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TEMA: Papel actual de los filósofos

Re: Papel actual de los filósofos 11 Abr 2011 09:38 #2306

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En respuesta al mensaje 2294 de Nolano:

1. Creo que no es plan entrar en el debate teológico concreto sobre el significado del dogma de la infalibilidad del Papa. (Efectivamente, el Papa sólo se ha pronunciado en este sentido con el dogma de fe de la asunción de la Virgen, y no pretendo ser tan torpe como para entrar en si con esto se afirma como epistemológicamente cierta una violación de la ley de la gravedad). Pero creo que no puede despreciarse el impacto que este dogma tuvo, por ejemplo, en el catolicismo liberal que muchos krausistas españoles pretendieron abanderar desde su frustrada pretensión de construir una epistemología racional y empírica (especialmente en el caso del krausopositivismo): en occidente, con este suceso, mucha gente que no ofreció el escrúpulo de los krausistas a rechazar este principio, lo incorporaba así a sus criterios epistémicos, quizá no en su día a día, pero sí en cuestiones relevantes en las que alguien pudiera recurrir a él sintiéndose obligados a aceptarlo.

En cualquier caso, creo que salvando su particular circunstancia sirve perfectamente de ejemplo, y por ello apelé en genérico al “jefe de la tribu”, a los casos en los que en mayor o menor grado ciertas comunidades instituyen entre sus criterios la autoridad de ciertos individuos o grupos, y la dotan de una validez tan grande como la de la observación directa. Y no me parece tan peregrina mi afirmación, pues despachar estas posturas argumentando que las cuestiones de fe y moral forman parte de un ámbito heterógeneo al del campo gnoseológico puede ser peligroso y contraproducente. Otros grupos no tienen problema en extraer observaciones gnoseológicas – o más bien, fundamentar en esa infalible gnoseología un iusnaturalismo absurdo y terrible – a partir de su autoridad, como por ejemplo los imanes chiíes, no sólo infalibles en el pecado sino también en la interpretación de los textos sagrados, y que no sólo hablan del deber sino también del ser; o también la infalibilidad de la Sruti – Revelación – brahmánica de la India. Creo que es imprudente sacar del escenario estos casos, aduciendo que se pronuncian sobre cuestiones de moral completamente inconexas con la realidad, pues como diría Geertz y yo parafraseo con palabras de Ortega y Gasset, éste es el tema de nuestro tiempo, el del encuentro entre culturas en nuestras ciudades occidentales cada vez más cosmopolitas, culturas que pueden no compartir el mismo sistema epistemológico y que es preciso resolver de alguna forma para entrar en la construcción compartida de cuestiones éticas y políticas que rigen la polis.

2. Dices que “no es conforme a los buenos usos argumentativos […] alegar que yo, el fiscal, actúo arbitraria y tautológicamente diciendo quién es el experto en el análisis de venenos” pero eso sólo es ilegítimo – y risible por parte del juez ;) – porque previamente todo fiscal en el ámbito occidental ha admitido aunque sea tácita y culturalmente que en occidente los expertos en cierta materia son los científicos. Pero en otras culturas, ante la ausencia de un método científico maduro, el único recurso a la experiencia artesana y la presencia mucho más extendida de la superstición, para analizar la procedencia de un veneno, ¿cuántas veces no se recurrirá a cabalística, a la mitología, a la sabiduría popular, a la simple autoridad frente a la incertidumbre,…? El ejemplo de los uzbekos no me parece casual, y en parte sigue esta línea.

Y la circularidad que me achacarías no sería tal, pues no sostengo que toda cultura goce de un sistema veritativo propio, sino que algunas culturas difieren del sistema veritativo que compartimos en occidente con principios que le son propios, aunque no en exclusividad. Tú, sin embargo, sí consideras unívoca la definición de "experto", aunque no sea extensional, en todas las culturas.

3. Al final, creo que has dado en el meollo de la cuestión de nuestras diferentes aproximaciones – que creo que, para variar, acabarán convergiendo: en qué consiste una cultura y hasta dónde llegan sus límites es algo que no creo que se pueda concretar, es un concepto difuso, que guarda sus propias inconsistencias internas, y sus fronteras borrosas con otras culturas, ya sean espaciales o ya sean temporales. Me parece obvio que es imposible definir los rasgos culturales en sentidos absolutos, necesarios o suficientes, pues si exigiéramos a uno de estos rasgos que todos los miembros de su cultura lo compartiesen, quizá no encontraríamos un solo, o sería muy poco significativo pues aun disponiendo de él, no consideraríamos eso suficiente para definir a un miembro de una cultura. La aproximación más razonable que creo que opera en el concepto es similar a la del racimo de Wittgenstein en filosofía del lenguaje: una batería de rasgos en los ámbitos culturales más habituales en todas las culturas (idioma, religión, organización política, matrimonio/familia/sexo, organización social, trabajo,…) que mayoritariamente se comparten, aunque ninguno de ellos sea estrictamente necesario ni suficiente.

Por eso, Galileo y Bellarmino comparten la misma cultura, en el sentido de que comparten muchos rasgos culturales; pero no lo hacen, en el sentido de que hay algunos rasgos – como por ejemplo los criterios epistemológicos y su correspondiente ponderación – que, supuesto mi ficticio ejemplo, se muestran no sólo como cuestión personal sino como encuentro entre paradigmas diferentes que los protagonistas encarnan, pero en representación de todo un movimiento cultural de mayor calado, compartido de forma muy diferente pero extendido por diversos grupos dentro de una misma sociedad. En este sentido, espacialmente, es obvio que en el siglo XVI existían diferencias culturales entre la Italia renacenista y el islam norteafricano, ejemplarizadas por ejemplo entre un Solimán el magnífico y el propio Galileo o el cardenal (y muchas más que entre éstos). Pero, temporalmente, ¿podríamos decir que la cultura europea medieval es la misma que la cultura europea moderna? ¿Y dónde podríamos decir que se traza nítidamente la ruptura entre ambas?

No creo que sea relevante entrar en el detalle en la historia de Galileo que aquí poco más podría aportarnos. Pero efectivamente con él creo que hemos podido vislumbrar algo: tú dices que en este ejemplo “los términos de la discusión no versaban sobre medios de prueba de la verdad, sino sobre diferente valoración de los medios disponibles, que todos aceptaban.” Sin embargo, lo que yo creo que aquí sucede – y he aquí la convergencia de la que hablaba, aunque subrayemos aproximaciones diferentes – es que, como con los rasgos, el racimo de posibles criterios es indefinido, y que sólo existe una ponderación de ellos tal que el peso de algunos puede ser despreciable frente a los demás en una cultura, mientras que en otra, no sólo son diferentes los pesos a dar a cada criterio, sino que pueden aparecer en primera o segunda línea criterios cuyo peso había sido despreciable.

Tú afirmas que estos criterios, aunque con pesos diferentes según las culturas, son siempre los mismos (el racimo es para ti finito y universal, o bien los pesos que de hecho se dan a criterios que no sean los que se comparten en occidente son despreciables), mientras que yo afirmo que un racimo auténticamente universal debería ser más amplio y contener más criterios que los occidentales, como por ejemplo el de autoridad, aunque éste encontrase su peso minimizado en el sistema occidental hasta hacerlo despreciable, pero adquiriese un peso no tan irrelevante en otras culturas. Así, ninguno de los sistemas gnoseológicos reales, concretos, sería el universal, y todos podrían participar en mayor o menor medida de él.

Una vez más, dos aproximaciones convergentes se enfrentan, si me permites, una más cuadriculada y otra más líquida. Yo no abandero la líquida, pero creo que no hay que ignorar ni desdeñar su contribución.
Javier Jurado
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Última Edición: 19 Abr 2011 10:10 por Kierkegaard.
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Re: Papel actual de los filósofos 11 Abr 2011 12:12 #2307

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En respuesta al mensaje 2295 de Nolano:

Es de agradecer, Nolano, que muestres las cartas de tu línea argumental, pues uno siempre puede encontrarse mucho más de acuerdo cuando observa el fondo y no tanto las formas, aunque las formas sean los pilares que legitiman nuestra buena voluntad. Y es que ya se sabe que de buenas intenciones está llena el infierno :evil:

Tu posicionamiento en el orden lógico con que debemos comprender la concurrencia ontológica de los ejemplos que expones me parece que en ocasiones puede resultar ser no más que un a priori, que no siempre hay por qué compartir. Al contrario, tomar partido por uno u otro orden nos conduciría a caminos muy diferentes, y a encontrar legitimidad para tesis de muy diferente signo y consecuencia. Otro ejemplo como los que mencionas sería el del hombre como ser social, en el que cabría preguntarse si el hombre es originariamente un ser solitario que decide asociarse con otros o si es ya originariamente un ser social que a posteriori analiza y construye su individualidad. Siendo imposible remontarse genealógicamente hasta el origen ontológico, de nuevo, es preciso posicionarse, y con ello afirmamos todo un a priori que puede servir para fundamentar toda una teoría como la del liberalismo de un Locke o la del contractualismo de un Hobbes o un Rousseau. En estos casos, pues, lo que subyace no es la evidencia de un orden lógico – universal y evidente para todos, al que no podríamos sustraernos – sino un orden axiológico, de la voluntad, que deseando cierta finalidad opta por una justificación previa.

En nuestro caso, como tampoco creo que sea posible discernir ontológicamente si el hombre es creador o producto de la cultura, y lógicamente creo que tampoco podemos asumir simplemente que el hombre es creador, creo que es axiológicamente como procedemos: queremos pronunciarnos a favor de que la cultura esté al servicio del hombre, y lo tomamos como principio, aunque quizá haya personas - y culturas – que no tendrían problema en decir que prefieren subordinar el hombre a la cultura. Como no es necesariamente lógica nuestra postura, no puedo ignorar que habrá personas y culturas que disientan con perfecto uso de razón.

Yo creo que no todo vale en aras del relativismo, pero no podemos ignorarlo de un plumazo lógico, en esa respuesta un poco cuadriculada que como la avestruz parece volver la vista a un mundo difuso, inabarcable y en el que en realidad siempre nos falta certidumbre. En mi opinión, construir esas referencias es el desafío por excelencia, pero desde luego no es evidente, y no por luchar contra poderes fácticos que tratan de ocultarla, sino porque nos es inaccesible como seres contingentes e irremediablemente culturales que somos. Así que sólo le queda a la filosofía intentar convencer con la razón, no a las razones sino a las voluntades. En el mar de incertidumbre y de lo meramente fáctico, la filosofía realiza una propuesta más – aunque no igual – que, por su propio origen finito, no es autoevidente, pero que, confiada en el poder de la razón, pretende cautivar las voluntades que se han de pronunciarse apriorísticamente en las cuestiones insolubles.

Comparto contigo que también “el tema de nuestro tiempo” es ese relativismo que prolifera en una democracia postmoderna, desengañada de las grandes promesas de las verdades de antaño, y cuyo principio de tolerancia ha dado cabida además al encuentro intercultural que aviva el politeísmo moral del que hablaría Weber. El peligro a ser manipulados ahí supone todo un reto para la filosofía. Pero, como creo que ya sabes que pienso, me parece imprescindible que esta nueva propuesta no reniegue de algunos de los razonables achaques que se le han hecho a la ilusionante a la par que presuntuosa razón ilustrada.

Si la filosofía hoy se exilia sola no sólo – aunque también – es porque no esté enfrentando debidamente el tema de nuestro tiempo y se encierre en demasiadas ocasiones en su oscura y academicista torre de marfil sin propuestas que arriesguen y se expongan; sino también porque vive en una época en la que, como en la helenista, es tremendamente difícil hacerse eco con una propuesta que pretenda ser “verdadera”. La gente – y es humanamente muy comprensible – está históricamente “escocida” de esas “verdades” que se han llevado por delante tantas vidas y proyectos. Nos toca vivir una época baja, de la que no creo que salgamos intelectualmente sino más bien azuzados por un nuevo desafío material: pobreza, inmigración, sostenibilidad ecológica,…

Ante esta situación la filosofía se revela inútil, en el peor sentido, porque cuenta con la rémora, como decía antes, de tener que convencer con la razón a las voluntades, y hoy éstas, en la crisis de la democracia de la que hemos hablado largo y tendido, están muy desengañadas, o son más bien inconscientes herederas del desengaño, y por tanto se ven expuestas a una pluralidad de alternativas. Y de ellas tanto desconfían como confían, en función de criterios tan loables como el de un escepticismo o un cinismo sanos, o tan deleznables como el de un hedonismo infantiloide. Así, las voluntades hoy, como tú dices, pueden ser alcanzadas y movidas de nuevo por la pura retórica o por el sentimentalismo – como por ejemplo el nacionalista o el religioso – que asolaría los principios democráticos. ¿Es esto un fracaso ilustrado? Quizá, simplemente, era un proceso histórico inevitable: porque la vida no cuenta con certidumbres autoevidentes racionales que por sí solas vayan convenciendo a la gente, la ilusión ilustrada se ha visto truncada por dos frentes: por su excesivo optimismo, que le sirvió de vanagloria y la enrareció hasta el punto de parir con sus propias aporías parte de este relativismo; y por el ataque que sufrió por parte de quienes no querían ver su poder amenazado por el proyecto emancipatorio ilustrado, conviniéndoles fomentar este mismo relativismo.

El debate de hoy, que por ejemplo te enfrentaba a David a propósito de su artículo sobre El compromiso de Eneas, confronta la versión postmoderna (y desde otra postura la del catolicismo de Benedicto XVI) que hace corresponsable del desastre del siglo XX a la propia Ilustración, frente a la versión que tú sostienes y que hace corresponsable al movimiento reaccionario que constituyó la crítica a la Ilustración. Ambos frentes creo que tienen razones de peso, y si nos encontramos ontológicamente ante un nuevo caso como los que veíamos antes en el que no podemos separar el trigo de la cizaña, tendremos que salir de él con una propuesta capaz de integrar las contribuciones del otro, de asimilar la parte de verdad que tiene la perspectiva alternativa.

Por eso, y no tanto porque los poderes fácticos lo impidan, no hay mucha esperanza en la realización efectiva de esa aportación de referentes valorativos sólidos a la que aspiras. Porque al final, siempre queda la incertidumbre vital, como la que se da en tantos casos en los que uno no sabe qué fue antes si el huevo o la gallina, que no sabe cómo ponderar las razones dadas porque no son evidentes y se contradicen.

Es tarea de la filosofía ampliar el campo abierto, la certidumbre hasta donde sea posible, para clarificar y emancipar. Pero para lograr contribuir a fraguar esos referentes debe ser siempre consciente de su caducidad y contingencia, de su aproximación provisional, de la perspectiva de la verdad que con su aportación pretende mejorar en cada momento histórico, para no contribuir con su esfuerzo a consolidar bajo la aparente certidumbre de su razón a un poder opuesto al vigente. El drama - muy unamuniano - ante este límite inexorable más allá del cual sólo hay incertidumbre, es que es preciso seguir viviendo, actuar, posicionarse... y para eso ejercemos la voluntad. Y por eso, las personas y las culturas recurren a las raíces que en su historia personal o cultural más confianza les han merecido la pena. Eso en algunos casos, como comentaba en mi anterior mensaje, explica la aparición, inclusión y pervivencia del principio de autoridad. Esa con-fianza no es evidencia racional, sino entrega de la propia fe a referentes que se nos han mostrado sólidos en el tiempo de cada cual. En lo personal, por ejemplo, uno podrá blandir la razón y su autonomía en el día a día, pero en los momentos decisivos, cuando uno sabe que no hace pie, busca referentes que le merecen esa confianza para hacer optar a su indecisa voluntad. Lástima que la burra de Buridán no tuviera padres. Habría acabado comiendo algo.
Javier Jurado
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Última Edición: 19 Abr 2011 09:53 por Kierkegaard.
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Re: Papel actual de los filósofos 18 Abr 2011 11:56 #2356

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Voy a omitir por ahora comentar tu segundo mensaje, pues ya discutiremos eso, si te parece, al final de nuestro debate, cuando llegue el momento de sacar conclusiones. Por ahora me interesa discutir sólo si hay epistemologías étnicas o las fuentes del conocimiento humano son básicamente, y en su núcleo troncal, las mismas en todas las culturas.

En esta cuestión, parece que aduces, como contraejemplo de mi listado de “vías” de conocimiento, el principio de autoridad vigente en ciertas culturas, que sobrepone el dictamen del “jefe de la tribu” a las demás instancias de conocimiento de la realidad. Voy a completar ese principio con otros dos más, y creo que con eso quedaría el abanico de opciones gnoseológicas bastante completo; aunque anticipo que mi tesis es, y espero probarla, que en realidad se trata de tres variantes del mismo principio que, además, no es en puridad un principio epistemológico.

Pero antes habrá que desbrozar un poco el terreno, para despejar el panorama, pues si no, corremos el riesgo de confusión. Pues lo cierto es que en la realidad las cosas siempre aparecen mezcladas y entreveradas y si no realizamos un ejercicio de análisis clasificatorio es imposible mantener un discurso consistente y fructífero sobre esa realidad. Viene esto a cuento porque quiero adveritr que no ignoro que todo conocimiento es “interpretación”: no podemos captar los hechos “crudos” y después interpretarlos, sino que captamos la realidad bajo un cierto esquema de prejuicios culturales. Ese es el marco de partida en el que Quine se refería a la “indeterminación de la traducción” y a la “inescrutabilidad de la referencia”. Pero creo que no hay que llevar las cosas demasiado lejos; que un nativo diga “Gavagai” al ver un conejo no nos garantiza que podamos traducir gavagai por conejo, sin duda. Pero, aunque la observación de Quine pueda ser muy útil para no incurrir en el vicio del monoculturalismo, no puede ser llevada tan lejos como para afirmar que yo no puedo entenderme con un nativo de la Polinesia. Si el lenguaje del nativo fuera para mí como el lenguaje de las ballenas, habría que concluir que el nativo y yo no nos comunicaremos nunca, que no somos lo mismo y que, dado que yo soy “hombre”, él no lo es, pues no tiene mi mismo logos; en algunas culturas, al parecer (y no soy muy ducho en antropología) los miembros de la etnia se denominan a sí mismos “los seres humanos”, pues sólo ellos lo son y no los demás, que tienen otras costumbres. No olvidemos nunca que no hay nada más excluyente que el etnicismo (y lo es en muchísimo mayor grado que el denostado “etnocentrismo”).

Por lo dicho, aunque los aspectos lógicos, epistemológicos, metafísicos, éticos y políticos del pensamiento humano aparecen siempre inextricablemente unidos parece una buena práctica, a efectos de su análisis, diferenciar entre todos esos niveles. Y ahora estamos en el nivel epistemológico. Y es que el principio del “jefe de la tribu” es un principio político y no gnoseológico. En efecto, no se trata tanto de que la tribu reconozca que el testigo directo de los hechos los conoce peor que el jefe de la tribu, sino de que el principio de autoridad está por encima del principio de la verdad: que la supervivencia del grupo tribal depende más del sometimiento a la autoridad que del posible error cognoscitivo.

Ese mismo conflicto es que el que hace que quiebren, en el reconocimiento del grupo social, ciertos principios epistemológicos. Por ejemplo, al determinar los “expertos” a cuyo dictamen pericial se someten los hechos, puede preferirse a los teólogos antes que a los cosmólogos (como en el caso de la discusión sobre el heliocentrismo). O, por ejemplo, en ciertas sociedades antiguas, donde no podía prevalecer el testimonio de un esclavo o un siervo, frente a la palabra de un ciudadano romano o un señor. Es evidente que un romano o un hombre medieval no podía ser tan tonto como para pensar que un esclavo no tiene sus facultades sensitivas en regla tanto como un ciudadano libre. Pero de lo que se trata no es de descubrir la verdad, sino de mantener un principio social de estructura jerarquizada. El principio sociopolítico debe prevalecer sobre el principio epistemológico. Y hay que reconocer que incluso en nuestros modernos sistemas jurídicos quedan restos de esa sobreposición del principio de autoridad o de cohesión social, sobre el principio gnoseológico. Por ejemplo, en la inmunidad del rey reconocida por la Constitución; o en la atribución en el Código civil de la filiación por presunción de nacimiento durante el matrimonio: es evidente que hoy en día sería mucho más fácil y fiable atribuir la filiación mediante pruebas biológicas de paternidad, en vez de acudir a la vieja regla presuntiva, pero creo que es obvio que se piensa que eso podría conllevar riesgos para la institución del matrimonio, así que se prefiere incurrir en un grado razonable de “errores” antes que poner en cuestión una institución básica de nuestra sociedad. Nadie piensa realmente, creo, que garantiza más la verdad de la filiación el nacer en el seno del matrimonio que descubrirla por métodos de análisis de sangre.

Por tanto, la divergencia cultural no es, si se admite a efectos analíticos la distinción entre epistemología y política, tanto gnoseológica como de estructura social y política. Las divergencias hay que buscarlas en las instituciones de poder y dominio de unos hombres sobre otros, y no en la incapacidad de los nativos de “ver” los hechos tan bien o mejor que nosotros mismos. Y eso me lleva a insistir en mi punto de partida en toda esta cuestión y destacar dos hechos. El primero, que el “culturalismo” o “etnicismo” epistemológico (me refiero a la ideologización en la interpretación de los hechos y en la selección de jefes, expertos o discriminación de testigos) es más acentuada en sociedades analfabetas y que son fácilmente dominadas mediante la superstición y los prejuicios. El segundo, que admitir como equiparables el dictamen de un ingeniero de caminos y el del chamán de la tribu a la hora de decidir cómo y en qué ubicación construir un puente, será todo lo cultural y antietnocéntrico que se quiera, pero condena a millones de personas a vivir sin puentes y, en consecuencia, a no salir nunca del subdesarrollo y la miseria.

Por eso discrepo de tu última observación:
yo afirmo que un racimo auténticamente universal debería ser más amplio y contener más criterios que los occidentales, como por ejemplo el de autoridad, aunque éste encontrase su peso minimizado en el sistema occidental hasta hacerlo despreciable, pero adquiriese un peso no tan irrelevante en otras culturas. Así, ninguno de los sistemas gnoseológicos reales, concretos, sería el universal, y todos podrían participar en mayor o menor medida de él.
Los sistemas gnoseológicos sí son valorables y lo son no por una pretensión de imponer el principio científico-tecnológico sobre un presunto principio “cultural”, sino precisamente por la pretensión de hacer valer el principio emancipatorio, que queda sin contenido alguno si propugnamos el principio de autoridad del “dictamen del jefe” (núcleo de la dominación del hombre por el hombre) sobre el principio de la razón (logos) discursiva libre de dominio. El principio tecnológico-científico puede prescindir de comparar sistemas cognitivos; pero el principio emancipatorio, no.
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Re: Papel actual de los filósofos 19 Abr 2011 09:51 #2363

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Yo a donde iba, precisamente, es a evidenciar que el fenómeno ideológico altera inconscientemente nuestras formas de vivir y de pensar en el seno de la cultura y que eso no se puede ignorar. Si el afán analítico puede permitirse separar esferas para clarificar el diálogo, ciertamente logrará esa claridad, pero quizá al precio de hablar de algo que no existe o de algo que no nos dice mucho. Si nos empeñamos en suponer separado e ignorar el principio ciertamente ético/político de la auctoritas porque en puridad hablamos de epistemología, entonces quizá resulte tautológico hablar de un sistema gnoseológico de cierta cultura que no difiere del nuestro: ya lo hemos podado a conveniencia antes.

A pesar de que yo mismo tiendo siempre a sistematizar, a romper en piezas, a clasificar casos, a tratar de hacer que la realidad entre en una hoja de cálculo (ya he contado alguna vez el chiste del ingeniero y la vaca)... dos peligros moderan este ejercicio:

1. El primero es el de incurrir en la falacia del olvido de alternativas: la realidad siempre es más rica que lo que mis esquemas conceptuales son capaces de concebir, por lo que aunque no renunciaré a ellos, los usaré con prudencia y sin pretender sacar conclusiones definitivas.
2. El de proceder rigurosamente con lo que no acepta ese tratamiento. A. Sen dice que si un concepto tiene cierta ambigüedad básica […] una representación precisa de ese concepto ambiguo debe preservar esa ambigüedad en lugar de tratar de eliminarla. Tradicionalmente, el utilitarismo ha exigido excesivas simplificaciones que sesgan la explicación de la realidad, ignorando la incertidumbre que siempre le es inherente (Sven Ove Hanson distingue cuatro grados de incertidumbre de alto nivel: demarcación, consecuencia, fiabilidad y valorativa). En definitiva, este es el peligro de ignorar que hacer riguroso lo que conceptualmente puede ser difuso no es recomendable.

Tú puedes afirmar que "no se trata tanto de que la tribu reconozca que el testigo directo de los hechos los conoce peor que el jefe de la tribu" o que "Es evidente que un romano o un hombre medieval no podía ser tan tonto como para pensar que un esclavo no tiene sus facultades sensitivas en regla tanto como un ciudadano libre." A mí, personalmente, no me parece tan evidente: la realidad es que esos filtros informativos, esos prejuicios nos nublan la vista, son muy reales. Y sólo así es posible comprender el celo con el que algunas posturas se defienden: si uno anduviese cuestionándose a sí mismo - por escrutinio racional - que si afirma que algo es verdadero en realidad lo hace por defender el principio de auctoritas entonces se tambalearían sus principios y sería incapaz de sostener por mucho tiempo esa afirmación. Ahora bien, la realidad es que ese entramado de relaciones de poder que estructura el orden sociopolítico de una cultura se encuentra más o menos sutilmente incardinado en un imaginario colectivo y una serie de prejuicios culturales de los que resulta enormemente difícil sustraernos. Por eso el miembro de la tribu podrá llegar a afirmar con rotundidad que el testigo de los hechos se ha equivocado si contradice al jefe, o el romano llegará a considerar inferiores las facultades sensitivas del esclavo.

La conclusión para mí es clara:

1. El escrutinio racional crítico y permanente - ese principio emancipatorio del que hablas - es imprescindible para depurar este tipo de prejuicios.
2. Su ejercicio es, no obstante, utópico, pues si tan palpable es para nosotros que otros no pueden desprenderse de sus propios prejuicios - que nosotros creemos haber evidenciado con la razón, y a pesar de ello siguen aferrándose a ellos - ¿qué nos garantiza que nuestra autocrítica esté dando todos los resultados que debería?
Javier Jurado
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Re: Papel actual de los filósofos 23 Abr 2012 20:07 #6834

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Me he acordado de este viejo hilo leyendo la obra de Claude Lévi-Strauss La pensée sauvage (“El pensamiento salvaje”). Había criticado yo con dureza la expresión de Monares “lógicas no occidentales”, que conllevaba un uso impropio de la palabra “lógica”, pues ésta, como quedó probado (a falta de contraejemplo de algún esquema argumentativo válido en alguna cultura y que no lo fuera en lógica occidental).

Me ha sorprendido que Lévi-Strauss, que no es un cualquiera, utilice también con cierta profusión la palabra “lógica” en un sentido similar al que lo hace Monares. Por ejemplo:
Lévi-Strauss escribió:
...chaque logique «locale» existe pour son compte, elle réside dans l’intelligibilité du rapport entre deux termes inmédiatement associés, et celle-ci n’est pas obligatoirement du même type pour chaque maillon de la chaîne sémantique (ed. francesa, 1962, p. 194).

Traducido : ...cada lógica «local» existe por su cuenta, reside en la inteligibilidad de la relación entre dos términos inmediatamente asociados, y ésta no es obligatoriamente del mismo tipo para cada eslabón de la cadena semántica.

Y Lévi-Strauss va aún más allá en lo que yo creo que es un desvarío terminológico, cuando afirma lo siguiente:
Lévi-Strauss escribió:
Tout ce qu’on peut concéder aux tenants du totémisme, c’est le rôle privilégié dévolu à la notion d’espèce considerée comme opérateur logique. (bid. P. 197).

Es decir : Todo lo que podemos conceder a los que sostienen el totemismo es la vía privilegiada atribuida a la noción de especie considerada como operador lógico.

Se me hace difícil llegar a entender en qué sentido la noción de especie puede llegar a ser vista como un “operador lógico”. Quizá, como mucho, puede atribuirse a la noción de “especie” el papel justificativo de las reglas de introducción y elminación del cuantificador universal. Pero eso no es un operador lógico, sino una regla deductiva.

Quería dejar constancia aquí de esta terminología de Lévi-Strauss, así como de mi rechazo a la misma, por producir confusión. En todo caso, hay que dejar también constancia de que precisamente la tesis principal de Lévi-Strauss es que, bajo todas esas llamadas “lógicas locales”, subyace una lógica general de todos los humanos.
Lévi-Strauss escribió:
Il n’est pas nécessaire, par conséquent, que la logique du systéme coïncide en tous points avec l’ensemble des logiques locales que s’y trouvent inserées (...) Les classifications prétendues totémiques, les croyances et les pratiques que s’y rattachent, ne sont qu’un aspect ou qu’un mode de cette activité systémarique générale. (Íbid., p.195)

Es decir: No es necesario, por consiguiente, que la lógica del sistema coincida punto por punto con el conjunto de lógicas locales que se hallan insertas en aquél (...) Las clasificaciones pretendidamente totémicas, las creencias y las prácticas vinculadas a ellas sólo son un aspecto o un modo de esta actividad sistemática general.

Precisamente el estructuralismo de Lévi-Strauss consiste en sostener que lo importante en el pensamiento humano no es de orden conceptual, sino de orden relacional; no importan tanto las imágenes mentales de las cosas como las relaciones que la mente humana establece entre ellas (estructura). Y en este aspecto relacional son idénticos el pensamiento occidental civilizado y el pensamiento salvaje.
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Re: Papel actual de los filósofos 25 Abr 2012 19:42 #6841

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La reflexión sobre el papel que los filósofos pueden jugar en la sociedad actual es un tema recurrente que suscita numerosos debates en nuestros días. ¿Realmente nos encontramos ante una crisis de la disciplina filosófica por su incapacidad para ir más allá de una teoría encorsetada en parámetros académicos o podemos seguir confiando en ella como instrumento para encauzar debates y problemáticas de índole social, política, económica, etc.?
Intentando seguiros y a pesar de la extensión de los textos, en esta mi primera intervención, creo que aún no se ha dicho directamente una sola palabra sobre la temática real, aspecto que creo intentaba expresar Kierke en el final de su intervención en la segunda página del post, con todo mi respeto a todos y a todo lo que habeis escrito, por favor ¿Cuál es el papel actual de los filósofos?
Última Edición: 25 Abr 2012 19:43 por Tresseth.
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