su Santidad no entendía el concepto de teoría y consideraba la evolución del mismo modo que los creatas más burros, es decir, como una “doctrina” materialista y no científica que abarca prácticamente todo?.

La Iglesia católica —lo sabemos por ése y otros textos y declaraciones— acepta el hecho evolutivo. Pero, dado que no admite explicaciones que involucran exclusivamente procesos naturales, rechazará cualquier hipótesis sobre el origen del hombre que se enmarque en la teoría sintética de la evolución o cualquier otra teoría evolutiva científica.

La Iglesia católica, digámoslo claro, no tolera la teoría de la evolución. ¿Está del lado de la ciencia? ¡Tururú!

Es difícil interpretar escritos viscosos y ambiguos como el citado mensaje de Juan Pablo II, pero la verdad es que no me dan ninguna sensación de simpatía o apertura mental hacia los resultados más sublimes de la investigación científica: las teorías. Que, por su propia naturaleza, están y estarán siempre libres de espíritus, fantasmas o ángeles. Y libres del pesado de Dios." (Carmena, 2006: 51-53).

PD: Veo que siempre terminas con el tema Dios, Elías. Pero este hilo no va de esto. Ya sé que el tema Dios (monoteísmo) te mola un mogollón. Pero este hilo va un poco en plan feminismo (sí, muy en el fondo está relacionado con la evolución, sin duda, pues el feminismo es cosa de la especie homo sapiens evolucionada de hoy en día). Y, además, tú y yo hemos debatido (a veces acaloradamente) sobre esta cuestión largo y tendido por estos foros. Creo que deberías leer a Dawkins. Aunque no estés de acuerdo con él sus ideas están bastante bien argumentadas que, a la postre, es lo que importa de verdad. Dawkins no es un don nadie. Sus ideas son de obligado conocimiento para cualquiera que esté interesado en el debate en torno a la evolución y el creacionismo. Básicamente, porque es él quien con más rigor y tenacidad ha plantado cara a los que, como tú, defendéis los postulados creacionistas y teístas. Muy respetables, por supuesto. Pero creo que hoy en día el creacionismo está ya más que superado. No espero que estés de acuerdo con esto.

Notas:

1. Sobre esta cuestión, véase SOBER, Elliott (1996), Filosofía de la Biología, Madrid: Alianza (original en inglés en Westview Press de 1993), pp. 21-27.

Referencias:

- ÁLVAREZ, J. Francisco, TEIRA, David y ZAMORA BONILLA, Jesús P. (2005), Filosofía de las Ciencias Sociales, Madrid: UNED.

- CARMENA, Ernesto (2006), El creacionismo ¡Vaya timo! Carta a un crédulo, Pamplona: Laetoli (2ª edición de 2011).

- DAWKINS, Richard (2007), El espejismo de Dios, Madrid: Espasa (2ª edición de 2009; original en inglés de 2006).
David Feltrer Bailén Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla
Graduado en Filosofía (UNED - febrero de 2016)
Estudiante del Máster en Filosofía Teórica y Práctica (UNED - octubre de 2018)
Estudiante del Grado en Geografía e Historia (UNED)
Última Edición: 05 Oct 2017 04:33 por Conrado.
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Mujeres o Tasas que interesan 05 Oct 2017 08:17 #41390

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Buenas,

No entiendo esa actitud bélica contra las creencias religiosas. Si después de todo, lo que dice la Ciencia es que no existe un por qué; si en última instancia sostiene que la aleatoriedad es la base del cambio que nos ha configurado, ¿por qué esa acritud contra aquellos que buscan creencias?

Además, partiendo de esa cosmovisión de la vida, la ética que nos rige se vendría abajo. ¿Qué importancia tiene el hombre si su existir concreto es aleatorio? Y quien dice el hombre, dice Daniel en concreto, o Conrado, o Elías.

Han habido buenas aportaciones de todos en este hilo. Me han servido para conocer puntos de vista diferentes.

Un saludo.
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Mujeres o Tasas que interesan 05 Oct 2017 10:35 #41394

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Dices, Conrado: “La teoría de la evolución es una teoría científica. Luego la ciencia habla a través de ella para explicar cómo han evolucionado los organismos vivos. Con respecto a las causas finales, la ciencia sólo dice que la evolución no es teleológica. Es decir, no atiende a ningún fin preestablecido a priori. Luego, efectivamente, la ciencia contemporánea queda al margen de las causas finales porque, sencillamente, afirma que no las hay. Que es lo que no aceptáis los que defendéis el punto de vista teísta y creacionista.”

Que no, que nada tiene que ver si soy teísta o creacionismo. Simplemente tiene que ver con los criterios de demarcación. Que yo sepa la teoría de la evolución de las especies lo que nos dice es que el mecanismo se basa en el azar y en la necesidad. Serías tan amable de decirnos si dicho azar es epistemológico u ontológico y aportarnos las pruebas científicas de tal afirmación. Serías tan amable de aportar aunque únicamente sea un publicación científica en donde se demuestre experimentalmente que la evolución no es teológica.

Dices, Conrado: “Richard Dawkins no está de acuerdo en que el asunto de las cuestiones últimas sea patrimonio de la religión o incluso de la filosofía (y eso que el no deja de filosofar). Su apuesta, que roza el cientifismo, es bastante arriesgada”

A mi el que Richard Dawkins no esté de acuerdo en que el asunto de las cuestiones últimas sea patrimonio de la religión o incluso de la filosofía bien poco me importa. Si Richard Dawkins considera que la ciencia también puede dar respuesta a esas cuestiones lo que tendría que hacer es decirnos cómo es ello posible. Y esto es lo que nunca se nos dice.

Dices, Conrado: “Es un tópico aburrido (y, al contrario que muchos tópicos, ni siquiera es cierto) que la ciencia se preocupe de las cuestiones relativas al cómo, pero que solo la teología está capacitada para responder a las cuestiones relativas al porqué”

Sí, también es un tópico aburrido el que se diga que la ética aborda cuestiones morales y no la jardinería. Pero bueno, si queremos ser revolucionarios podemos dejar que la jardinería nos hable de cuestiones morales. Por cierto, la filosofía también está capacitada para responder a las cuestiones últimas.

Dices, Conrado: “Estas son definiciones algo chocantes, pero son las que la comunidad científica utiliza por consenso. Los creacionistas las consideráis un fraude. Lamentablemente para vosotros, cuando alguien habla de evolución en el ámbito científico se está refiriendo a un fenómeno natural concreto que puede observarse y experimentarse, no a una doctrina o ideología, como pretendéis. Y ese fenómeno no tiene nada que ver con el Big Bang o la formación de los átomos. Expresiones como evolución cósmica, evolución continental o evolución de una enfermedad son perfectamente válidas y de uso común, pero cuando los científicos dicen "la evolución”, sin más, se refieren a la evolución biológica.”

Verás, Conrado, el que me acuses de creacionista es simplemente mentira. No, no he dicho falso sino mentira. Verás, eres una persona que en cuanto no se te da la razón empiezas con descalificaciones y mentiras.

Te dejo un artículo que lleva por título : “ La evolución es un hecho, el darwinismo una teoría” Jesús Cañete Olmedo es profesor de filosofía y colaborador de la Cátedra CTR


“La evolución es un hecho, el darwinismo una teoría
La exaltación de Darwin debe atender a la discusión del darwinismo

Desde hace décadas se vienen levantando voces que afirman que el darwinismo se ha convertido en el nuevo mito siglo XXI. Pero no debe confundirse un hecho con la explicación de este hecho. La evolución es una evidencia empírica y hoy es comúnmente admitida como tal; pero el darwinismo es una visión teórica que debe ser discutida y valorada. La discusión científica en torno al darwinismo no deja lugar a dudas: ayudar a perfilar el alcance de estas discusiones es necesario para que cada cual asuma críticamente su propia posición valorativa sobre la pertinencia, alcance y limitación del darwinismo como teoría. Por Juan Jesús Cañete Olmedo.

Darwin, diferentes perspectivas. Museo de Ciencias Naturales de Londres.
En el año 2009 se conmemora el bicentenario del nacimiento de Darwin. Desde hace varios años se realizan multitud de actos para celebrar tal evento, por lo que es interesante saber como comenzaron a organizarse estos fastos.

La “Asamblea General de la ONU” había decidido honrar a Galileo, considerado padre de la ciencia, declarando el 2009 como “Año internacional de la astronomía”. Sin embargo, desde el ámbito científico se decidía festejar a Charles Darwin, elevado al rango de santo patrón de la ciencia.

Bueno ¿y qué?, podrán pensar ustedes, el padre de la biología, el padre de la teoría de la evolución que desentrañó el misterio del desarrollo de la vida al descubrir los mecanismos por los que ésta evolucionaba, que luchó denodadamente contra el inmovilismo del “stablishment” social y contra el oscurantismo eclesiástico, que destronó la irracionalidad con la fuerza de la razón ¿no se merece sobradamente este homenaje?

Sin embargo, desde hace décadas se vienen levantando voces que afirman que el darwinismo se ha convertido en el nuevo mito siglo XXI ¿Pero cómo? Se sorprenderá algún lector. Si la evolución es un hecho avalado científicamente. Cierto, el lector tendría razón, la evolución, el hecho de que las especies evolucionan, es un hecho, pero el darwinismo no, no debemos confundir un hecho con la explicación de ese hecho.

La asociación que se establece entre evolución y darwinismo, algo que se hace patente al popularizar la ciencia, es errónea. La evolución es un hecho, el darwinismo una visión teórica. P or mucho que se empeñe la plana mayor del darwinismo en identificar la evolución con Darwin, la realidad es otra, como a lo largo de este artículo mostraremos.

Si esta confusión ya de por sí tiene relevancia, lo peor no es eso. En el mundo de la ciencia han aparecido los nuevos censores, una especie de nueva inquisición, obviamente algo que va contra el espíritu de la ciencia que presume de no tener dogmas. Estos nuevos censores son los defensores del “pensamiento único” que quieren evitar que se debata y se discuta públicamente sobre la teoría de Darwin y el neodarwinismo, especialmente a la luz de determinados hallazgos que nos van ofreciendo numerosas investigaciones. Recientemente el filósofo de la ciencia Telmo Pievani publicaba “Creación sin Dios” [Telmo Pievani, “Creación sin Dios”. Madrid 2009], en la que en tono victimista calificaba a cualquiera que osara cuestionar la teoría darwinista como un “caballo de Troya” del creacionismo.

Desde el principio quiero dejar claro qué es lo que intentaré mostrar a lo largo de estas páginas para que el lector siga leyendo o simplemente lo deje. Ante todo quiero “dar que pensar”, los temas de la vida y las repercusiones éticas que tienen no pueden dejarse en manos de los biólogos, a todos nos incumben.

En segundo lugar, quiero dejar claro que no existe la unanimidad que se pretende mostrar en el terreno de la biología respecto a la teoría evolucionista en la versión darwinista. Muchos científicos y no científicos ven sus lagunas, sus límites o simplemente sus incongruencias. Otra cosa es que en público se atrevan a expresarlo.

La teoría sintética o también conocida como neodarwinismo representa la visión estándar de la biología evolutiva. Es la que se enseña en la universidad y por lo tanto domina el pensamiento biológico, pero ¡ojo! no es oro todo lo que reluce. En la actualidad cada vez va tomando mas relevancia lo que algunos consideran un nuevo paradigma evolutivo al que se conoce como “Evo-Devo”, “Biología Evolutiva y del Desarrollo”, que uniría la teoría neodarwinista de la selección natural y la genética del desarrollo. Se volvería así a tener en consideración la embriología para explicar la evolución.

Esto permitiría explicar la macroevolución (A título de ejemplo pueden cotejarse los artículos y libros que siguen que confirmarían lo dicho C. H. Waddington. “Evolutionary Adaptation”. Tax. Vol I, p. 381-392. Rémy Chauvin. “El darwinismo el fin de un mito”. Madrid 2000. Michele Sarà. “L’evoluzione costruttiva”. Universidad Agromento 2005. J. Cairns , J. Overbaugh, S. Miller “ The origin of mutants”. Nature 1988, 335.142-145. B. Hall. “Spontaneus point mutations that occur often when advantageous than when neutral”. Genetics 1990. Vol. 126, p. 5-16. Lynn Margulis and C. Sagan. “Acquiring genomes: a theory of the origins of species” New York 2002. Máximo Sandín. “Pensando en la evolución, pensando en la vida”. Murcia 2007. Los artículos que citaré de Máximo Sandín pueden encontrarse aquí. Agradezco a I. Nuñez de Castro el que me facilitase su artículo actualmente en prensa, “En busca del Logos para Bíos. Estado de la cuestión en Biofilosofía” Dialogo Filosófico, 2009).

Pienso que este campo de estudio abre nuevas expectativas, pero para constituirse en un nuevo paradigma debe desligarse de lastres darwinistas como la selección natural: si siguen el desarrollo de este trabajo ya entenderán porque. Si mis argumentos no convencen será porque se tendrán argumentos mejores, que me gustaría conocer, y si cuestionan y generan reflexiones propias mejor que mejor. En ambos casos habremos hecho una brecha en el “pensamiento único” que como siempre no es más que ausencia de pensamiento.

1.- Deconstruyendo a Darwin desde la historia

La evolución de las especies se asocia, como hemos dicho, a la figura de Darwin. Darwin se suele presentar como el padre de la biología moderna y el que revolucionó el mundo con su teoría de la evolución por selección natural. ¿Qué hay de mito? ¿Qué de realidad? Hagámonos eco de una serie de acontecimientos.

Corría el verano del año 1858 cuando en “La Sociedad Linneana de Londres” se leía una síntesis de lo que un año después se publicaría con el título del “Origen de las especies”, junto con un manuscrito de Alfred Russell Wallace en los que se presentaba la teoría, que expresada de modo grandilocuente, cambiaría el mundo: la evolución de las especies por selección natural. Estos escritos iban acompañados de una carta de Darwin al botánico Asa Gray fechada el 5 de septiembre de 1857 en la que le había enviado un esbozo de su teoría sobre la selección natural.

Esta maniobra permitía a Darwin coanunciar el descubrimiento con Wallace; era una cuestión de precedencia y sobre este tema se ha escrito mucho. La cuestión sobre si fue correcta o no la actuación de Darwin no importa mucho.

Los hechos se desarrollaron así. El héroe del H. M. S. Beagle no había publicado nada cuando, el 18 de junio de 1858, recibió una carta de Wallace y un manuscrito en el que sintetizaba sus trabajos en el archipiélago de las Malucas; en él se detallaban las conclusiones a las que había llegado que eran semejantes a las de Darwin.

La recepción de la obra de Wallace hizo que apresuradamente redactara un resumen de sus trabajos, ya que él estaba escribiendo una obra en la que desarrollaba las conclusiones de sus estudios, pero esta obra no estaba acabada. El escribir aquella síntesis apresurada le permitió que pudiese presentarla junto al manuscrito de Wallace. La teoría de la evolución de las especies por selección natural no es, como podemos observar, exclusiva de Darwin. Lo cierto es que Wallace fue rápidamente olvidado por el gran público, la sociedad victoriana y sus prejuicios premiaban a un típico representante de la clase media como Darwin sobre una persona de carácter modesto como Wallace.

La “salida a la luz” de las ideas de Darwin

¿Qué impacto tuvo en el ámbito científico la recepción de esta “revolucionaria teoría”? Un dato interesante es que el presidente de la “Sociedad Linneana” indicaba que el año 1858 no estaba señalado por ningún descubrimiento revolucionario. Si tan novedosa era la teoría, esto no se entiende. Quizás el tema de la evolución no era tan novedoso en el mundo científico y en la historia que se ha contado haya mucho de mito. Lo cierto es que un año después, cuando el 22 de noviembre de 1859 salía publicado “El origen de las especies”, los 1.250 ejemplares de su primera edición se agotaron rápidamente.

Da mucho que pensar la forma en que nació el darwinismo, cómo se ha narrado su historia en la que se han inventado temas que poco tienen que ver con los hechos y cómo se ha mitificado la figura de Darwin. Todo esto produce la sospecha de que en este tema no tratamos sólo de cuestiones científicas (M. Sandín).

Cuando Darwin publicó “El origen de las especies”, la evolución llevaba ya un siglo estudiándose en las universidades europeas (A. Galera). Ni siquiera utilizó el término evolución hasta la sexta edición de su obra principal y lo hizo por sugerencia de T. H. Huxley.

Desde la segunda mitad del siglo XVIII, filósofos de la naturaleza como Maupertois y Buffon expresaban la idea de la progresiva diferenciación de unas especies a partir de otras. Esta idea se fue abriendo paso a paso en la intelectualidad europea.

Posteriormente, autores como Lamarck le dieron mayor consistencia científica, décadas anteriores a la publicación de la teoría darwiniano-wallaciana. Esto explica que la presentación de sus trabajos no pareciese revolucionaria. Los elementos que barajaban no tenían demasiada claridad y las pruebas fehacientes brillaban por su ausencia. Si a esto añadimos que se trataba de una aplicación de la teoría socioeconómica liberal a la naturaleza, no es de extrañar la indiferencia con que fue recibida la teoría en el ámbito científico.

Fijémonos en la principal tesis, principio o dogma (elíjase el término que se quiera, como señala Juan Arana) de la teoría evolutiva de Darwin: “la evolución por selección natural”. Lo primero que llama la atención es que Darwin no estaba convencido de su exclusividad. Él buscó prótesis para ella como la pangénesis o el aumento de eficacia reproductiva. Lo que siempre rechazó fue que la evolución se diese de modo independiente a la supervivencia o a la fertilidad, es decir, que se diesen tendencias ortogenéticas.

Más aún, el propio Darwin no creía en la selección natural porque pudiese probar en un caso particular la derivación de una especie respecto de otra, sino porque clarificaba, explicaba y agrupaba muchos hechos embriológicos, morfológicos y de sucesión y distribución geográfica. A pesar de los propios límites que encontraba Darwin a la idea de la selección natural, esta sigue siendo su principal aportación a la teoría evolutiva. ¿De dónde le vino esta idea?

Las raíces socio-económico-políticas de la intuición de Darwin

La selección natural es una extrapolación de la teoría de la visión del capitalismo liberal a la biología (Michael Ruse, Mauricio Abdalla, Máximo Sandín). Según narra el mismo Darwin, la idea de selección le venía de la selección artificial de ganaderos y agricultores mediante la que obtenían éxito con las plantas y el ganado; cómo aplicar esto a los organismos en la naturaleza le parecía un misterio.

La idea de la selección natural le vino tras la lectura de la obra deT. R. Malthus “Ensayo sobre el principio de población”. Es curioso que Wallace también tuviera la intuición de la evolución por selección natural tras la lectura de la obra de Malthus.

La tesis central de esta obra es que, mientras los alimentos crecen a ritmo aritmético, la población crece a ritmo geométrico: dada la escasez de recursos se da una lucha por los recursos en la que salen vencedores los más aptos. La idea que ponía al egoísmo como la clave en las relaciones humanas había sido elevada a categoría metafísica por Adam Smith, quien la consideraba el concepto fundamental para explicar el funcionamiento de la sociedad.

La economía y las relaciones sociales deben regirse por la libertad de mercado, el Estado debe limitarse a que se garantice esta libertad. Es el famoso “laissez faire”, dejar hacer, en la que cada uno buscará su interés propio del que surgirá lo mejor para la sociedad, una sociedad que verá el triunfo de los mejores.

Malthus, discípulo de A. Smith, planteará desde estos criterios la lucha por los recursos como clave del funcionamiento social. Los que acaban venciendo son los más aptos, se observa una clara legitimación del “status quo”, el que está en lo alto es el mejor, el que debe estar; desde aquí se justificarían políticas sociales que hoy día consideraríamos totalmente inhumanas.

Además, no lo olvidemos, también justificaba la expansión colonialista del siglo XIX. Apliquemos estas ideas a la totalidad del reino animal y vegetal y tendremos, como el mismo Darwin dice, la teoría de la evolución por selección natural. A partir de aquí, como señala Mauricio Abdalla, nuestras mentes fueron entrenadas para ver la competición predador-presa en todo, sin fijarse en otros hechos como el equilibrio armónico que reina en los ecosistemas. Más que una ley de la naturaleza, lo que podemos observar es una ley que se decretó y se impuso a la naturaleza.

Un último ejemplo dará aún más luz sobre la cuestión, me refiero a la famosa contienda entre el obispo Wilberforce y T. H. Huxley. En una memorable sesión de la “British Association for the Advancement of Science” en Oxford el 30 de Junio de 1860, Huxley relata como Samuel Wilberforce habría ridiculizado las tesis de Darwin y la respuesta contundente de Huxley (en adelante considerado el bulldog de Darwin) que habría destrozado y destronado las tesis del pomposo prelado. Los informes refieren algo muy distinto al épico duelo. Fue luego cuando se generó el mito que escenificaba la lucha entre la luz de la ciencia y el oscurantismo eclesiástico. Así se intentaba forjar un nuevo caso Galileo.

Pensemos que nos encontramos en una Gran Bretaña de la segunda mitad del siglo XIX donde las clases medias adquieren un lugar relevante en la sociedad industrializada, reemplazando a los terratenientes y a las clases feudales del pasado. Las clases emergentes luchaban por una reforma en la administración y por una educación laica que, entre otras cosas, liberase a la ciencia de la tutela de la iglesia establecida. Ellas fueron elaborando sus propios mitos. La ciencia no deja de ser una práctica social que refleja las virtudes y defectos de la sociedad de una época. Luchas de poder e influencia, cuestiones económicas, ideologías y propaganda, siempre se mezclarán. La realidad es que detrás de todo esto hubo mucha propaganda y una fuerte carga ideológica, como nos muestra M. Ruse.

Darwin murió en Kent el 19 de abril de 1882. Su vida se nos ha presentado de forma heroica, desde el viaje en el Beagle, a las luchas contra los dogmatismos de una época, especialmente en su enfrentamiento con las doctrinas de la iglesia, hasta su muerte. Un auténtico ejemplo de honestidad científica y de coherencia.

Unos pocos datos: en su muerte recibió un funeral de Estado en la Abadía de Westmister (sólo cinco personas no pertenecientes a la nobleza lo habían recibido durante el siglo XIX). Fue enterrado, ni más ni menos, que junto a John Herschel y Newton. A lo largo de su vida fue miembro del Consejo Rector de la “Geological Society”, de la “Royal Society”, de la Academia de Ciencias Francesa, etc. Las dificultades épicas que sufrió Darwin parece que brillan por su ausencia. La historia nos muestra a una sociedad que lo ensalzaba, pues proponía su visión social como paradigma de toda la naturaleza, justificaba el triunfo del fuerte, algo que era debido a sus propias condiciones y venía muy bien para justificar, de hecho, la expansión colonial británica.

Podemos pensar que fuese lo que fuese de la historia de Darwin, de cómo surgió y se forjó la teoría, de extrapolaciones y mitos aparte, si la teoría científica que propuso tiene tanta relevancia, por algo será. Esto es lo que me propongo debatir en el siguiente punto: ¿Cuál es la relevancia real de la teoría evolutiva darwinista?

2.- Deconstruyendo la teoría de la evolución de Darwin

Pero ¿en qué consiste la teoría de la evolución de Darwin? Indiquemos los principios básicos:

1) Los seres vivos tienen como característica la posibilidad de variación. Esta variación se da de modo gradual y no a saltos. Las variaciones congénitas, no las adquiridas a lo largo de la vida, son heredadas por los descendientes.

2) En cualquier especie, el número de los individuos que nacen es mayor que la cantidad de recursos que hay en el ambiente, o sea los organismos producen más descendientes de los que pueden sobrevivir.

3) Debido a lo anterior se origina una lucha por la existencia donde se competirá por el espacio vital y el alimento: los que salgan vencedores y por tanto sobrevivan serán los más aptos. Cuando las variaciones capaciten mejor a un organismo para sobrevivir en un determinado ambiente, éste triunfará en la lucha. Los individuos supervivientes transmitirán a sus descendientes las variaciones aventajadas y éstas pasarán a la generación siguiente y así, acumulándose, permitirían no solamente la adaptación a un ambiente determinado, sino la posibilidad para evolucionar de una especie a otra.

Principios esenciales del darwinismo

Los principios esenciales de esta teoría serían el gradualismo de las variaciones que se irían acumulando generación tras generación. No existirían por lo tanto saltos evolutivos, entre otras cosas porque admitirlos podría llevar a que se postulasen tendencias finalistas en la evolución, algo que de principio niega.

En segundo lugar, la ausencia de un principio causante del cambio, todo ocurriría por azar (como hemos dicho antes un postulado es la ausencia de todo tipo de teleología). Y en tercer lugar la idea clave de la selección natural es que viene definida como una lucha por la supervivencia en la que sobrevivirían los más aptos.

“Lo paradójico es que Darwin se convirtió en el Newton de las ciencias de la vida escribiendo sobre el origen de las especies pero sin haber aclarado el secreto de la vida” (Juan Arana). Darwin no poseía información sobre las mutaciones genéticas y los mecanismos de la herencia. La teoría sintética o neodarwinismo, actual visión ortodoxa de la biología evolutiva, daría como razón de la variabilidad, a la que se refería Darwin, las mutaciones genéticas entendiéndolas como cambios aleatorios que ocurren en el código genético.

El hito de la teoría neodarwinista fue la publicación de T. Dobzhansky “La genética y el origen de las especies”. A principios del siglo XX Bateson y De Vries proponían un mecanismo evolutivo alternativo a la selección natural y a su visión gradualista al que denominaron mutacionismo; en él sostenían que las especies aparecían de forma repentina por mutaciones.

T. Dobzhansky, junto con otros biólogos, lograrían aunar ambas teorías, el mutacionismo y la evolución por selección natural, construyendo el marco actual que rige la ortodoxia de la biología evolutiva, lo que se conoce como “teoría sintética”. Llamo la atención sobre esa capacidad adaptativa que tiene desde el principio la teoría darwiniana que va o moldeándose o fagocitando todas aquellas propuestas que en principio parecen contradecirla, eso si que es una verdadera adaptación.

Dobzhansky resume del siguiente modo la teoría neodarwinista: el proceso de mutación aporta la materia prima genética. Los cambios evolutivos son elaborados por selección natural a partir de la materia prima. En los organismos sexuados, el aislamiento reproductivo hace que la divergencia de las especies biológicas sea irreversible. Aquí tenemos los tres ejes perfectamente definidos: gradualismo (micromutaciones frecuentes y repetidas que se van acumulando), azar (esto sucede en todas direcciones y sin tendencias definidas) y selección natural (la supervivencia del más apto). A esto le añadimos el tiempo necesario y ya tenemos la teoría de la evolución que se acepta comúnmente. En adelante me propondré discutir los tres ejes.

Gradualismo

Respecto al gradualismo, lo primero que encontramos es la ambigüedad a que nos lleva. ¿Cuántos eslabones intermedios son necesarios? ¿Debe haber algún momento en que ya no hay eslabón intermedio entre una especie y otra? Si la ambigüedad es un problema, peor aún es que el registro fósil no revela tal gradualismo. ¿Qué es lo que científicamente conecta a estas especies aisladas sino hay ningún resto fósil? ¿Cómo podrían tales muestras desconectadas demostrar el gradualismo?

S. J. Gould y Eldredge propusieron en los años 70 la teoría del “equilibrio puntuado” para poder explicar los datos que nos ofrecía la paleontología; en ella defendían los “cambios espasmódicos y episódicos”. El gradualismo quedaba seriamente cuestionado por la paleontología. La visión conocida como Evo-Devo, que cuestiona el gradualismo evolutivo y a la que antes hemos hecho referencia, va encontrando cada vez más adeptos. Parece claro, por los datos que ofrecen los nuevos desarrollos científicos, que la visión gradualista de la teoría estándar queda seriamente “tocada”.

Azar

Si al gradualismo en la evolución se le presentan grandes dificultades, veamos ahora el tema del azar. La indefinición que acompaña al darwinismo desde su origen le sigue acompañando aún hoy; esto se puede observar claramente en la cuota de participación cada vez mayor que la teoría sintética le va atribuyendo al papel del azar.

J. Monod, en su famoso libro “Azar y necesidad”, llegó a convertirlo en un especie de “deus ex machina”. Como las mutaciones genéticas consisten en último término en cambios en la secuencia o bases dentro del ADN que codifica la síntesis de proteínas y no hay modo de determinar el advenimiento de ese cambio, podemos especular y decir que ciertas cosas suceden “porque sí”. Los cambios genéticos no tendrían ningún norte, serían ciegos, y sólo la selección natural transformaría este caos en orden.

El azar ha llegado a magnificarse de tal modo que es “la caja negra” donde arrojamos todo aquello que no podemos predecir, o simplemente que no comprendemos. Deberíamos deducir de aquí una especie de indefinición cognoscitiva, es decir, podemos o deberíamos concluir que en la biosfera, la clase de objetos que se contienen y sucesos que acontecen, no podemos preverlos.

Pero el darwinista convierte lo que es un concepto límite de la ciencia, que no encontramos leyes esenciales, probabilistas o estadísticas para predecir lo que vendrá o para explicar el desarrollo del devenir biológico, o sea esa indefinición cognoscitiva que llamamos azar, la transforma en una cuestión esencial; es decir, al azar le da un uso metafísico al afirmar, no que no pueda prever, sino que no existe ninguna finalidad.

El biólogo hace este uso cuando presenta la aparición de la vida como pura casualidad, o cuando afirma que la evolución solo está marcada por el azar, sin ninguna orientación, ni necesaria ni probabilista. Este tipo de afirmaciones son excesivas.

Decir que en la naturaleza no hay preferencia entre los infinitos modos del ser vivo o muerto, ni discriminación entre las innumerables fórmulas imaginables de diferenciación vital, no se puede asumir honestamente sin aportar las pruebas fehacientes. Precisamente aquellos que hacen del azar el monarca absoluto de la vida y de la evolución, suelen hacer este tipo de afirmaciones sin ningún tipo de prueba (Juan Arana).

El pretender excluir de antemano cualquier cuestión que pudiera dar que pensar sobre el finalismo no es más que pura ideología. Me parece muy significativo en este sentido, al ser el padre de la teoría sintética, lo que Dobzhansky en una de sus cartas dijo a su amigo el profesor J.C. Greene.

Él se quejaba de modo apesadumbrado de por qué los biólogos no podían hablar de finalismo, creatividad, crecimiento, tanteo, cuando se observaba que esto es lo que se infería que ha acontecido en la naturaleza [I. Núñez de Castro. “Evolución y sentido en la correspondencia de T. Dobzhansky en Blanch (ed) “La nueva alianza de las ciencias y la filosofía”. Madrid 2001, p. 109-114. La correspondencia entre Dobzhansky y J.C. Greene puede encontrarse en: J.C. Greene y M. Ruse “On the Nature of the Evolutionary Process: The Correspondence Between Theodosius Dobzhansky and Jhon C. Greene”. Biology and Philosophy 11:445-491 (1996)]. El “status quo” científico no permite hablar de finalidad en la evolución, he aquí otro de los dogmas que se generaron desde Darwin.

Además, no tiene por qué existir siempre una contradicción entre el azar y la finalidad: pondré un ejemplo sencillo. En una habitación oscura yo busco el interruptor de la luz, lo haré de modo azaroso, tanteando en las paredes, pero nadie puede negarme que en este hecho no haya una finalidad clara.

Unos acontecimientos pueden parecer casuales con relación a determinadas leyes científicas, con todo pueden ser intencionales. Al materialista que excluye, por definición, la finalidad hay que decirle que si algo hay que no es absoluto es el azar, luego nunca podremos estar seguros de que las casualidades no sigan ninguna regularidad pues siempre serán imaginables unos marcos de referencia en el que tales casualidades estén más planificadas de lo que podemos entrever: Teilhard de Chardin hablaba en este sentido de “Azar planificado”.

Cuando se habla del azar con un carácter metafísico, ese azar puro, del que habla el materialista, debiéramos comprender que se trata de afirmaciones metacientíficas que requieren una fuerza argumentativa que ellos nunca dan. La cuestión es que por repetir por activa y por pasiva que Darwin destronó el finalismo en el ámbito de lo viviente, eso no es cierto. Es lógico que uno desde la metodología científica no se plantee finalidades, pero no es menos cierto que cuando reflexionamos sobre los datos que nos aporta la ciencia, no podemos dejar de plantearnos qué sentido tiene eso.

Selección natural

Planteemos finalmente la cuestión más central: la selección natural. En la teoría de la evolución se habla de variación, ambiente, especiación, etc. Esto no son aportaciones originales de Darwin, su auténtica aportación, en la que le acompañaría Wallace, es la de la selección natural de las especies.

La selección natural nos habla de la supervivencia del más apto en un ambiente determinado. ¿Cuál es el criterio mínimo para poder afirmar que una teoría es científica? La condición básica para establecer una teoría o hipótesis científica es que sea falsable. Una hipótesis es falsable si existe un enunciado observacional posible que sea incompatible con ella, es decir, que en el caso de ser establecido mostraría que la hipótesis está errada.

Una hipótesis o teoría es falsable porque dice algo definido del mundo; una teoría será muy buena cuando haga afirmaciones de largo alcance, siendo así sumamente falsable, y sin embargo resista los intentos de falsación. Las teorías deben ser así precisadas y establecidas con claridad sin ninguna ambigüedad que permitiera evitar la falsación.

Una vez tenemos una teoría o una hipótesis, la sometemos a las pruebas más severas, modificándolas sólo en aspectos que tengan consecuencias comprobables. No considero que Popper lograra una concepción universal de la metodología científica, simplemente me quedo con estos mínimos que considero imprescindibles para separar lo científico de lo no científico.

El breve resumen que he hecho de la propuesta popperiana choca con diversos aspectos de la teoría darwinista. En primer lugar la ambigüedad que, como hemos reseñado, conlleva la teoría y en segundo lugar esa capacidad que tiene la teoría de fagocitarlo todo.

La cosmovisión darwinista ha ido ajustándose a todos aquellos desarrollos que en un principio la ponían en cuestión; para algunos esta sería una gran virtud, sin embargo en ciencia algo que lo explica todo al final no termina por explicar nada.

Siendo importantes los aspectos indicados, lo más grave y quizás más sorprendente para el lector es plantearse la siguiente pregunta: ¿es falsable la teoría de la evolución de las especies por selección natural? Para ver más claro el desarrollo de esta cuestión lo podríamos poder aclarar mediante un sencillo análisis lógico. La propuesta popperiana, en la que utiliza lo que en lógica se conoce como el “Modus Tollendo Tollens”, nombre formal que se le da a la prueba indirecta, se expresaría así:

P. 1.- Si la hipótesis científica H es correcta se observará el fenómeno empírico F. / P. 2.- No se observa el fenómeno empírico F. / Conclusión.- La hipótesis H no es correcta.

Lo que debemos plantearnos es cuál es el fenómeno empírico que, de darse, haría que la teoría de la selección natural de las especies fuera incorrecta. Pongamos un ejemplo: en el laboratorio diseñamos una serie de experimentos para ver qué individuos sobreviven en una población a la que sometemos a diferentes tratamientos químicos. Por otro lado, realizamos otra serie de experimentos en los que observamos qué especies sobreviven en una competición en la que los recursos alimenticios son limitados.

Observamos que unos sobreviven y otros no, obtengamos los resultados que obtengamos siempre sobrevivirán los más aptos y, por lo tanto, el experimento no me permite responder a la cuestión ¿es válida la teoría de la selección natural o no? No puedo, pues, avanzar en el conocimiento. Sobrevivir y más aptos significa lo mismo.

Lo único que aprendería de este experimento es que unos sobreviven y otros no, que unos son más resistentes que otros, que unos mutan y se adaptan. Pero nada me diría sobre la selección natural. Intente el lector imaginarse cuál debiera ser el resultado para que la selección natural fuese falsada, piénselo detenidamente y verá que no es posible. Puede existir toda la evolución que se quiera, pero siempre se seleccionarán los más aptos porque por definición estos son los que permanecen.

La teoría es infalsable “ergo” la teoría no es científica. Cualquier resultado podrá ser incorporado a esta visión. No olvidemos que una teoría científica requiere ser confirmada por un experimento falsable, y la teoría de la selección natural no puede serlo; no pone en juego elementos bien descritos y consensuados que puedan someterse a experimentación.

Si el método científico se sustenta en pilares tan fundamentales como la capacidad de repetir un determinado experimento en cualquier lugar o por cualquier experimentador y la falsabilidad, y si ésto no es aplicable a la teoría evolutiva de Darwin, simplemente no es una teoría científica (invito al lector a visitar el blog del biólogo Emilio Cervantes, o las webs Biología y pensamiento y decrecimiento.

Así pues lo que ocurre, es que hablar de “supervivencia del más apto” no es más que una tautología, o sea una redundancia explicativa. Se trata de explicar algo mediante la variación de algunas palabras que en conjunto significan lo mismo que lo supuestamente explicado. Aquí no hay avance en el conocimiento, es lo mismo que decir “A es igual a A”; esto se acepta independientemente de que sea un hecho real o no.

Tenemos así una tautología revestida de lenguaje científico y presentada como una teoría fundamental de la ciencia: “la causa de la evolución es la selección natural”. Quisiera que se me explicara dónde están las referencias bibliográficas en las que se muestre de modo reproducible esta afirmación, o en la que se me den datos de la evidencia experimental.

Podemos presentar la cosmovisión darwinista como un marco conceptual o una cosmovisión que me permita interpretar la naturaleza desde esa visión de ley selvática, como expresaba Tennyson en aquel verso que hablaba de una naturaleza de dientes y sangre, una extrapolación del “laissez faire” a la naturaleza, pero no podremos considerarla como una teoría científica. Invito a pensar sobre este hecho, una idea sin base experimental y sin posibilidad de comprobación, quizás una idea dogmática que reemplazaba un dogma creacionista por otra creencia.

La adaptabilidad del darwinismo

En este sentido parece tener razón T. S. Kuhn cuando afirmaba que los paradigmas científicos hacen que veamos el mundo de una manera determinada, que en cierto modo los que sustentan paradigmas distintos viven en mundos distintos y que el cambio de un paradigma a otro se produce por una especie de conversión. No existirían argumentos puramente lógicos para el paso de un paradigma a otro, existiendo muchos elementos, condicionantes externos, sociales, económicos e intelectuales que intervendrían en el cambio de paradigmas.

La cosmovisión darwinista, cuyos principios fundamentales como el gradualismo y el puro azar son muy cuestionables y, cuyo aspecto central, “la selección natural” o supervivencia del más apto es pura tautología, irá siendo cada vez más puesta en entre dicho, y en su defensa fagocitará las propias visiones que lo vayan cuestionando.

Pondré un ejemplo reciente. En un revista digital de la UNAM plantea el articulista José Narro Robles esta cuestión ¿es perfecta la teoría de Darwin? Responde que no, pero prosigue diciendo que las diferencias no son insuperables y que dentro del evolucionismo contemporáneo se han desarrollado concepciones innovadoras basadas en (aquí viene la sorpresa mayúscula) la dialéctica, la teoría de sistemas o el holismo que intentan con éxito superar los fallos.

Pero si precisamente desde la teoría de sistemas o desde el holismo se pone en un brete a la visión darwinista, ¿cómo es que el propio darwinismo asume estos avances como logros?. La respuesta la podemos encontrar en el mismo Kuhn, cuando afirma que las revoluciones se van dando invisiblemente.

Mirando desde una perspectiva histórica, puede ser que ya estemos en el centro de la revolución, creyendo eso sí, que estamos echando incienso a Darwin. Quizás esto es lo que ocurre con nuevos paradigmas teóricos como el de “Evo-Devo” antes citado, que cuestionando los principios fundamentales del neodarwinismo, aún creen que lo están completando (Nuñez de Castro, Emilio Cervantes).

Mientras tanto, como el ser humano vive en un espacio de razones y las ideas que tenga sobre el cosmos y sobre sí mismo le humanizan o deshumanizan, habrá que plantearse si la visión competitiva, de lucha sin cuartel, de triunfo del poderoso justificado como el más apto, etc, sirven para generar un mundo más humano y plantear un futuro esperanzado o no.

La teoría de Darwin ha biologizado la realidad en todos sus dominios, como afirma Carlos Castrodeza. El principio de selección natural impera en un mundo donde prima la lucha, el sufrimiento, la injusticia. Pero más que un principio físico es un principio metafísico que, extrapolado de una teoría social, impregnó la cosmovisión naturalista.

Considero que una visión en la que se plantee la realidad natural desde claves de interdependencia y cooperación, donde se haga resaltar el equilibrio propio de los biosistemas, es mucho más humanizadora. Quizás sea hora de invertir el proceso: si a mediados del siglo XIX una teoría social sirvió de marco para interpretar la naturaleza, llegando a impregnar nuestras mentes de conceptos tales como lucha, poder, o modelos competitivos, ahora sería conveniente que una visión holística de la naturaleza basada en el equilibrio de los ecosistemas pasase a la sociedad humana planteando otro tipo de relaciones entre los hombres [C. Castrodeza, “La darwinización del mundo”, Barcelona 2009. Estas ideas están también en el fondo del artículo de M. Abdalla “O capitalismo é selvagem?”].

3.- ¿Celebrar a Darwin?

No voy a negar la importancia histórica que tiene Darwin, cuestionar su influjo sería una necedad por mi parte. He querido, eso sí, desmitificar una figura, un ídolo en parte forjado desde determinadas ideologías e intereses. En segundo lugar cuestionar esa visión que quiere convertir a la ciencia en la nueva religión del futuro, con sus excomuniones, cánones, liturgias y ministros. En tercer lugar dar que pensar sobre el hacer científico que puede llegar a convertir en hechos lo que son teorías muy cuestionables.

La reflexión sobre la vida es cuestión de todos: las consecuencias que tienen nuestras cosmovisiones son muy importantes a la hora de plantearnos el futuro de la humanidad. Si el objetivo único de la vida fuera producir las generaciones siguientes de seres vivos sin más en una especie de prosecución de la vida sin sentido, siendo la supervivencia “el todo”, las consecuencias a las que nos llevarían éstos planteamientos aplicados al ser humano serían puramente nihilistas.

Debemos mirar cara a cara a la verdad. El hecho de que algunos científicos e intelectuales sigan obcecados en plantear la oposición entre los resultados de la ciencia y las cosmovisiones finalistas para evitar los excesos religiosos. no lleva más que a enfangarse en proyectos deshumanizadores.

Es hora de proponer otras alternativas, de debatirlas, de sacarlas a la luz y en esto estamos implicados todos. Es hora de superar los rancios enfrentamientos y buscar cauces de diálogo en todos los ámbitos del ser humano. Los exclusivismos y los anatemas no suelen ser buenos.

Si he dado que pensar me sentiré satisfecho, se esté o no de acuerdo conmigo. Se debe celebrar a Darwin, sí, pero sabiendo realmente lo que celebramos. La Vida trae sus mensajes, y debemos escucharla, para mí esos mensajes son la voz de Dios, para otros pueden ser otro tipo de voces, pero si las escuchamos siempre nos hablarán de “Vida”, futuro, fundamento, sentido. Sobre esto podremos dialogar y escucharnos unos a otros, sólo así podremos evitar el vacío y la nada.
Última Edición: 05 Oct 2017 10:39 por elías.
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Mujeres o Tasas que interesan 05 Oct 2017 19:21 #41399

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Por cierto, Conrado, no sé de dónde sacas que yo siempre termino con el tema de Dios. Yo aquí no he citado a Dios para nada y si he citado a la Iglesia Católica era como ejemplo, lo compartas o no, de que se puede defender la teoría científica de la evolución de las especies y sin embargo no defender una interpretación filosófica materialista de la misma. Pero en cualquier caso parece que aquí lo único que se puede defender es tu interpretación materialista de la teoría de la evolución de las especies.

En cualquier caso el decirme lo que me has dicho es un ejercicio de cinismo. Es decir, me has dicho: “Veo que siempre terminas con el tema Dios, Elías. Pero este hilo no va de esto. Ya sé que el tema Dios (monoteísmo) te mola un mogollón. Pero este hilo va un poco en plan feminismo (sí, muy en el fondo está relacionado con la evolución, sin duda, pues el feminismo es cosa de la especie homo sapiens evolucionada de hoy en día).”

¡Ah! , o sea, tú en este hilo has podido hablar de lo que te ha venido en gana sin estar relacionado con el tema tratado, y simplemente tienes que repasar tus intervenciones, pero ahora vienes tú a decirme a mi que me he salido del tema de fondo por haber citado en una ocasión a la Iglesia Católica con la intención anteriormente reseñada. En fin, lo de siempre: “ Consejos vendo y para mi no tengo”

Y quisiera decirte que para mi el creacionismo es una doctrina falsa. Y me ha molestado bastante que me hayas acusado de creacionista sin base alguna simplemente para intentar descalificarme frente al resto de compañeros por decirte que la ciencia no puede hablar de finalidad alguna en la naturaleza.

Si tú por desidia o por ignorancia consideras que una persona es creacionista por el mero hecho de decirte que la ciencia no puede hablar únicamente desde ella misma de la existencia o no de una finalidad en la naturaleza ese es tu problema. Y si tú por desidia o por ignorancia no entiendes que se pueda estar en contra del creacionismo, a favor de la teoría de la evolución de las especies, y sin embargo defender que la evolución pueda tener una finalidad, pues también es problema tuyo y no mío.

Y por cierto, claro que he leído a Dawkins. Lo que ocurre es que no estoy de acuerdo con sus tesis. Espero que no te moleste que no esté de acuerdo con uno de los sacerdotes de la religión que tú profesas.
Última Edición: 05 Oct 2017 19:24 por elías.
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Mujeres o Tasas que interesan 06 Oct 2017 01:07 #41404

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Elías, creo que no has leído bien mi anterior mensaje. En las citas de los textos de Ernesto Carmena, quien habla es Ernesto Carmena, NO yo. El texto de Carmena está escrito como si el autor se dirigiese a un hipotético lector teísta, Elías. No te estoy hablando yo, te está hablando el autor. Si hay algo que te ha molestado, lo comprendo. De hecho, el autor sabe que va a encender los ánimos de cualquier teísta. Por tanto, no te enfades conmigo, sino con el autor. De todos modos yo te he traído ese texto no por casualidad. Sabía que no te iba a gustar lo que ibas a leer. Síntoma inequívoco de que el autor acierta cuando supone que su texto va a encender los ánimos de un hipotético teísta lector de su libro.

Por supuesto que te tengo por teísta, Elías. No sé de qué te escondes. Supongo que sabes que si dices claramente que eres teísta no te va a tomar en consideración mucha gente. Muy mal por su parte, desde luego. Hay que escuchar a todo el mundo, teístas o no. Lo que no comprendo es ese temor que tenéis algunos a decir claramente qué postura defendéis.

Saludos, Elías.
David Feltrer Bailén Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla
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Estudiante del Máster en Filosofía Teórica y Práctica (UNED - octubre de 2018)
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Última Edición: 06 Oct 2017 01:09 por Conrado.
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Mujeres o Tasas que interesan 06 Oct 2017 02:05 #41405

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Silvanus escribió:
No entiendo esa actitud bélica contra las creencias religiosas. Si después de todo, lo que dice la Ciencia es que no existe un por qué; si en última instancia sostiene que la aleatoriedad es la base del cambio que nos ha configurado, ¿por qué esa acritud contra aquellos que buscan creencias?

Más que contra las creencias religiosas, que todos tenemos (el nacionalismo, el dinero, el fútbol, el taoísmo, el budismo, el culto al cuerpo y un lago etcétera) es contra la intolerancia de algunas de estas creencias religiosas. Creo que en EE.UU. los que defienden el paradigma evolucionista tienen motivos para estar cabreados con determinadas formas de protestantismo. Hubo un tiempo no hace mucho en que incluso las enseñanzas evolucionistas estaban prohibidas en las escuelas. Ha habido y, por tanto, sigue habiendo, mucha intolerancia religiosa contra el paradigma evolutivo. No hay más que escarbar un poco por este mismo foro. :whistle:

Silvanus escribió:
¿Qué importancia tiene el hombre si su existir concreto es aleatorio? Y quien dice el hombre, dice Daniel en concreto, o Conrado, o Elías.

Es que no es aleatorio, si bien tampoco es la obra teleológica de ninguna inteligencia suprema. Siempre según Dawkins y los agnósticos radicales como Dawkins o E. Carmena1 (no me gusta ese apellido :whistle: ).

Ten en cuenta que el asunto del azar ha sido manipulado por los teístas para hacer ver justamente eso que dices, que somos un mero producto del azar. De hecho, el capítulo nº9 del libro de Carmena lleva por título La evolución no es azar. Cito el capítulo entero ahí (no es muy largo):

"LA EVOLUCIÓN NO ES AZAR

Alguna extraña conexión en las neuronas, cuya explicación se me escapa por completo, hace que muchas personas interpreten la teoría de la evolución del siguiente modo: los órganos, las especies y todas las cosas de los seres vivos aparecen por casualidad.

Con semejante idea en la cabeza es perfectamente lógico que la gente no las tenga todas consigo, e incluso sospeche. Según el grado de arrogancia, pueden pensar: “A esta teoría le falta algo importante, ¿verdad? Bueno, espero que algún día lo descubran”. O esto otro: “¡Pues vaya explicación! ¡Se habrán quedado calvos de tanto pensar! ¡Menudo fraude de teoría!” Según mi experiencia personal —no necesariamente valiosa—, rara es la persona que, en la misma situación que las anteriores, formula en su cabeza algo como: “Hay algo que no entiendo bien en esta teoría. Seguro que se me está escapando algo. Debería intentar informarme mejor”.

Efectivamente: deberían informarse mejor, porque son sus entendederas, y no la biología evolutiva, las que están fallando.

Pero no estoy diciendo que esta gente sea cortita. Una larga serie de hombres formidablemente inteligentes ha tropezado con esa piedra (otros tantos igual de sabios no lo han hecho, claro). El astrónomo John Herschel (perdón, sir John Herschel) tuvo en Darwin a un gran admirador por su defensa de una investigación científica libre de preconcepciones y sesgos, incluidos los de tipo religioso. Pero Herschel no entendió la selección natural e hirió al pobre Darwin llamándola ley de higgledy-piggledy (algo así como “ley del batiburrillo aleatorio”). Otro brillante contemporáneo, Kelvin (perdón, lord Kelvin) comparó el origen darwiniano de las especies con la escritura de obras literarias a base de juntar palabras al azar. Fred Hoyle (perdón, sir Fred Hoyle) se puso un día a calcular la probabilidad de que una proteína normalilla hubiera surgido por unión aleatoria de sus componentes, los aminoácidos. Y le salió una cifra astronómicamente... baja: un auténtico milagro. “La probabilidad de que hayan emergido formas superiores de vida [a través de procesos evolutivos] es comparable a la probabilidad de que un tornado monte un Boeing 747 al azotar los materiales de un vertedero”, afirmó. Hoyle quizá estaba un poco chiflado (recordemos sus ideas sobre virus extraterrestres), pero tonto no era.

1. El chatarrero contra el tornado

Desde genios a simples mortales, hay personas que han desaprovechado sus extraordinarios cerebros de Homo sapiens conformándose con malentender la teoría de Darwin. Lo que han asimilado es una versión demasiado limitada, o limitadora, de la selección natural. La ven como un proceso obvio, que ocurre por narices en el mundo biológico, pero que no altera el estado de las cosas: no produce nada. Piensan que debe de haber algún otro fenómeno, desconocido para la ciencia, que sea el auténtico encargado de producir todas esas maravillas de los seres vivos que parecen haber sido diseñadas con un propósito. Estas personas tienen, por tanto, la firme convicción de que la teoría tiene un gran agujero, y se sorprenden de que otros estén, en general, satisfechos con ella. Algunos incluso se indignan: “¿Qué pasa aquí? ¿Por qué tantos científicos caen en esta especie de fe absurda?” No ven más que pajas en el ojo ajeno, teniendo en el propio una viga conceptual como la pata de un Seismosaurus.

En mi opinión, el error es bastante simple. Creyeron que Darwin se limitaba a sugerir lo siguiente: el tornado pasa por un vertedero y, de pura chiripa, ensambla un avión enterito, perfecto, listo para subir y largarse. La selección natural pasa por allí, echa un vistazo al espléndido aparato (que encima ha quedado reluciente el muy puñetero) y dice: “¡Sensacional! Me encanta. Me lo quedo”.

Pero lo que Darwin había propuesto era más bien esto otro: la selección natural pasa por un vertedero y, de pura chiripa, se encuentra con un par de tornillos. “Vaya, esto me sirve para apretarme unas cosillas que tengo por aquí sueltas”. Más tarde encuentra dos pequeñas planchas de acero: “Me las quedo también. Si me las acoplo a los costados, igual no me mato cuando me caiga”...

No es correcto personalizar la selección natural, por supuesto. No “ve” ni “escoge” nada: no tiene consciencia, no es más que reproducción diferencial. Pero, a pesar de eso, el avión (o el cerebro, o una pluma, o el lenguaje instintivo de las abejas) es formado por la selección natural pieza a pieza. Y se forma porque la selección natural (y no el azar) combina y reúne cada vez más elementos.

Señores superdotados, físicos, matemáticos, gente de a pie y también creacionistas: entérense de una vez que ni el darwinismo primitivo ni la moderna teoría sintética han dicho jamás que las estructuras biológicas complejas se formen por casualidad.

Richard Dawkins escribe en Escalando el monte improbable:

«Es estruendosa y demoledoramente obvio que si el darwinismo fuera realmente una teoría azarosa no podrá funcionar. No es necesario ser un matemático o un físico para calcular que un ojo o una molécula de hemoglobina tardaría de aquí a una eternidad en autoensamblarse a base únicamente de suerte, sin orden ni concierto. Lejos de ser una dificultad inherente al darwinismo, la astronómica improbabilidad de ojos y rodillas, enzimas y articulaciones del codo, y todas las demás maravillas vivientes, es precisamente el problema que cualquier teoría de la vida debe resolver, y que sólo el darwinismo resuelve.»

Sólo el darwinismo lo resuelve, efectivamente. Aunque puede aceptar ayudas: algún que otro macromutante que dé lugar a una novedad compleja (no a un Boeing, pero quizá sí a un avioncito de papel); alguna fusión crucial de organismos o de genomas... Si se encuentran pruebas convincentes, ¿por qué negarlo? Ciertas formas biológicas regulares o fractales, como la inflorescencia de la coliflor o los patrones dibujados en ciertas conchas, pueden surgir espontáneamente, sin necesidad de un lento modelado darwiniano, gracias a procesos similares a los que tienen lugar cuando se forma un cristal. La importancia relativa de éstas y otras explicaciones a la hora de explicar la evolución es algo que los científicos siguen estudiando.

Pero hasta ahora nadie ha podido dar a la comunidad científica razones suficientes para pensar que la teoría sintética ha fallado estrepitosamente en su cometido. Las críticas constructivas han ofrecido mecanismos de evolución complementarios y, en ocasiones, incluso alternativos. El desprecio colérico basado en el argumento del “azar”, repetido durante casi siglo y medio, no ha revelado más que la torpeza y los prejuicios ideológicos o religiosos de sus autores.

2. El papel del azar

¿Puede decirse que el azar es importante en la teoría de la evolución? Depende. Azar es una palabra que tiene múltiples significados y soporta múltiples prejuicios. Se dice, por ejemplo, que las mutaciones se producen al azar, pero esto es como decir que la gente murió al azar durante un tumulto en un estadio de fútbol, si me perdonas el macabro ejemplo. Murió Fulano y murió Mengana por unas causas muy concretas: a él lo aplastaron contra una valla y ella fue pisoteada por una multitud. También hay causas para las mutaciones: roturas en el cromosoma mal reparadas, errores de copia, inserción de segmentos “parásitos” de ADN... Fulano y Mengana, por otra parte, tenían mayor riesgo de muerte que los demás: él era viejo y frágil y ella tenía sólo 11 años. Del mismo modo, ciertos genes tienen más probabilidad de mutar que otros porque están en zonas del genoma más desplegadas y expuestas.

Pero cuando los biólogos dicen que las mutaciones se producen al azar no se refieren a que carezcan de causas, ni tampoco a que todas tengan las mismas oportunidades de ocurrir. Se refieren a que las mutaciones ocurren con independencia de las necesidades del organismo.
Los arbustos de hojas tiernas comienzan a desaparecer, sustituidos por hierba dura y áspera que acaba rápidamente con la dentadura. A la población de ramoneadores que allí vive les vendrían muy bien unos dientes bien fuertes que resistan a la abrasión. ¿Nacerán mutantes dentones? Puede que sí, pero no más de los que nacían antes, cuando los dientes gruesos no hacían ninguna falta. La frecuencia de esas mutaciones será exactamente la misma antes y después del cambio ambiental (un hecho que puede comprobarse con sencillos experimentos). Las mutaciones, pobrecillas, no saben cuándo van a ser bienvenidas o cuándo van a sobrar: simplemente ocurren, con muchos efectos y direcciones diferentes. ¿Es eso azar? Bueno, llámalo como quieras. Pero si lo que buscas es un fenómeno inteligente —o aparentemente inteligente— que se amolda a los cambios ambientales y tiene lugar justo cuando más interesa, olvídate de la mutación.

No te olvides, en cambio, de la selección natural. Ésta jamás tendrá lugar en una dirección que no sea la de aumentar la eficacia reproductiva en un ambiente determinado. No puede ocurrir de otro modo.

3. El corazón partío

Es fácil demostrar lo equivocado que está a alguien que considere el darwinismo como la “teoría del azar”. La mutación se produce al azar; la selección, no. Otra cosa distinta es convenceros, claro.

Lo primero que podemos hacer es explicaros que en el mundo real no sólo hay basureros por un lado y aviones Boeing perfectamente montados por otro. Hay otras muchas cosas. Por ejemplo, aviones más sencillos que los Boeing. Y aviones igual de complejos, pero diferentes. Y una gran variedad de distintos aparatos y máquinas, voladores o no, muchos de ellos hechos con piezas similares a algunas (o muchas) de las que tiene los Boeing. ¿Has oído hablar del tuning? Ésta es la prueba aplastante de que no es en absoluto necesario que venga un tornado y lo monte desde cero, y también es la prueba de que plantear siquiera semejante posibilidad es una estupidez.

En estos casos siempre repetís que la selección natural por etapas es inútil a la hora de producir órganos complejos. Los medios órganos, decís, “no pueden funcionar”. Si las etapas intermedias no sirven para nada, la selección natural nunca las favorecerá. ¡Por supuesto que no, si con “medio órgano” os estáis refiriendo a un ojo o un corazón cortados por la mitad!

Pero, ¿qué tal si dejamos el gore y atendemos a la biología? En el reino animal existen ojos facetados, como los de los insectos, y ojos de tipo cámara, como los nuestros o los de los pulpos. Existen en los invertebrados ojos simples, llamados ocelos, con diferentes grados de complejidad. Unos tienen rellenos gelatinosos que hacen las veces de lente, otros una córnea gruesa que sirve para lo mismo, y otros no tienen nada de eso. Existen “ojos” planos, compuestos únicamente de un grupo de células fotosensibles, y otros que, además, son ligeramente cóncavos, lo que les permite detectar la dirección de la luz. Sobre todo si tienen justo detrás una capita de células de color oscuro: unos animales las tienen, otros no. Ningún darwinista en su sano juicio ha pretendido que el ojo de un águila se haya formado por completo por pura casualidad. El ojo del águila proviene de una larga serie de ojos que han ido aumentando en complejidad, cambiando de medio (de acuático a terrestre) y mejorando su potencia. Otros ojos se han atrofiado, como el de la culebrilla ciega, pero a estos casos los antidarwinistas y los creatas no les prestáis tanta atención. Todas las etapas —de diferente complejidad y eficacia— por las que ha pasado el ojo del águila en su evolución están representadas en algún animal de nuestros días.

Lo mismo ocurre con los sistemas respiratorios: diferentes tipos de pulmones, con diferentes grados de complejidad asociados a diferencias de eficacia en el intercambio de oxígeno y CO2. O con los circulatorios: tenemos en vivo y en directo la posibilidad de estudiar todas las etapas evolutivas por las que nuestro complejo corazón atravesó, desde un mero ensanchamiento palpitante hasta las cuatro cámaras. O el esqueleto. O el sistema inmune. O...

Gracias a la diversidad actual podemos comprobar que las etapas intermedias por las que atravesaron nuestros antepasados sí funcionan. Y, ¿quién necesita tornados si tiene antepasados?

4. Aplicaciones del algoritmo de Darwin

Ya hemos enviado a los chicos del Boeing a diseccionar bichitos, obligándoles a eliminar la innecesaria figura del tornado en su crítica a la teoría de la evolución. ¿Con qué nos saldrán ahora? Sin duda, con el argumento de incredulidad. No se lo creen. No conciben que el combinado de variación al azar más selección no al azar, repetido cíclicamente durante muchas generaciones, sea capaz de producir el aparente “diseño inteligente” de los seres vivos.

Resulta que ese combinado, ese algoritmo darwiniano, no sólo lo encontramos en los procesos evolutivos. También tiene lugar en el sistema inmunitario. ¿Nunca te has preguntado por qué nuestros glóbulos blancos pueden reaccionar ante casi cualquier sustancia extraña que penetre en el organismo, pero nunca —salvo casos de enfermedad— ante los miles de tipos de moléculas de nuestro propio cuerpo? Aunque hay varios mecanismos complejos implicados, la tolerancia del sistema inmunitario hacia lo propio y su intolerancia hacia lo ajeno es esencialmente un caso de adaptación por variación al azar y selección no al azar.
Durante el desarrollo del feto se produce una enorme diversidad aleatoria de linfocitos B, que el organismo consigue recurriendo a una insólita auto-ingeniería genética. Cada uno de estos linfocitos B produce un tipo diferente de anticuerpo que se pegará a unas sustancias, pero no a otras. En la época que rodea al nacimiento, durante su maduración en el timo, todos aquellos linfocitos que reaccionan contra moléculas del cuerpo son destruidos. Los que quedan reaccionarán contra otras cosas, pero no contra el dueño. En caso de infección, la respuesta inmune se desencadena, entre otras cosas, por otro mecanismo de selección, esta vez positivo. El invasor causará indiferencia a la mayor parte de los linfocitos. Tarde o temprano se topará con algún linfocito B que, casualmente, producía de antemano un anticuerpo capaz de pegarse al invasor. Éste es detectado. Entonces, el linfocito B comienza a reproducirse como un descosido. Todas las células hijas producirán también ese mismo oportuno anticuerpo, que es justo el que puede acabar con la infección. La guerra ha comenzado.

Curioso ¿verdad? La evolución darwiniana ha producido otro sistema darwiniano. Cosa que negarás como buen creacionista que eres. Pero si lo niegas, tendrás que reconocer al menos que Dios ha solucionado un problema delicado, el de la tolerancia inmunitaria, por medio de un eficaz procedimiento que recuerda sospechosamente a la teoría de Darwin. ¿Acaso no vas a reconocer la bondad de ese sistema de variación y selección, cuando incluso ha sido escogido por Dios?

El ciclo de variación aleatoria y selección no aleatoria es una receta sencilla, que puede modelizarse fácilmente en un ordenador y utilizarse para fines variados. Como, por ejemplo, resolver problemas matemáticos o de ingeniería cuyo cálculo es tedioso o difícil de programar. O diseñar circuitos para robots. Se llama algoritmos genéticos a estas técnicas basadas en la teoría de la evolución. Pero los informáticos no son los únicos que se benefician de las aplicaciones darwinianas. En el laboratorio, trabajando con cosas que te pueden mojar, se ha demostrado más allá de toda duda que variar al azar y seleccionar es algo que funciona. Los científicos han creado potentes antivirales a base de cortar y barajar genes al azar, hacerlos funcionar en microorganismos y seleccionar los que mejor resultado daban.

Terminemos dando en los morros a Fred Hoyle y a su astronómica improbabilidad de formación de una molécula compleja. Un sencillo experimento de selección artificial utilizó virus para conseguir la evolución de una proteína que tuviera una habilidad concreta: pegarse a muerte a cierta sustancia presente en el medio. Los investigadores partieron de un gran conjunto de genes diseñados especialmente para que produjeran proteínas con una composición aleatoria. Seleccionando diez tipos de virus en cada generación, consiguieron desde el principio un rápido aumento gradual de la afinidad (o pegajosidad). Con seis generaciones se dieron por satisfechos. A partir del azar, habían llegado a dos proteínas distintas que cumplían la función deseada y habían surgido varias veces, paralelamente. ¡Menos cálculos mentales, menos viajes en Boeing y más ciencia con la bata sucia y los pies en tierra!"

(Carmena, 2006: 109-117)

Espero que ahora haya quedado más o menos claro el papel del azar en la evolución. Ésta no es azarosa, pero (casi con toda seguridad) tampoco es el resultado de ninguna especie de inteligencia sobrenatural, como los teístas pregonan hoy en día aunque sea de manera camuflada. Al teísmo le pasa como al comunismo y otras ideologías religiosas o seculares de antaño: hoy en día vienen camufladas. Y raramente sus patrocinadores confiesan su intencionalidad de volver a lo de hace algunas décadas o incluso siglos. Pero en cuanto estos charlatanes y tertulianos empiezan a "largar", salen enseguida los prejuicios contradictorios de siempre que son los que terminan por delatarles.

Notas:

1. Las ideas de Ernesto Carmena son las mismas que las de Dawkins. De hecho, el libro del cual están sacadas todas las citas que traigo a colación es básicamente una síntesis de los libros El relojero ciego, El espejismo de Dios y Escalando el monte improbable, de Richard Dawkins.
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Última Edición: 06 Oct 2017 02:14 por Conrado.
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Mujeres o Tasas que interesan 06 Oct 2017 03:33 #41406

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Silvanus escribió:
Además, partiendo de esa cosmovisión de la vida, la ética que nos rige se vendría abajo

Sin duda. Y más en países de tradición católica, como es el caso de España.

La pregunta es, ¿es necesaria la religión para llegar a tener sociedades más o menos liberales donde se respeten los derechos de las personas y podamos vivir en paz? Según Dawkins, sí. Y, de hecho, el autor defiende que eso ya está pasando. Según Dawkins es posible tener una moral éticamente acepetable sin recurrir a ningún libro sagrado ni religión. Para Dawkins está habiendo un avance en materia moral que no depende de ningún tipo de concepción religiosa (de las religiones que rinden culto a lo sagrado). Veámoslo:

"El «Zeitgeist» moral

Este capítulo comenzó mostrando que no debemos —incluso las personas religiosas entre nosotros— basar nuestra moralidad en libros sagrados, sin importar lo que ingenuamente pudiéramos imaginar. Entonces, ¿cómo decidimos lo que es correcto y lo que es incorrecto? No importa cómo respondamos a esta pregunta, existe un acuerdo sobre qué consideramos en realidad correcto e incorrecto: un consenso que, de forma sorprendente, prevalece extensamente. El consentimiento no tiene una conexión obvia con la religión2. Sin embargo, se extiende hacia la mayoría de las personas religiosas, tanto si piensan como si no que su moral proviene de las Escrituras. Con notables excepciones, tales como los talibanes afganos y sus equivalentes cristianos americanos, la mayoría de la gente coincide verbalmente en el mismo amplio consenso liberal de principios éticos. La mayoría de nosotros no origina sufrimiento sin necesidad; creemos en la libertad de expresión y la protegemos incluso cuando estamos en desacuerdo con lo que se está diciendo; pagamos nuestros impuestos1; no engañamos, no matamos, no cometemos incesto, no hacemos a los demás cosas que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros. Algunos de esos buenos principios pueden encontrarse en los libros sagrados, aunque sepultados junto con muchos otros que las personas decentes no desearían seguir: y los libros sagrados no proporcionan regla alguna para diferenciar los buenos principios de los malos.

[...]

La idea es que hemos avanzado en gran medida desde los tiempos bíblicos. La esclavitud, que se daba por supuesta en la Biblia y durante la mayor parte de la historia, fue abolida en los países civilizados en el siglo XIX. Todas las naciones civilizadas aceptan ahora lo que hasta la década de 1920 estuvo ampliamente rechazado: que el voto de una mujer, en unas elecciones o en un jurado, es igual al de un hombre. En las ilustradas sociedades actuales (una categoría que manifiestamente no incluye, por ejemplo, a Arabia Saudí) nunca se considera a una mujer como una propiedad, como claramente se la consideraba en tiempos bíblicos. Cualquier sistema legal moderno habría perseguido a Abraham por abuso infantil. Y si él hubiera llevado a cabo realmente su plan de sacrificar a Isaac, le habríamos condenado por homicidio en primer grado. Aunque, según las mores [costumbres] de su tiempo, su conducta era enteramente admirable: obedecer el mandamiento de Dios. Religiosos o no, todos hemos cambiado masivamente nuestra actitud hacia lo que es correcto y lo que es incorrecto. ¿Cuál es la naturaleza de este cambio y qué es lo que lo ha promovido?

En cualquier sociedad existe un consenso ciertamente misterioso, que cambia a lo largo de décadas y para el que no es pretencioso utilizar la palabra prestada del alemán Zeitgeist (el espíritu de los tiempos). He dicho que el sufragio femenino es ahora universal en todas las democracias del mundo, aunque su reforma es, de hecho, sorprendentemente reciente. Aquí hay algunas fechas en las que se permitió votar a las mujeres: Nueva Zelanda (1893), Australia (1902), Finlandia (1906), Noruega (1913), Estados Unidos (1920), Inglaterra (1928), Francia (1945), Bélgica (1946), Suiza (1971), Kuwait (2006).3

Esta extensión de fechas por el siglo XX es un indicador del cambiante Zeitgeist. Otro indicador es nuestra actitud frente a la raza. En la primera parte del siglo XX, casi todo el mundo en Inglaterra (y también en otros muchos países) sería juzgado por racista con los estándares de hoy día. La mayoría de las personas blancas creían que las personas negras (categoría en la que hubieran mezclado a los africanos junto con los muy diversos grupos no relacionados de la India, Australia y Melanesia) eran inferiores a los blancos en casi todos los aspectos, excepto —condescendientemente— en el sentido del ritmo. [...]

Thomas Henry Huxley, según los estándares de su tiempo, fue un ilustrado y un progresista liberal. Pero sus tiempos no son los nuestros y en 1871 escribió lo siguiente:

«Ningún hombre racional, conocedor de los hechos, cree que el negro medio sea igual, y menos aún superior, al hombre blanco. Y si esto es cierto, simplemente es increíble que cuando se hayan eliminado todas las incapacidades y nuestro prognático familiar juegue en un terreno justo y sin favores, y no tenga opresor alguno, sea capaz de competir con éxito con su rival de mayor cerebro y menor mandíbula, en una contienda que deberá llevarse a cabo mediante los pensamientos y no mediante mordiscos. Los lugares más altos de la jerarquía de la civilización no estarán, seguramente, al alcance de nuestros oscurecidos primos.»

Ningún hombre racional, conocedor de los hechos, cree que el negro medio sea igual, y menos aún superior, al hombre blanco. Y si esto es cierto, simplemente es increíble que cuando se hayan eliminado todas las incapacidades y nuestro prognático familiar juegue en un terreno justo y sin favores, y no tenga opresor alguno, sea capaz de competir con éxito con su rival de mayor cerebro y menor mandíbula, en una contienda que deberá llevarse a cabo mediante los pensamientos y no mediante mordiscos. Los lugares más altos de la jerarquía de la civilización no estarán, seguramente, al alcance de nuestros oscurecidos primos (104).

Es algo común que los buenos historiadores no juzguen las frases de tiempos pasados con los estándares de los suyos propios4. Abraham Lincoln, como Huxley, estaba adelantado a su tiempo, aunque sus puntos de vista en materia racial también suenan trasnochadamente racistas en los nuestros. Aquí le vemos en un debate, en 1858, con Stephen A. Douglas:

«Diré, entonces, que no estoy y nunca he estado a favor de ninguna forma de igualdad social y política entre las razas blanca y negra; que no estoy y nunca he estado a favor de votantes o jueces negros ni de cualificarlos para que ocupen cargos ni para que contraigan matrimonio con personas blancas; y diré, en adición a esto, que hay una diferencia física entre las razas blanca y negra que creo prohibirá para siempre que esas dos razas vivan juntas en términos de igualdad social y política. Y hasta donde no pueden vivir de esa forma, mientras permanezcan juntos, debe existir la posición de superior e inferior, y como cualquier otro hombre estoy a favor de la posición superior asignada a la raza blanca.»

Si Huxley y Lincoln hubieran nacido y hubieran sido educados en nuestro tiempo, habrían sido los primeros en morirse de vergüenza frente al resto de nosotros por sus propios sentimientos victorianos y por su tono empalagoso. Los cito solo para ilustrar cómo se mueve el Zeitgeist. Si hasta Huxley, una de las grandes mentes liberales, e incluso Lincoln, que liberó a los esclavos, podían decir tales cosas, pensemos simplemente en lo que la media de los victorianos debían pensar. Volviendo al siglo XVIII, es bien sabido, por supuesto, que Washington, Jefferson y otros hombres de la Ilustración tenían esclavos. El Zeitgeist se mueve tan inexorablemente que algunas veces se da por supuesto y se olvida que el cambio es un fenómeno real por derecho propio.

[...]

La invasión americana de Iraq se ha condenado extensamente por sus daños a la población civil, aunque esas cifras de víctimas inocentes sean órdenes de magnitud mucho menores que los números comparables de la Segunda Guerra Mundial. Parece haber un estándar en constante cambio de lo que es moralmente aceptable. Donald Rumsfeld, que hoy día se percibe tan cruel y odioso, parecería un liberal de corazón compasivo si hubiera dicho las mismas cosas durante la Segunda Guerra Mundial. Algo ha cambiado en las décadas intermedias. Ha cambiado en todos nosotros, y el cambio no tiene conexión con la religión. Si acaso, ha sucedido a pesar de la religión, no gracias a ella.5

El cambio está teniendo lugar en una dirección reconociblemente consistente, que la mayoría de nosotros juzgaríamos como una mejora6. Incluso Adolf Hitler, ampliamente considerado como la encarnación de la maldad, no habría sobresalido en tiempos de Calígula o de Gengis Kan. Sin duda, Hitler mató a más personas que Gengis, pero tenía la tecnología del siglo XX a su disposición7. Y ¿obtenía Hitler su mayor placer, tal como Gengis declaradamente obtenía, al observar a sus víctimas «de cerca y bañadas en lágrimas»? Juzgamos el grado de maldad de Hitler con los estándares de hoy día y el Zeitgeist moral ha cambiado desde los tiempos de Caligula, al igual que lo ha hecho la tecnología. Hitler parece especialmente malvado sólo por los estándares más benignos de nuestro tiempo8.

[...]

Nos vemos forzados a reconocer que Hider, terrorífico como era, no estaba tan lejos del Zeitgeist de su tiempo como parece hoy día desde nuestra aventajada posición. Cuán rápidamente cambia el Zeitgeist —y se mueve en paralelo, en un amplio frente, por todo el mundo educado—.

Entonces, ¿de dónde provienen esos cambios coordinados y constantes de la conciencia social? La respuesta no es responsabilidad mía. Para mis propósitos es suficiente saber que ciertamente no han provenido de la religión.9 Si me viera forzado a avanzar una teoría, mi enfoque seguiría las siguientes líneas. Necesitamos explicar por qué el cambiante Zeitgeist moral está tan generalizadamente sincronizado en un gran número de personas; y necesitamos explicar su relativamente consistente dirección.

Primero, ¿cómo es que está sincronizado entre tanta gente? Se disemina a sí mismo de mente a mente gracias a conversaciones en bares y en fiestas nocturnas, mediante libros y críticas literarias, mediante periódicos y emisiones de radio y televisión y, hoy día, a través de Internet. Los cambios en el clima moral están señalados en editoriales, en tertulias de radio, en discursos políticos, en el parloteo de los humoristas y en los guiones de los culebrones, en los votos de los parlamentarios que hacen leyes y en las decisiones de los jueces que las interpretan. Una forma de explicarlo sería en términos de las cambiantes frecuencias de los memes en el fondo memético, aunque ni siquiera voy a intentarlo.

Algunos de nosotros estamos un poco rezagados en la ola del cambiante Zeitgeist moral y otros estamos ligeramente adelantados. Pero, en el siglo XX, la mayoría de nosotros estamos arracimados juntos y muy lejos de nuestros homólogos de la Edad Media, o de los tiempos de Abraham, o incluso de los tan recientes como los de la década de 1920. Toda la ola se continúa moviendo e incluso la vanguardia de un siglo anterior (T. H. Huxley es el ejemplo obvio) se encontraría a sí misma muy por detrás de los rezagados de un siglo posterior. Por supuesto que ese avance no es una suave pendiente, sino un serpenteante diente de sierra. Hay contratiempos locales y temporales tales como los que está sufriendo Estados Unidos por su gobierno de los primeros años del presente siglo. Pero en una escala de tiempo más larga, la tendencia progresiva es inequívoca y así continuará.

¿Qué es lo que lo impele en su consistente dirección? No deberíamos olvidar el papel director de líderes individuales que, adelantados a su tiempo, nos levantan y persuaden para que nos movamos con ellos. En Estados Unidos, los ideales de la igualdad racial fueron fomentados por líderes políticos del calibre de Martin Luther King y de animadores, deportistas y otras figuras y modelos públicos tales como Paul Robeson, Sidney Poitier, Jesse Owens y Jackie Robinson. La emancipación de esclavos y de mujeres debe mucho a esos carismáticos líderes. Algunos de esos líderes fueron religiosos; otros, no. Aquellos que fueron religiosos hicieron sus buenas obras porque eran religiosos. En otros casos, su religión fue secundaria. Aunque Martin Luther King era cristiano, derivó su filosofía de desobediencia civil no violenta de Gandhi, que no lo era.

Por lo tanto, también hay una educación mejorada y en particular una creciente comprensión de que cada uno de nosotros comparte una humanidad común con miembros de otras razas10 y con el otro sexo —ambas ideas profundamente no-bíblicas—, comprensión que proviene de la ciencia biológica, especialmente de la evolución. Una razón por la que los negros y las mujeres y, en la Alemania nazi, los judíos y los gitanos fueron tan maltratados es porque no se les percibía como totalmente humanos11. El filósofo Peter Singer, en Liberación animal, es el defensor más elocuente de la visión de que deberíamos movernos a una condición postespecista en la que el tratamiento humano se asignaría a todas las especies que tuvieran un poder mental capaz de apreciar ese tratamiento. Quizá esto dé pistas acerca de la dirección en la que el Zeitgeist moral se moverá en siglos futuros. Sería una extrapolación natural de reformas anteriores tales como la abolición de la esclavitud y la emancipación de las mujeres.

Está fuera del alcance de mi psicología y sociología amateurs ir más allá para explicar por qué el Zeitgeist moral se mueve de esa forma tan ampliamente coordinada. Para mis propósitos es suficiente con saber que es observable el hecho de que se mueve y que no está dirigido por la religión —y, ciertamente, tampoco por las Escrituras—. Probablemente no sea una fuerza singular como la gravedad, sino una compleja interacción de fuerzas dispares como la que propulsa la ley de Moore, que describe el incremento exponencial en la potencia de los ordenadores. Sea lo que sea lo que lo cause, el fenómeno manifiesto de la progresión del Zeitgeist es algo más que simplemente socavar la afirmación de que necesitamos a Dios para ser buenos o para decidir lo que es bueno."

DAWKINS, Richard (2007), El espejismo de Dios, Madrid: Espasa (2ª edición de 2009; original en inglés de 2006), pp. 281-291.

Notas:

1. En realidad no es tan obvia. Como muy bien han señalado filósofos como Gadamer, no te puedes saltar más de un milenio de Edad Media y seguir como si nada, tal como pretendían espíritus como los de Heidegger o Nietzsche. Los prejucios de la tradición están ahí. Eso no es ningún conservadurismo, como espetaba Habermas a Gadamer. Es más bien una cuestión de hecho que está al margen de opiniones personales.

2. Porque hay un Estado que nos obliga. Si el pago de impuestos fuese voluntario... ya veríamos cuánta gente los pagaría. Lueo que nadie se extrañe de que la socialdemocracia, esa gran metira e hipocresía, esté desapareciendo. Porque, ideológicamente hablando, ya hace tiempo que desapareció. Y ya se sabe, según Hegel, los planos ideal y real terminan coincidiendo más pronto que tarde.

3. En España las mujeres votaron por primera vez en 1933. En aquellas elecciones ganó la derecha (CEDA), aunque para gobernar tuvo que formar coalición con el Pardico Radical Centrista de Alejandro Lerroux. La desaparición progresiva del centro español durante los años siguientes, que llevó a la polarización extrema de la sociedad española, fue uno de los desencadenantes del desastre posterior. Quede eso ahí a modo de aviso a navegantes.

4. So pena de incurrir en ahistoricismos y actitudes etnocéntricas.

5. Dawkins insiste mucho en el cambio porque es el cambio en el tiempo lo que está detrás de la evolución. Dawkins no es ateo. Su religión es la evolución. Se le condiera, por ello, un evolucionista radical. A diferencia del evolucionismo de otros, como Gould, quien era más moderado. Por eso Dawkins se refiere a estos agnósticos moderados como "miseria del agnosticismo". Debo decir que comparto con Dawkins la defensa radical de la postura que uno sostenga. No valen las medias tintas. Hay que tener criterio y personalidad. Le pese a quien le pese.

6. Se le podría espeta a Dawkins que, aunque eso puede parecer así, el siglo XX es posterior en el tiempo al XIX y no se puede decir que el XX haya sigo un siglo mejor, moralmente hablando, que el XIX. Al menos no para Europa (guerras mundiales y totalitarismos). En definitiva: no siempre evolucionamos para mejor. El avance tecnológico es una realidad. Pero el avance ético no es acumulable, a diferencia del tecnológico.

7. Ésta es una observción interesante que choca frontalmente con la idea "buenista" del mito del buen salvaje de corte rousseauoniano. Siempre de espeta que los homo sapiens de las sociedades no industrializadas son un remanso de paz porque no tiran bombas atómicas sino que, en su lugar, y a lo sumo, untarán una flecha en la piel ultravenosa de una de esas ranitas de colorines tan monas y matarán lo menos posible. Craso error. Esas sociedades no emplean armas de destrucción masiva porque no han desarrollado esa tecnología. No son mejores ni perores personas que cualquiera de nosotros. Tampoco en occidente lanzábamos bombas hace 200 años. A ver si nos enteramos: toda la humanidad tiene el mismo instinto "agresivo" o de defensa de su propia supervivencia. Y en cada lugar del globo la sociedad humana usará los medios que tenga a su disposición para defenderse de otras sociedades humanas (el famoso homo homini lupus de Thomas Hobbes): lanzas venenosas, bombas o lo que sea.

8. A partir de la p. 291 de El espejismo de Dios, Dawkins analiza la religiosidad de "gente" como Hitler o Stalin.

9. Yo eso no lo sé. Pero me creo que Dawkins crea que lo sabe. Ahora bien, yo además añadiría que la religión, en tiempos contemporáneos, también ha sido la compañera de viaje de la guerra. Religión y guerra, como es sabido, no han sido incompatibles, precisamente (yihadismos al margen). La Iglesia declaró que la guerra civil española era una cruzada contra los infieles. Y cuando el franquismo floqueaba, pidió perdón. Y en la actualidad, y en Cataluña, encima van de separatistas. ¿Puede la cúpula de una religión (que no sus feligreses) ser más falsa e hipócrita? Luego se quejarán de que la gente no va a misa.

10. Según los antropólogos la palabra raza es desafortunada. Tengríamos que hablar, en todo caso, de etnias. El concepto de etnia desplaza el peso biologicista de la categoría de raza hacia aspectos más dependientes de la cultura. Pero insisto en que ésa es la idea que suelen defender los antropólogos. Comunistas la gran mayoría, naturalmente. Y ésa es la sempiterna contradicción de siempre.

11. Es tradicional en la historia de la humanidad que unos humanos hayan negado el estatuto de persona a otros humanos (lo hacen las ideologías nacionalistas a día de hoy, por ejemplo). Una muy buena lectura al respecto es el texto del profesor de Filosofía de la Historia de la UNED Juan García Morán Escobedo Frágil idea de humanidad. Muy buen texto. Recomendable. La descarga es legal.
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Mujeres o Tasas que interesan 06 Oct 2017 03:46 #41407

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elías escribió:
Y por cierto, claro que he leído a Dawkins.

Sí, lo sé, por eso tus intervenciones relacionadas con él están completemente ausentes de referencias y citas bibliográficas. Supongo que eso del método científico (académico, en este caso) es cosa de gente como Conrado.

Sospecho que los primeros textos sobre Dawkins que ha leído son los que yo he citado por estos foros.

elías escribió:
Espero que no te moleste que no esté de acuerdo con uno de los sacerdotes de la religión que tú profesas.

A mí no me sube el azúcar ni me entran cóleras bíblicas o me da una angina de pecho cuando alguien no está de acuerdo con mis ideas. Ni tampoco amenazo con llevar a nadie al banquillo por ello (no es tu caso, lo sé, pero por estos foros he visto ya de todo).

Y por cierto, yo no defiendo el cientifismo, si es lo que estás insinuando. Pero, sin ninguna duda, estoy mucho más cerca de alguien como Dawkins, que de aquellos que ocultan sus prejuicios o dicen hoy una cosa y mañana la contraria a lo PSOE/PSC (por eso luego no los vota ni la familia). Ya te dije más arriba que la postura que uno tome es lo de menos. Lo realmente importante son los argumentos en los que uno se base.
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Mujeres o Tasas que interesan 06 Oct 2017 04:31 #41408

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Para ir dejando de lado esto de la evolución, atacada, como siempre, por el teísto, quisira dejar constancia de la relación que establece Dawkins entre feminismo y evolución. Bueno, en realidad no es una relación propiamente dicha. Dawkins compara la «mejora de la conciencia» que ha traído el feminismo con la evolución, que también promueve la «mejora de la conciencia». Y a eso se reduce todo su argumento. Pero ya que ha salido el asunto la evolución y que este hilo va de alguna manera de feminismo, veamos lo que dice al respecto el pensador británico. La cita que sigue es de un capítulo de El espejismo de Dios que lleva por título «La selección natural como mejora de la conciencia».

Lo cierto es que no comparto las líneas de Dawkins que siguen. Pero bueno, ahí van, pues mi postura es lo menos:

"Fueron las feministas quienes aumentaron mi conciencia sobre el poder de la mejora de conciencia. Herstoria1 es obviamente ridículo, aunque solo sea porque el comienzo de la palabra «Historia» no tiene conexión etimológica con el pronombre masculino. Es tan etimológicamente tonto como el despido, en 1999, de un oficial de Washington cuyo uso de la palabra niggardly2 fue entendido como una ofensa racial. Pero incluso ejemplos tan tontos como niggardly y Herstoria tienen éxito en nuestra mejora de conciencia. Una vez que hemos suavizado nuestros prejuicios filológicos y hemos dejado de reírnos, la Herstoria nos muestra la Historia desde un punto de vista diferente. Los pronombres de género son la primera línea de ese tipo de mejora de conciencia. Él o ella pueden preguntarse a sí mismos si su sentido del estilo podría haberles permitido escribir así. Pero si podemos trascender de la ostentosa infelicidad del lenguaje, mejora nuestra conciencia sobre las sensibilidades de la mitad de la raza humana. Hombre, los Derechos del Hombre5, todos los hombres han sido creados iguales, un hombre un voto parece que, demasiado a menudo, los ingleses excluyen a las mujeres3—. Cuando yo era joven, nunca se me ocurrió que las mujeres podrían sentirse menospreciadas por frases como «el futuro del hombre»4. Durante las décadas transcurridas hemos mejorado nuestra conciencia. Incluso aquellos que todavía utilizan «hombre» en lugar de «humano» lo hacen con un aire de disculpa autoconsciente6 —o de truculencia, utilizando una frase del lenguaje tradicional, e incluso poniendo nerviosas deliberadamente a las feministas—. Todos los participantes en el Zeitgeist7 han visto mejoradas sus conciencias, incluso aquellos que eligen responder negativamente manteniéndose en sus trece y redoblando las ofensas.

El feminismo nos muestra el poder de la mejora de conciencia, y quiero tomar prestada esta técnica para la selección natural. La selección natural no solo explica toda la vida; también mejora nuestra conciencia sobre el poder que tiene la ciencia para explicar cómo puede emerger algo complejamente organizado a partir de comienzos simples sin ninguna guía deliberada. La comprensión completa de la selección natural nos anima a introducirnos audazmente en otros campos. Hace que asomen nuestras sospechas, en esos otros campos, sobre el tipo de alternativas falsas con las que una vez, en las épocas predarwinianas, nos engañó la biología. ¿Quién, antes de Darwin, podría haber imaginado que algo tan aparentemente diseñado como el ala de una libélula o el ojo de un águila fuera en realidad el producto final de una larga secuencia de causas no aleatorias, sino puramente naturales?"

(Dawkins, 2006: 126-127)

En definitiva: defender el feminismo es de gente de buena conciencia. Y lo mismo pasa con la defensa de la evolución. El argumento es un poco chapucero en esta ocasión. En mi modesta opinión.

Notas:

1. El autor está haciendo un juego de palabras con los pronombres personales her (de ella) e his (de él). La palabra History (Historia) comienza por el pronombre personal his, y las feministas pedían que la palabra historia comenzara por el pronombre personal her. ¡Lo que hace la obsesión con el tema del feminismo! Eso no es aplicable a la lengua española. En ella tenemos la enfermedad obsesiva del desdoble del género.

2. Niggardly es un sinónimo de 'tacañería' y niggard significa 'miserable, tacaño'. Niggard tiene bastante similitud fonética con nigger, 'negro'. Esta similitud fue la que provocó el despido del oficial, que se estaba refiriendo a la tacañería presupuestaria, porque una persona de raza negra se sintió ofendida al malinterpretar esa palabra, pensando que hacía referencia no a su tacañería a la hora de diseñar presupuestos, sino al color de su piel. Otro ejemplo de obsesión con las políticas de género.

3. El latín y el griego clásicos estaban mejor equipados. En latín homo (en griego, anthropo-) significa 'humano', en contraposición con vir (andró-), que significa 'hombre', y femina (gyne-), que significa 'mujer'. Por lo tanto, la antropología hace referencia a toda la humanidad, mientras que andrología y ginecología son ramas de la medicina sexualmente exclusivas.

4. No deberían. No, al menos, hoy en dia. Podríamos sustituir «el futuro del hombre» por «el futuro de la especie humana» y estaríamos diciendo exactamente lo mismo. Tanto en el primer caso -sentencia masculina- como en el segundo -sentencia femenina- estamos diciendo lo mismo. Quien intente hacer ver que se siente excluido no tiene motivos éticos ni lingüísticos para ello. Pero como la socialdemocracia es un bulo y no tiene un verdadero proyecto positivo, pues se ha dedicado a otro tipo de sandeces (la memoria (anti)histórica y cosas por el estilo; y ha olvidado lo que realmente debería preocuparla: la defensa de los derechos de los trabajadores). Y de ahí, como he comentado más de una vez, su debacle. No será porque no se lo tiene merecido. El problema, no obstante, es que lo que está ocupando su espacio es algo infinitamente peor. Pero todo esto ya es harina de otro costal.

5. Recuérdese esto.

6. Sólo aquellos que se hayan dejado seducir por la falsedad antifeminista que se esconde tras este tipo de subterfugios.

7. En mi anterior mensaje ya cité las consideraciones de Dawkins sobre este vocablo.
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