Muchas veces la magia parece confundirse con la religión. Hace un par de semanas que me examiné de Historia de las Religiones que, por cierto, es una de las optativas más solicitadas del Grado en Filosofía en la UNED. Es decir, que hay poca gente practicamente pero mucha gente interesada en el fenómeno religioso. Fraijó dijo en una ocasión que él y Sánchez Bernal habían llegado a tener más matricualdos en Historia de las Religiones que en Filosofía de la Religión (obligatoria de tercer curso). Pues bien, el tema 5 de la asignatura aborda la religión en la prehistoria. Y el segundo epígrafe del tema trata de las relaciones entre magia y religión. Lo que sigue a continuación es ese epígrafe (hay comentario mío breve entre corchetes). Va bien para saber un poco por encima de qué estamos hablando cuando hablamos de magia y religión o, como dice el autor, de fenómenos «mágico-religiosos».
"Magia y religión
Partiendo de la suposición gratuita de Hegel, según la cual una «era de la magia» habría precedido a la «era de la religión», Frazer supuso la existencia de una época en la que el hombre creía poder controlar directamente los procesos naturales mediante la fuerza de hechizos y encantamientos. Cuando este método no producía el efecto deseado, el hombre apelaba a seres sobrenaturales superiores a él —espíritus, dioses o antepasados divinizados— para que obraran lo que sus prácticas mágicas no podían alcanzarle. Así se habría pasado de una hipotética «era de la magia» a una «era de la religión», y el curandero o mago habría dejado su puesto al sacerdote.
Pero la evidencia de que disponemos no confirma este sencillo esquema evolutivo. Lejos de haber nacido la religión del fracaso del mago en el ejercicio eficaz de sus funciones, vemos que en toda comunidad conocida, antigua o moderna, ambas disciplinas aparecen simultáneamente, y tan indisolublemente entrelazadas que no es posible que una de ellas haya sido predecesora y fuente de la otra. La distinción que separa a la magia de la religión no es cronológica: es decir, la magia no antecede en el tiempo a la religión, ya que ambas vías de acceso al orden sobrenatural parecen haber coexistido siempre. Lo que las diferencia es la naturaleza y función de sus respectivos sistemas de ideas y prácticas. La magia [propedéutica de la ciencia moderna, alquimistas y demás] se basa en el modo en que determinadas cosas son dichas y hechas, con determinado fin, por quienes poseen el saber y el poder necesarios para hacer actuar a una fuerza sobrenatural. Está atada a sus propios ritos y fórmulas, y limitada por su tradición específica. Mientras que la religión presupone la existencia de seres espirituales externos al hombre y al mundo, que controlan los asuntos mundanos, la magia se centra en el hombre y en las técnicas por él empleadas de acuerdo con las normas estrictas del proceder mágico. Mientras que la religión es personal y suplicatoria, la magia es coactiva, y domina a las fuerzas misteriosas del universo mediante la realización impecable de sus particulares manipulaciones mecánicas. Pero, dado que ambas disciplinas aluden a un misterioso poder sobrenatural que reside en un orden trascendente de realidad contrapuesto y distinto del mundo, y al mismo tiempo controlador de él; o, a la inversa, en unas técnicas prescritas cargadas de una potencia especial, una y otra tienden a coincidir en la práctica, por muy diferentes que puedan ser en teoría.
Es indudable que las poblaciones primitivas creen que las cosas semejantes entre sí poseen propiedades y poderes similares. Nosotros distinguimos entre un retrato y la persona retratada por el artista, pero una mentalidad no adiestrada en el pensamiento analítico imagina que, de alguna manera, ambos forman parte del mismo individuo. Por lo tanto, si se actúa sobre uno se producirá un resultado semejante en el otro. De ahí el reparo y el temor arraigados entre las gentes sencillas al hecho de ser fotografiadas, por miedo a que alguien pueda hacerles mal a través de su imagen. El uso generalizado de amuletos y la utilización de sangre, o en su lugar de almagre, desde la prehistoria hasta nuestros días, derivan su eficacia de su poder sacro inherente, pero también pueden ser encarnación de la sacralidad que los seres divinos les han infundido. En estas condiciones no es fácil, pues, trazar una línea clara de demarcación entre magia y religión en la práctica, ya que a menudo se adopta una actitud religiosa hacia objetos y acciones que, tomados en sí mismos y extraídos de sus contextos rituales, se considerarían mágicos.
El hombre primitivo, antiguo y moderno, siempre ha «escenificado» su religión y manipulado su magia sin analizar sus actos ni teorizar sobre sus métodos. Su preocupación primordial es que «den resultado»; y mientras se logre este fin, la cuestión de a qué categoría particular pertenezcan le trae sin cuidado. Por nuestra parte, al tratar de entender e interpretar su conducta debemos guardarnos de pensar en términos de «eras» de la magia, de la religión, de la ciencia o, de hecho, de cualquier clasificación claramente definida. Las numerosas creencias y prácticas que ocupan una posición fronteriza se pueden calificar de «mágico–religiosas»: es un término incómodo, pero que tiene la ventaja de evitar los errores de Frazer y otros teóricos demasiado netos y pulcros a la hora de trazar esquemas de desarrollo.
Lejos de ser el sacerdote un descendiente directo del mago, y la religión un resultado de la magia ineficaz, como sugería Frazer, ensalmos y oraciones, encantamientos y súplicas, coacción y oblación, delirios extáticos y declaraciones proféticas aparecen tan entremezclados en desconcertante confusión que el observador apenas sabe en qué categoría clasificar a un rito complejo o a sus oficiantes. Lo más que podemos afirmar es que, si se trata de un acto de adoración realizado con respeto reverencial, entonces se debe considerar como observancia religiosa más que como operación mágica, y a los que intervienen en él como sacerdotes o fieles. Aislados de su contexto general, algunos elementos podrían parecer esencialmente mágicos, pero tomados en conjunto constituyen un acto religioso. Cuando se dan estas condiciones es cuando resulta apropiado el calificativo de «mágico–religioso»." (JAMES, Edwin Oliver, Historia de las religiones, Alianza, Madrid, 2001, original en inglés de 1956, pp. 10-14)
Pues ahí queda eso, como modesta aportación.